XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 12, 28b-34. Amar

Autor: Mons. Ciriaco Benavente Mateos

 

 

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
“¿Qué mandamiento es el primero de todos?”.
Respondió Jesús:
“El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento mayor que éstos”.
El escriba replicó:
“Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
“No estás lejos del reino de Dios”.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

AMAR

El hombre contemporáneo se ha empeñado en construir una sociedad progresista basándolo todo en la rentabilidad, el crecimiento económico y la competitividad. El tener permite el acceso al reino del placer. Proclamaba, hace unos años, un manifiesto hedonista: “El goce es el alfa y la omega, el principio y el fin... Hoy no queremos más normas que las que nos vengan exigidas por la satisfacción del propio gusto”.

Hasta la filosofía del nuevo “orden mundial”, apoyada por la ONU y sus Conferencias Internacionales, parece poco dispuesta a pedir a los hombres, habituados a la riqueza y el bienestar, hacer sacrificios para que todos puedan gozar de los bienes de la tierra. Su estrategia va por otros caminos: reducir el número de comensales a la mesa de la humanidad, a fin de que no se vea afectada la supuesta felicidad que algunos hemos alcanzado. Parece, incluso, que tras el miedo a la maternidad se oculta, no pocas veces, el miedo al otro, que es siempre un antagonista para nuestro yo y nuestro libre desarrollo. ¿Estamos asistiendo al ocaso de la filosofía del amor y , en consecuencia, a la emergencia de la filosofía del egoísmo?.

No es extraño que en un mundo así la presencia del Evangelio resulte cada vez más marginal, que sea difícil transmitir la fe a las nuevas generaciones o que disminuyan las vocaciones. Y, sin embargo, uno tiene la certeza de que, a la postre, el mundo será de quien más ame y sepa dar pruebas más claras de ello. Dejar de amar es, sencillamente, renunciar a la denominación de origen, dejar de ser hombres.


El Evangelio se resume en el amor. Sin el difícil arte del amor no hay autosuperación; nada grande, noble y digno se construye.


En una ocasión –lo escucharemos en el evangelio de este domingo- le preguntaron a Jesús por el mandamiento principal y primero. Y Jesús respondió: “El primero es: “Escucha, Israel, El Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos”.

En el Antiguo Testamento se invitaba al creyente a repetir el “escucha, Israel,” a los hijos, a hablarles de ello mientras se estaba en casa o se iba de camino, acostado o levantado; a atarlo en la mano y ceñirlo en la frente a fin de que fuera como insignia ante los ojos, a grabarlo en las jambas de la casa y en las puertas.

Con palabras o gestos, de la mañana a la noche, acostado o levantado, en casa o yendo de camino, consciente o inconscientemente, el hombre proclama su fe en aquello que cree. Sería curioso investigar las veces que, cada día, proclamamos la fe en el tener, el gozar o en el poder.

El Ghiotto pintó a la caridad vestida de rojo, ofreciendo a Dios un corazón con su mano izquierda y un cesto de frutas a los hombres con la derecha. ¡Qué bien lo dijo Charles Peguy!: “El amor de los hombres a Dios y el amor de los hombres entre sí son los “dos hijos mellizos” del amor de Dios a los hombres”.