XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7,31-37:
Para nuestros 'mutismos' y 'sorderas'

Autor: Mons. Ciriaco Benavente Mateos

 

Después de la multiplicación de los panes, que marca el cenit de su prestigio, Jesús abandona las grandes multitudes, se aleja de Galilea y se adentra en la región pagana de Fenicia. ¿Pensaba tal vez que perdía el tiempo con las masas? ¿Quiere dedicarse más a fondo a la formación del pequeño grupo de discípulos sin que les molesten?  

Imaginémosle rodeado de “los doce” y de algunas mujeres, caminando de etapa en etapa o a la luz de las estrellas, conversando mientras van de camino, comentando los sucesos del día al final de la tarde o mientras se prepara la comida.

 

Pero la fama de Jesús se ha extendido más allá de las fronteras de Palestina. Unos días antes había acudido a su encuentro una mujer sirofenicia, ejemplo admirable de humildad y de fe, para pedir la curación de su niñita enferma. Hoy le es llevado un sordomudo. Se diría que los paganos están más abiertos que los judíos a la persona de Jesús. También ellos están admitidos a sentarse a la mesa del Reino, que Israel ha rechazado de manera casi global.

 

Reparemos que el evangelista Marcos escribe su evangelio para comunidades cristianas venidas del paganismo grecorromano. Se comprende que haya querido poner en valor el hecho de que ha sido Jesús mismo quien ha abierto la misión entre los paganos. No se ha cerrado en la cultura particular de Israel, sino que ha abierto las puertas, enseñando así a su Iglesia a ser verdaderamente católica y plural.

 

Los gestos de Jesús con el sordomudo no están puestos al azar, son significativos. Lejos de seguir el estilo de los magos del mundo helénico, a los que les gustaba el sensacionalismo, toma aparte al sordomudo, toca sus oídos y su lengua, levanta los ojos al cielo, suspira.

 

Jesús realiza unos gestos corporales que chocan con nuestra mentalidad espiritualista, Hasta es posible que en nuestra sociedad secularizada sintamos la tentación de pasar por alto tales escenas, pero los sacramentos, los signos de Jesús, son todos corporales. Dios podría habernos transmitido su gracia a distancia, de manera espiritual, pero ha querido hacerlo a través de la humanidad de su Hijo encarnado. En la economía de la Encarnación, la gracia divina, lo más espiritual e invisible, pasa por esos humildes gestos sensibles, como sigue pasando a través de elementos tan humanos como la imposición de manos, el pan, el vino, el agua o el aceite que constituyen la materialidad de los sacramentos. Lo corporal, además de responder a nuestra condición y de recordarnos la encarnación de Cristo, es también instrumento de comunicación y de amor.

 

El gesto de Jesús de elevar los ojos al cielo manifiesta que es la fuerza divina la que actúa, su suspiro, a la vez que expresa la compasión por el enfermo, es como si pusiera en movimiento su ser más profundo para interceder ante el Padre Dios. Y el evangelista, que escribe en griego, ha conservado, como señal de autenticidad, la palabra de Jesús en el dialecto arameo en que hablaba, añadiendo su significado: “Effata”, que significa: Ábrete”.

 

El gesto de Jesús, utilizado en nuestro bautismo, pone de manifiesto que la Iglesia siempre comprendió este hecho con un trasfondo simbólico. ¡Cuántas veces los hombres teniendo ojos, no vemos; teniendo oídos, no oímos! Mutismo, sordera y ceguera suelen ser compañeras del hombre ante el misterio de Dios. El mismo evangelista Marcos va a poner de relieve varias veces, en diversos contextos, la sordera, la ceguera o la mudez de los discípulos, tan cerrados para comprender las enseñanzas de Jesús.

 

En el bautismo Jesús quiere abrir los ojos, los odios y la boca del hombre, cerrado en sí mismo, capacitarle para acoger su Palabra y hacerla llegar a los otros. 

 

Una vez curado el sordomudo, Jesús le pide que no lo diga a nadie. Pero él, “cuanto más se lo impedían, más lo proclamaba. La gente, impresionada, decía: Todo lo hace bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Así termina el texto evangélico de este domingo. Es como un eco del relato de la creación: “Vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno”. Como si una nueva creación estuviera alboreando, como si un hombre nuevo estuviera naciendo, un hombre de comunicación, que sabe escuchar y sabe hablar. Escuchar y hablar a Dios. Escuchar y hablar a sus hermanos. 

                        + Ciriaco Benavente Mateos

                            Obispo de Albacete