I Domingo de Adviento, Ciclo A

Autor: Padre Diego Millan García

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EVANGELIO

Mt. 24, 37-44

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

-«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.

Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:

Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán.

Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.

Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa.

Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.»


CUENTO: ADVIENTO PARA BUSCAR A DIOS

Cuenta una leyenda oriental que un hombre buscaba en el desierto agua para saciar su sed. Después de mucho caminar, muy fatigado, con la boca reseca, el peregrino descubrió por fin las aguas de un arroyo. Pero, al arrojarse sobre la corriente, su boca encontró sólo arena abrasadora.

De nuevo comenzó a caminar, leguas y leguas; su sed y su cansancio iban en aumento. Por fin, escuchó el rumor del agua. Se divisaba en la lejanía un río caudaloso y ancho; sus manos tomaron el líquido tan ansiado, pero de nuevo era sólo arena.

Siguió caminando, con la lengua fuera, como un perro sediento. Hasta que de nuevo se oyó rumor de aguas de una fuente. Su chorro cristalino formaba un gran charco. Pero sólo la decepción respondió a la sed del caminante.

Y con renovado afán se lanzó de nuevo al desierto. Atravesando montes y valles, sólo encontró soledad y aridez. No había agua, ni rastro de ella.

Un día le sorprendió un viento de humedad; allá, a lo lejos, pareció que el mar inmenso brillaba ante sus ojos. El agua era amarga, pero era agua. Al hundir su cabeza ansiosa entre las olas, no hizo sino sumergirse en un fango que no estaba originado por el agua.

El peregrino entonces se detuvo; se acordó de su madre, que tanto sufriría por él cuando supiera de su muerte. Las lágrimas vinieron a sus ojos, resbalaron por sus mejillas y cayeron en el cuenco de sus manos. Entonces, asombrado, se dio cuenta de que aquellas lágrimas habían saciado de verdad su sed, y el peregrino, tomando fuerzas, prosiguió su camino y sintió su alma llena de luz.

Fue un gran descubrimiento saber que el agua que buscaba no estaba en el desierto, sino dentro de su propio corazón.


ENSEÑANZA PARA LA VIDA:

Ya empiezan las calles y comercios de nuestras ciudades y pueblos a llenarse de luces y adornos navideños que nos invitan a prepararnos anticipadamente a la gran fiesta cristiana del Nacimiento de Cristo. Claro que la finalidad de todas esas luces no es religiosa, sino comercial. Nos invitan a prepararnos, comprando y consumiendo más y más.

Los cristianos no estamos exentos de esa propaganda y corremos el riesgo de dejarnos invadir por esa fiebre consumista.

Para eso está el Adviento, para llamarnos la atención sobre nuestra vida, muchas veces llena de ruidos y cosas materiales que nos impiden escuchar la voz de Dios que clama en el desierto de nuestra rutina diaria y nos invita a convertirnos y a sacudirnos la modorra de una fe cómoda y poco comprometida.

Hoy la Palabra de Dios nos invita a estar en vela y a saber discernir y vivir la verdadera Navidad en medio de esta confusa mezcla de ruidos, luces de colores, compras, diversión, carrera frenética por tener y consumir más.

Adviento es una mirada primero hacia dentro, y además hacia fuera. Hacia dentro para mirarnos en sinceridad y analizar la jerarquía de valores en nuestra vida. ¿En qué estamos cimentando nuestro diario vivir? ¿A dónde vamos con tanta prisa, dejando en el camino tantas cosas importantes esenciales sin atender? Nuestro propio corazón, nuestros sentimientos, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra fe, nuestra amabilidad y solidaridad.

Adviento para mirar hacia fuera y hacia arriba. Mirando el mundo seguimos viendo tantas injusticias, tantas desigualdades, tantos enfermos de soledad, tanta impotencia para detener las guerras, el hambre, los desastres naturales, los sufrimientos cercanos y lejanos.

¿Qué hacer? La sociedad de consumo nos invita a evadirnos de esas realidades y nos seduce con sus cantos de sirena que nos prometen una falsa felicidad o nos ofrecen una caridad benéfica que adormezca nuestras conciencias entre tantas luces de neón y tanto escaparate plagado de rutilantes y seductores productos. Como cristianos no podemos simplemente conformarnos con vivir una Navidad como los demás. Para eso tenemos el Adviento, para prepararnos bien al encuentro con ese Jesús que viene a nuestras vidas cada día, que quiere nacer en nuestros corazones en cada momento, en cada persona, en cada pobre que nos necesita.

Adviento es tiempo de esperanza. ¡Qué hermosa coincidencia que el Papa Benedicto publique en estos días una encíclica precisamente sobre la esperanza, tras la primera encíclica sobre el amor! Y es que un cristiano no cae en el pesimismo ante lo que ve, porque sabe que en el horizonte de nuestra vida está Dios y con Él podemos transformar esta realidad llena de injusticias, pero también llena de mucha bondad y belleza, que nos rodea. Y es que el mensaje del Adviento no es un mensaje catastrofista, sino un tiempo para la esperanza. En medio de cualquier situación humana, se cual sea, no debemos desanimarnos, debemos mirar a Cristo que viene, que ya está en medio de nosotros, que se camufla en el pobre y el necesitado, en quien necesita de nuestro amor. Ahí reside la auténtica liberación que nos trae Cristo, la felicidad que nos promete, el verdadero significado de la Navidad.

Adviento nos llama a volvernos una vez más a Dios, a través de una mayor vida de oración, de una más asidua participación en la Eucaristía y en la comunidad cristiana, a través de una más auténtica solidaridad con los más necesitados.

La verdadera preparación a la Navidad no consiste en pretender nuestras vidas de muchas cosas materiales, de caer en la droga del comprar por comprar, pensado quizá que en tener más consiste en ser más feliz.

Miremos desde ahora a Belén. Dejemos que desde este primer domingo nuestras vidas se vuelvan hacia la estrella de luz que surge de aquel sencillo pesebre.

Preparémonos por dentro, dejemos de buscar la felicidad fuera de nosotros, como nos dice el cuento de hoy. Dios está dentro, en lo más íntimo de nosotros mismos, como decía San Agustín.

Que la voz de Dios resuene en nuestras vidas. Hagamos espacio de silencio, de oración, de escucha. Dios viene, Dios está entre nosotros. Somos nosotros quienes debemos ir a El y reconocerlo, escucharlo y amarlo.

En este tiempo y en esta sociedad nuestra donde abunda mucho la risa, el bienestar y el ruido, pero no siempre la alegría verdadera y la felicidad, más que nunca es actual el mensaje sencillo, humilde, alegre y solidario de la Navidad.

Nosotros, los cristianos, somos los primeros que tenemos que dar ejemplo y convencer a los demás de la verdadera celebración de la Navidad. ¡FELIZ Y VIGILANTE COMIENZO DEL ADVIENTO PARA TODOS!.