IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Diego Millan García

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EVANGELIO

Mt. 5, 1-12a


“En aquel tiempo, al ver Jesús al gentío, subió a la montaña, se sentó, se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

PALABRA DEL SEÑOR.

 


CUENTO: LA VOCACIÓN DE HACER FELICES A LOS DEMÁS

Había una vez una ciudad llamada Rascanubes, la ciudad más moderna del mundo. Era tan moderna que nada quedaba por inventar.

Sólo se veían robots por la calle. No quedaban médicos, ni maestros, ni bomberos..Si alguien caía enfermo, iba un robotmédico a curarle. Si tenían que comprar algo, enviaban un robotcomprador. Los niños tenían robot para estudiar y para jugar.

Nadie en la ciudad se conocía porque nadie salía de sus casas. Todo lo que necesitaban lo tenían dentro. Bueno, no todo. Había una cosa que no tenían y todos necesitaban: la alegría. La enfermedad típica de esa ciudad era la tristeza. Estaban todos enfermos de no saber reír ni sonreír.

Un día llegó a la ciudad un joven, oriundo de un pueblo llamado Rascasuelos. Lo habían enviado a esa ciudad para que conocieran de sus inventos y así poder modernizar su pueblo. Pero el joven no encontraba a ninguna persona para preguntar. Estaba cansándose de tanto robot y de tanto invento. ¿Dónde estaban las personas de aquella ciudad?.

Caminando por la calle escuchó a alguien que estaba llorando, ¡Era una persona!. Fue corriendo hacia allí, se asomó por una ventana y vio a un niño llorando. El joven comenzó a conversar con él y se pusieron a jugar. El niño empezó a sonreír, luego a reír, y más tarde ya eran carcajadas lo que se escuchaba por todo el vecindario.

Aquello tuvo un efecto mágico. Todas las personas que estaban encerradas en sus casas se asomaron por las ventanas. Hacía años que no reía un niño. Y todos comenzaron a salir a la calle para ver aquello.

Pronto la risa empezó a contagiarse. La enfermedad de la tristeza desapareció por completo. Y la ciudad dio las gracias al joven por haberles devuelto la alegría.


ENSEÑANZA PARA LA VIDA:

Hemos escuchado en este domingo lo que sería la esencia del Evangelio, lo que lo resume, su constitución: las Bienaventuranzas. Pero las hemos oído tantas veces que ya apenas nos impresionan o quizá nos parecen fuera del tiempo.

Los propios cristianos las hemos desprovisto de su sentido revolucionario o las hemos convertido en una utopía fuera de este mundo real. Sin embargo, ahí están, vivas y actuales como siempre, o más que nunca.

Si a algo aspira el ser humano es a conseguir la felicidad. Y si algo son las Bienaventuranzas, son las pautas para ser verdaderamente felices. Lo que pasa es que lo que proponen no está de moda, aunque estemos de ello más necesitados que nunca: la paz, la sencillez, la justicia, la solidaridad, la misericordia, la coherencia, la honestidad, la compasión, la alegría.

No son cosas de fuera de este mundo. Pero resulta que hoy lo que se lleva es aparentar lo contrario. Buscamos la felicidad y aparentemente la conseguimos en el éxito, la moda, el consumo, la agresividad y competitividad, el egoísmo y el individualismo, el despilfarro que provoca la desigualdad, la falta de respeto al otro. Y así están nuestras ciudades y nuestros países: aumento constante del estrés, de las familias desintegradas, de las depresiones, de las visitas a psiquiatras, de los suicidios de jóvenes, del consumo de drogas y alcohol, en el fondo, de tristeza que denota falta de auténtica felicidad.

Tenemos los últimos modelos de teléfonos móviles, de videojuegos, de consolas, de todo tipo de aparatos que lo único que hacen es aislar a la gente y a las familias. Nos pasa como al pueblo de cuento, hemos perdido la alegría, nos falta humanidad, ya no compartimos con los demás.

Y con todo este panorama, quién puede decir que no son actuales las Bienaventuranzas, más que nunca. Pero no para ser predicadas, sino para ser vividas. Porque nosotros muchas veces nos dejamos llevar más por el espíritu de esta sociedad materialista, que por el espíritu del Evangelio de Jesús.

Debemos convencernos de que el mensaje de las Bienaventuranzas es maravilloso y practicable en este mundo y necesario para ser felices de verdad. Si las vivimos primero nosotros, el mundo empezará a preguntarse y quizá un día comenzarán a acercarse para preguntar qué es lo que nos hace a nosotros felices. Pero mientras tanto cristiano vaya con cara de viernes santo y no de mañana de resurrección, seguirán las Bienaventuranzas como pieza de museo, para ver y leer, pero no para vivir.

¡Dichosos los que se creen que las Bienaventuranzas es el verdadero Código de la Felicidad!. ¡Y DICHOSA Y BIENAVENTURADA SEMANA A TODOS!