III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Jn. 1, 29-34

Autor: Padre Diego Millan García

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EVANGELIO   


““Al enterarse Jesús que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neptalí.

Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: “País de Zabulón y país de Neptalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.

Entonces comenzó Jesús a predicar, diciendo: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”.

Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores.

Les dijo: “Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres”. Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron.

Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre.

Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron las barcas y a su padre y los siguieron.

Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo”.

PALABRA DEL SEÑOR.


CUENTO: LA IGLESIA, UNA GRAN ORQUESTA MUSICAL

Había una vez tres instrumentos musicales que no se llevaban nada bien. La flauta, la guitarra y el tambor, siempre estaban discutiendo por ver quién era el mejor. La flauta decía que su sonido era el más dulce. La guitarra opinaba que ella era la que hacía mejores melodías. Y el tambor afirmaba que él llevaba el ritmo mejor que nadie.

Todos se creían los mejores y despreciaban a los otros. Por eso, cada uno se iba a tocar una parte distinta de la habitación donde vivían. Pero el sonido del tambor molestaba a la flauta, la flauta molestaba a la guitarra y la guitarra molestaba al tambor. En lugar de hacer música, hacían sólo ruido.

Hasta que un día llegó una batuta a vivir con ellos, con la intención de ayudarles. Pero los tres instrumentos no se querían dejar ayudar por nadie.

La mejor solución entonces era separarse y que cada uno se marchara a vivir a otra parte. Así podrían tocar a gusto, sin tener que soportar lo mal que tocaban los demás.

La batuta les propuso intentar hacer una cosa: tocar juntos una misma canción. Ella los ayudaría a hacerlo.

Al principio no estaban muy convencidos, pero al final aceptaron. Les dijo lo que tenía que tocar cada uno y, después de un breve ensayo, comenzó a sonar la canción. Los tres instrumentos miraban fijamente a la batuta, que les indicaba a cada momento cómo y cuándo tenían que tocar. La canción sonaba cada vez mejor. La flauta, la guitarra y el tambor no salían de su asombro. Estaban tocando juntos una misma canción y realmente se escuchaba muy bien. Habían comenzado a hacer música.

Al finalizar la canción, todo contentos, se felicitaban entre los tres. Era la primera vez que se ponían de acuerdo en algo.

Le pidieron a la batuta que les hiciera tocar de nuevo la misma canción. La estuvieron tocando todo el día cientos de veces. Todo el que pasaba por allí, al escucharlos, se quedaba admirado de lo bien que tocaban. Al unirse y poner en común lo mejor de cada uno, habían conseguido formar una pequeña orquesta.

Desde entonces, se dedicaron a dar conciertos por todas partes y se hicieron famosos en el mundo entero.


ENSEÑANZA PARA LA VIDA:


Narra el evangelio de este domingo el comienzo de la predicación pública de Jesús y el inicio de la comunidad de los apóstoles y de la Iglesia.

Todo comienza con una llamada a la conversión y al seguimiento, es decir, que no se puede seguir a Jesús, decir que uno es cristiano, sentirse enviado, sin antes haberse convertido, es decir, sin antes haber hecho experiencia personal y viva de Jesús y haber dejado que Él transforme nuestra vida, nuestras actitudes, nuestros hábitos, nuestras opciones.

El centro de la fe cristiana es ante todo este encuentro personal con Jesucristo, fundamento de la comunidad cristiana, de la Iglesia. Esto es lo que une, lo común. Sin esto, no hay fe cristiana, no hay Iglesia.

Aunque la Iglesia no se queda ahí, sabe que está llamada igualmente a la misión, y el evangelio dice bien claro cuál es esa misión: ser pescadores de hombres, ser fermento de amor y de unidad en la comunidad, ser promotores de los valores del reino en el mundo, ser servidores de los hombres. Pero sabemos también que la historia de esta comunidad cristiana está llena de infidelidades a esta conversión, a este encuentro transformador y a esta misión encomendada por Cristo.

En el hemisferio norte celebramos esta semana del 18 al 25 de Enero el OCTAVARIO DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS. Es el reflejo de la preocupación por lo que es un grave escándalo: la división histórica de la Iglesia en multitud de confesiones no siempre bien avenidas, y en otros tiempos enfrentadas incluso a muerte. Desde el siglo XI y el siglo XVI, los cristianos nos dividimos en tres grupos fundamentales: Católicos, Ortodoxos y Protestantes. Tras siglos de incomprensiones mutuas, parece que somos más conscientes hoy de que debemos restaurar la unidad que la Iglesia nunca debió perder.

Ya lo dijo Cristo reiteradamente: “Que sean uno, como tú Padre y yo somos uno, para que el mundo crea”. Y es que el mundo no puede dar credibilidad a una Iglesia que se dice llamada a ser fermento de unidad y de paz en el mundo, cuando ella misma está dividida y enfrentada. Es, pues, urgente caminar decididamente hacia la unión plena, para que el mundo pueda creernos y creer en Jesucristo.

El cuento de este domingo nos recuerda que la Iglesia es como una orquesta musical, que debe asumir que unidad no es uniformidad, sino acogida de las diferentes maneras de acercarse a Cristo.

Unidad de los cristianos no es convertirse todos a una misa confesión, la Católica, por mejor que ella se crea frente a los demás o por haber conservado más elementos del cristianismo original. Unidad es respeto a las diferentes tradiciones, a las diferentes notas con que se enriquece la gran partitura musical que no es otra que Cristo.

Ése debe ser hoy el camino y el horizonte de una Iglesia unida que da testimonio en el mundo, volviendo a esa llamada original que escucharon los apóstoles de Jesús junto al lago de Galilea. Esa llamada que debemos escuchar cada uno de nosotros para trabajar por el Reino de Dios: reino de paz y justicia, reino de vida y verdad, reino de amor y de esperanza.

Seamos signos de unidad y de reconciliación allí donde estemos: en nuestras familias, colegios, universidades, vecindades, lugares de trabajo, amistades, asociaciones, organizaciones políticas, sociales, culturales o sindicales. Cristo nos urge a dar vida a nuestra fe, para que seamos creíbles, y el mundo, este mundo nuestro tan tecnificado o consumista y escéptico, pero a la vez tan necesitado de espíritu y de humanidad, este mundo nuestro crea que Jesús es la Luz que ilumina al mundo y le trae un mensaje de amor y de salvación.