Solemnidad de Pentecostés

San Juan 16, 12-15. Fiesta de la Santísima Trinidad. Jornada Pro Orantibus

Autor: Mons. Ciriaco Benavente Mateos

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
“Paz a vosotros”. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado.
Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
“Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.

PENTECOSTÉS

Qué habría quedado de las palabras y obras de Jesús sin el acontecimiento de Pentecostés? Quizá algunos de sus discípulos habrían recordado con nostalgia, durante algún tiempo, sus conversaciones entrañables junto al lago. Y quedaría seguramente la gratitud y el recuerdo de quienes se beneficiaron de la caricia de alguna curación. Poco más.

Es verdad que las manifestaciones de Jesús resucitado dieron lugar a que aquellos que le habían seguido fueran dando el paso de la fe y adquirieran la certeza de su victoria sobre la muerte. Poco a poco se fueron derrumbando los últimos reductos de la duda, y una alegre certeza de que Él estaba vivo fue invadiendo hasta el fondo de cada corazón. Y los fue levantando. Y los fue poniendo en camino para la misión. Pero necesitaban un nuevo impulso.

«Recibid el Espíritu Santo». Era la manera nueva de estar entre los suyos. No ya desde fuera, hablándoles, animándoles; sino desde dentro, llenando su vida y actuando, a través de ellos, en el mundo. Así nació y empezó a crecer la Iglesia.

Pentecostés supuso un cambio radical: Se abrieron las “puertas cerradas”, se apagó el miedo con el soplo de aquel «viento recio» que llenó la casa donde se encontraban. Aquellas «lenguas como llamaradas» fueron encendiendo sus corazones apagados. La paz del Señor fue cambiando la tristeza en alegría. La desunión, simbolizada en otro tiempo por la confusión de lenguas de Babel, dio paso a la unidad: «Quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua». Y el barco de la Iglesia, con las velas hinchadas, se estaba haciendo a la mar: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Desde entonces la voz de Jesús, llevada por los evangelizadores de ayer y de hoy, sigue resonando en cada rincón de nuestro mundo. Es cosa de su Espíritu; porque «nadie puede decir ‘Jesús es Señor’ si no es bajo la acción del Espíritu Santo».

En Pentecostés celebramos el Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Las distintas asociaciones y movimientos del Apostolado Seglar son un cauce privilegiado y eficaz para la formación, para la experiencia cristiana y para la acción. En tales asociaciones y movimientos se concentra seguramente lo más granado, lo más consciente y lo más vivo de nuestra Iglesia. La comunión eclesial, presente y operante en la acción personal de cada cristiano, encuentra una manifestación específica en el actuar asociado de los cristianos laicos. Asociados, como las gotas de agua que se juntan, pueden convertirse en corrientes vivas de participación. Los movimientos apostólicos siguen siendo necesarios para que nuestra Iglesia sea levadura y sal para un mundo nuevo. Como lo fueron los discípulos que, encendida el alma por el fuego de Pentecostés, alumbraron formas nuevas de vivir en una sociedad pagana y decadente.