VI Domingo de Pascua, Ciclo C

San Juan 14, 23-29. Permanecer en la Palabra

Autor: Mons. Ciriaco Benavente Mateos

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Jn 14, 23-29

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.

PERMANACER FIEL A LA PALABRA

Toda la literatura judía del tiempo de Jesús prueba que sus contemporáneos esperaban un Mesías político, que realizaría gestos espectaculares de poder y de fuerza, que triunfaría de manera evidente frente a sus enemigos. Los discípulos de Jesús no eran ajenos a tales expectativas. El pasaje que escucharemos este domingo lo presenta Juan como la respuesta a la pregunta de Judas: “¿Señor, por qué te muestras sólo a nosotros y no al mundo?”.

Pero Jesús va siempre a lo fundamental: “Si alguno me ama, permanecerá fiel a mi Palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos morada en él”. Es la única manifestación que Dios ha decidido hacer: Habitará en el corazón de aquellos que acojan su palabra y crean en Él. Sólo será reconocido como “presente” por aquellos que le aman.

Vivir una cierta presencia íntima de alguien físicamente ausente es algo que experimentamos también en nuestros amores humanos cuando éstos son verdaderos. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo alguna vez en diálogo interior con el ser amado, el amigo, el esposo o la esposa? ¡Presencia del ausente, sólo accesible aquellos que se aman!

Hay quienes admiran a Jesús como modelo de humanidad, pero le dejan de lado o lo admiten sólo como el admirable personaje de un pasado remoto. Ahí está la línea de demarcación entre el verdadero discípulo de Jesús y los demás, incluidos aquellos que manifiestan una cierta simpatía por el personaje Jesús de Nazaret.

 El verdadero creyente tiene la audacia de afirmar que Cristo no es sólo un buen modelo de humanidad, sino que, por su resurrección, ha entrado en el mundo definitivo de Dios, lo que le permite ser contemporáneo de todo hombre. Cristo afirma su presencia en aquellos que le aman y por medio de aquellos que le aman.

“Si alguno me ama permanecerá fiel a mi Palabra”. La acogida de la Palabra, su meditación, es como un sacramento de su presencia. Una Palabra acogida no sólo intelectualmente, sino una palabra que es “espíritu y vida”, que hace presente a quien la profiere. Lo mismo que Jesús era lugar de la presencia del Padre y de su Palabra “las palabras que habéis escuchado no son mías sino de mi Padre”, así es también, salvadas las distancias, acontece en quien acoge la Palabra de Jesús.

“El Paráclito, el Espíritu que el Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo y os hará recordar todo lo que yo os he dicho”. Los Apóstoles, a pesar de haber vivido meses y años con Jesús no habían alcanzado todavía una verdadera fe en Él, se movían en el nivel de la simpatía, la admiración y el afecto. Cuando Jesús parta, en cierto modo nada estará acabado ni fijado del todo. Sería el Espíritu quien llevaría a la Iglesia a una comprensión progresiva del don revelado. Para muchos de nosotros, las palabras de Jesús no nos han entregado todavía toda su sustancia. Nos la van entregando en la medida en que van siendo oradas, meditadas y vividas en la memoria de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Durante su misión en la tierra Jesús sólo podía estar presente de una manera limitada, con los límites propios de la condición humana que se mueve en las coordenadas del tiempo y del espacio. Por eso hablará Jesús del Padre como alguien mayor que Él. Una vez resucitado yo no tendrá límites. Podrá hacerse presente por medio de su Espíritu a todos los que le aman. Pero, como nos sucede a nosotros tantas veces, ¡qué difícil les resultaba a los discípulos entender esto en aquella hora prepascual de la Cena, cuando discurren estas confidencias. “Os he dicho esto antes de que suceda, para que, cuando ello suceda, podáis creer”. Lo entenderían más tarde, con la venida del Espíritu Santo. Por eso, los creyentes de ayer y de hoy necesitamos seguir rezando: ¡Ven, Espíritu Santo!