Solemnidad. Santa María, Madre de Dios
San Lucas 2, 16-21:
Vivamos nuestro tiempo desde nuestra adhesón a Cristo

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

 

 

Muy queridos hermanos y hermanos, en el Señor de la Historia, Cristo Jesús.

 

Estamos terminando un año más, 2008. Los invito a que aprovechemos los últimos momentos de este año de una manera sensata; en medio de tanto ajetreo serenémonos un poco, y entremos dentro de nosotros mismos; reflexionemos, oremos, compartamos amistosa y familiarmente desde la fe estos últimos momentos en vez de terminar el año de una manera vana, ruidosa o alocada.

 

Esta noche estamos reunidos en la Casita de nuestra Niña y Madrecita Guadalupe: Para tomar conciencia del tiempo, del valor del tiempo, la densidad o vaciedad del tiempo; de la oportunidad del momento presente.

 

Para agradecer: el tiempo es un don que viene cargado de dones; es el hilo que teje nuestra historia, es correo de gracias y bendiciones. Para esperar: confiado en la nueva hora, en el nuevo día, en el nuevo año, No cualquier tiempo pasado fue mejor. No es cuestión de suerte, si no de fe y de responsabilidad.

 

En el Apocalipsis (1, 18) Cristo resucitado aparece como el Señor del tiempo, el Primero y el Último, << el que vive (…) y tengo las llaves de la muerte y el infierno>>. Son las llaves de la vida y la libertad, las llaves del futuro y del tiempo. Son llaves decisivas. Tienen el poder más grande. La buena noticia es que esas llaves están en buenas manos, en las manos traspasadas de Jesús.

 

Entonces tu vida ha de cambiar, ya no tienes nada que temer. Ya no puedes mirar al futuro con angustia. Ya la misma muerte se convierte en amiga.

 

Pide a Cristo que te abra la llave del mañana; será una nueva oportunidad. Cada día una nueva promesa. Pide a Cristo que te abra las llaves de las muertes: cada muerte, cada dolor, cada tristeza, cada caída, cada pecado… serán semillas de resurrección.

 

Pide a Cristo que te abra las llaves de los infiernos; cada esclavitud, cada persecución, cada incomprensión, cada lucha, cada esfuerzo, serán peldaños de liberación. Así, la última puerta de la muerte te llevará a la vida; la última puerta del infierno te llevará a la dicha.

 

Señor, abre las puertas del infierno para que salgan todos; cierra con seguro esa puertas para nadie entre. El tiempo –Cronos– no es un dios que nos devora, es una oportunidad de crecimiento y de siembra. Todavía podemos ser más y hacer más y servir más y liberar más y amar más.

 

No nos aflijamos por el paso del tiempo. No tengamos miedo de envejecer. Cultivemos, cada día la esperanza de un día mejor. Solo una cosa, una condición: que a cambio tú le des a Cristo las únicas llaves que él posee; las llaves de tu corazón y te llene de esperanza.   

 

La esperanza atrae al futuro dentro de lo presente, de modo que el futuro ya no es puro <<todavía no>> (Spe salvi 7).

 

Cristo es el día sin ocaso, el lucero que no se apaga, la llama que siempre arde. Él no puede llenar de luz todas las noches. El puede llenar de fuerza todos los vacíos. El puede dar densidad y contenido a todos los instantes.

 

Todas las cosas y todos los acontecimientos pueden tener extraordinaria densidad si ponemos en ellos la marca del Espíritu de Cristo, el sello encendido del amor. El amor vence la temporalidad. El amor que participe de la verdad de Cristo, esa amor esponsal o familiar, sea amor de amistad y cercanía, sea amor de servicio y entrega.

 

Aprovechemos estos últimos momentos para AGRADECER: A aquellos que con su manera de ser, te ayudaron a ser más humano, más sencillo, más sensible a las cosas de Dios.  A aquel que, inesperado y oportuno, supo escucharte compresivo. A aquellos con quienes compartiste tus ratos de juego.

 

A aquel que te ayuda a desvelar tu riqueza interior.  A aquel que con su gran bondad te hizo ser sencillo.  A aquel que descubriste un día y <<se quedó en ti>>.  A aquel que corrigiéndote con cariño te hizo caminar.  A aquel que con su vida incansable te animó a luchar. A aquel que sin cansancio siempre esperó lo mejor de ti.

 

A aquel que te exigía siempre haciéndote crecer en grandeza.  A aquel que te hace sentir importante cuando necesita de ti.  A aquel que estando lejos lo sentiste cerca.  A aquel que con su desacuerdo te hace descubrir tu verdad.  A aquel sabes que te quiere y siempre te espera. Aquel que siempre te anima a ver lo positivo.  A aquel que te quiere como eres, animándote a crecer.

 

A aquel que con su necesidad de ti hizo que te sintieras <<único>>. A aquellos que con su experiencia interior te ayudaron a conocer a Dios y te anunciaron la buena noticia de que: Dios es tu mejor amigo y te ama.

 

Aprovechemos estos últimos momentos del año 2008: PARA PEDIR PERDÓN: Por nuestras faltas de fe. Por nuestros miedos y desconfianzas. Por nuestras omisiones y dejaciones. Por nuestras prisas y aturdimientos. Por nuestras ligerezas y rutinas. Por no dar el fruto esperado.

 

Por hacer sufrir a otros.  Por no correr en ayuda a otros. Por nuestros menosprecios e intolerancias. Por no compartir con los hermanos. Por mi orgullo y endiosamiento.  

 

María, Muchachita; Niña mía la mas pequeña: Te encomendamos este año que comienza. Nos ponemos en tus manos para que nos conduzcas por los caminos de fraternidad, justicia y paz. Líbranos de la soberbia que ignora, oprime o aniquila a los que apenas comienzan a vivir. Enséñanos a caminar por los senderos de la concordia y el respeto a los más débiles. Te pedimos para nuestros gobernantes la sabiduría de ponerse al servicio y la promoción de la vida, especialmente de los que menos cuentan para el mundo. Te pedimos por las familias para que sean verdaderas escuelas de desarrollo integral. Te pedimos por los pastores, especialmente los obispos, para que cada vez más den testimonio de servicio humilde y desinteresado a todos, a fin de que la Iglesia sea un lugar privilegiado de encuentro con tu Hijo, Señor de la vida.

 

 Amén.