X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Diego Millan García

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EVANGELIO

 

Mt. 9, 9-13

 

 

En aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de recaudador de impuestos, y le dijo:

“Sígueme”.

 

El se levantó y lo siguió.

 

Después, cuando estaba en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto, los fariseos preguntaron a los discípulos:

“¿Por que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores”?.

 

Jesús los oyó y les dijo:

“No son lo sanos lo que necesitan de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

 

 CUENTO:  DIOS NO SE FIJA EN LAS APARIENCIAS

 

El comandante en jefe de las fuerzas de ocupación le dijo al alcalde de  la aldea:

-“Tenemos la absoluta seguridad de que ocultáis a un traidor. De modo que, si no nos lo entregáis, vamos a haceros la vida imposible, a usted y a toda su gente, por todos los medios a nuestro alcance”.

 

En realidad, la aldea ocultaba a un hombre que parecía ser bueno e inocente y a quien todos querían. Pero, ¿qué podía hacer el alcalde, ahora que se veía amenazado el bienestar de toda la aldea?. Días enteros de discusiones en el Consejo de la aldea no llevaron a ninguna solución. De modo que, en última instancia, el alcalde planteó el asunto al sacerdote del pueblo.

 

El cura y el alcalde se pasaron buscando toda la noche buscando en la Biblia y, al fin, apareció la solución. Había un texto en las Escrituras que decía:

“Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación”.

 

De forma que el alcalde decidió entregar al inocente a las fuerzas de ocupación, si bien antes le pidió que lo perdonara. El hombre le dijo que no había nada que perdonar, que él no deseaba poner a la aldea en peligro.

 

Fue cruelmente torturado hasta el punto de que sus gritos pudieron ser oídos por todos los habitantes de la aldea. Finalmente fue ejecutado.

 

Veinte años después pasó un profeta por aquella aldea, fue directamente al alcalde y le dijo:

-“¿Qué hiciste?. Aquel hombre estaba destinado por Dios para ser el salvador de este país. Y tú lo entregaste para ser torturado y muerto”.

 

-¿Y qué podía hacer yo?”, alegó el alcalde.

 

–“El cura y yo estuvimos mirando las Escrituras y actuamos en consecuencia”.

 

–“Ese fue vuestro error”, dijo el profeta.

 

–“Mirasteis las Escrituras, pero deberíais haberlo mirado a sus ojos y haber escuchado de verdad su mensaje”.

 

 

ENSEÑANZA PARA LA VIDA:

 

Retomamos este domingo el tiempo ordinario. Y lo hacemos con una idea realmente maravillosa: Dios es Dios de todos, no excluye a nadie; Dios no se fija en las apariencias humanas sino en el corazón de las personas.

 

En el evangelio de hoy se nos presenta el ejemplo de Mateo y su llamada por parte de Jesús. Mateo era un recaudador de impuestos, o sea, un colaboracionista de los romanos, que en ese momento colonizaban Palestina. Recaudador de impuestos, aparte de traidor, era considerado un pecador público, apartado de la participación en la religión judía. No podía ir al templo ni rezar en la sinagoga, era un “apestado” social y religioso, un “hereje” religioso. Y a éste hombre al que Jesús llama, para escándalo de los bienpensantes de la época, los fariseos.

 

Y es que no es para menos. Jesús decide elegir para apóstoles a hombres fuera de la ley o de clases sociales bajas, incultas y poco practicantes de la religión oficial: pescadores, recaudadores de impuestos… ¡Vaya compañía la que se echa Jesús!.

 

¿Qué podía esperar de los guardianes del orden?. Pues escándalo y condena, como así ocurrió, condena que lo llevó hasta la cruz.

 

Pero qué extraordinaria lección de amor. Dios no se fija en las opiniones humanas, ni en el pasado de las personas, busca lo mejor del corazón humano para que emerja y se haga luz para otros.

 

Leví era el nombre judío de aquel apóstol evangelista. Se pasó a llamar Mateo, regalo de Dios, en su nombre griego. Transformación no sólo del nombre, sino de la misión encomendada por Jesús.

 

Quien ha sido un apestado para los hombres, será, por gracia divina, un regalo para los hombres.

 

Quien ha sentido en sí mismo cómo Dios lo perdona, lo transforma, no puede desde ahora en adelante no ser otra cosa que mensajero de ese amor y perdón que él mismo ha experimentado. Experiencia que todos podemos tener.

 

Quién se considera digno del regalo de la fe. Quién se considera tan perfecto que no necesite del perdón de Dios. Quién no ha sentido en su propia persona la experiencia de la debilidad frente a un don tan grande.

 

Pero qué fácilmente nos olvidamos de eso, qué fácilmente nos volvemos intolerantes y crueles con los defectos de los demás, qué fácilmente juzgamos, no el corazón, sino las apariencias, como les ocurrió también al cura y al alcalde del cuento de hoy.

 

El otro día leí una idea muy bonita. Decía que los santos no son sino diablos vueltos hacia el bien, es decir, que nadie puede considerarse perfecto, que todos podemos albergar algo de diablo, que lo importante es transformar esa posible energía negativa, por obra de Dios, en energía humanizadora y positiva, como le ocurrió a Mateo y a tantos otros que se dejaron humildemente llenar del amor infinito y misericordioso de Dios.

 

Aprendamos de este evangelio y de este cuento, a no ser intolerantes, a no creernos buenos, a ser más humildes, a no mirar las apariencias ni la historia pasada de las personas, a no fijarnos tanto en las sombras de los demás. Todos tenemos algo de Leví y mucho de Mateo.

 

¡QUE PASÉIS UNA MUY FELIZ SEMANA!.