Viernes Santo de la Pasión del Señor
San Juan 18, 1-19, 42:
¡Tu cruz adoramos Señor! ¡Tu santa resurrección alabamos y glorificamos! ¡Por el madero ha venido la alegría al mundo entero!

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

¡Tu cruz adoramos Señor! ¡Tu santa resurrección alabamos y glorificamos! ¡Por el madero ha venido la alegría al mundo entero!

 

Hermanos y hermanas muy queridos, en Cristo muerto y resucitado. Estamos contemplando esta tarde el paso de Dios por la noche del hombre. En verdad que Dios ha bajado mucho, ha descendido ante las simas más oscuras de la existencia humana, hasta los infiernos de la soledad, de la tristeza, del miedo, de la angustia y del dolor. Por eso este paso de Dios realizado en Cristo pudo iluminar todas las noches humanas. Cuando termine ese paso; cuando todos los rincones oscuros sean iluminados podemos hablar del paso definitivo de la Pascua.

 

Esta tarde, mis amados hermanos y hermanas, nos reunimos para contemplar el rostro doliente de Cristo crucificado. Queremos acercarnos al misterio de su pasión y de su cruz. Queremos comulgar con sus padecimientos. Queremos agradecer la inmensidad de su amor. Al comenzar esta tarde la celebración de la Muerte de Cristo, celebración austera, pero no triste, celebración sobria, pero cargada de emoción, cargada de sentimiento. Todos hemos caído en tierra: arrodillados o postrados, en silencio meditativo y agradecido, es la actitud de quien adora. Ante esta realidad de un Dios que muere por nosotros, mis hermanos y hermanas, ¿qué otra cosa podemos hacer? sino echarnos por tierra repitiendo en el corazón: qué grande y que fuerte Dios mío es tu amor. Tu amor ha llegado hasta el fin, tu amor nos ha salvado. Gracias, muchas gracias, Señor Jesús. Muchas gracias porque tu cruz nos has redimido. Hoy Señor Jesús permítenos poner todas nuestras miserias y porquerías, y pecados, en esa cruz bendita. Permítenos Señor poner nuestro orgullo en tu cabeza coronada. Permítenos poner nuestras codicias en tus manos abiertas. Permítenos poner nuestros oídios en tu corazón traspasado.

 

Para nosotros es una cruz gloriosa rebosante de amor. Para Ti, lo sabemos Jesús, fue un infierno de dolor, de angustia y abandono. Cargaste con nuestro pecado y en tus heridas fuimos salvados. Has muerto, Jesús, para que nosotros no muriéramos, te convertiste en fuente de gracia para lavar toda mi suciedad. Señor Jesús dentro de tus yagas se escóndeme para que pueda bañarme en el océano de tu misericordia. Como he dicho ya, mis amados hermanos y hermanas, la celebración de hoy es notablemente sobria y a la vez muy rica en signos y profundamente expresiva. Toda ella se centra en la cruz, en el madero de la cruz, como signo privilegiado diríamos a manera de sacramento por lo que ella significa y realiza en la vida del creyente.

 

Hoy, de hecho, la Iglesia no celebra la Eucaristía, el más importante sacramento del culto católico, pero asistimos al memorial mismo de la muerte del Cordero Pascual. Como que la Iglesia nos hace hoy vivir de cerca el mismo acontecimiento dramático que da origen a la Eucaristía.

 

Los invito, mis amados hermanos y hermanas, a que vemos en la cruz algunos aspectos, que a lo largo del Año Litúrgico pasamos desapercibidos. La cruz implica sufrimiento, pero se tarta del sufrimiento que lleva a la alegría; del sufrimiento que lleva a la Pascua. Hoy ya es Pascua a través de las humillaciones, de las vergüenzas y del escándalo que suscita en muchos Jesús es glorificado por el Padre. Y Él por su parte da gloria al Padre.

 

Mis amados hermanos y hermanas, al contemplar mediante la escucha del profeta Isaías. La figura del Siervo y recorrer la pasión de Jesús nos movemos a compasión. Esto es natural, pero la intensión de la Iglesia la hacemos vivir, estas experiencias van mucho más lejos de una mera provocación de los sentimientos. San Juan en su Evangelio del cual hemos escuchado la pasión de Cristo nos quiere llevar a contemplar la gloria de Jesús en el trono de la cruz. San Ignacio de Loyola nos enseña a pedir dolor con Cristo dolorido; quebrando con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo paso por todos. Francisco de Asís no dejaba de contemplar a Cristo crucificado, le miraba con tanta intensidad que pudo decir: me sé de memoria a Cristo crucificado. Hermosa sabiduría, aprendió a ser lo que no dejó de contemplar, se compenetró con Jesús crucificado. Tenía tan grabada en sí la imagen de Jesús crucificado que terminaría por convertirse en un Cristo sangrante, estigmatizado, con 5 yagas dolorosísimas, pero bien hermosas.

 

Mis amados hermanos y hermanas, en efecto el Viernes Santo no es una ocasión en la que se privilegie la compasión de Cristo; esta es la actitud tal vez más común en la piedad popular, pero la liturgia nos invita a ir más allá del sentimentalismo o incluso de un auténtico sentido de compasión. La Iglesia mediante su liturgia nos invita a creer en el Mesías crucificado y aceptar en la fe que la muerte de Cristo es el acto de amor supremo de Dios por medio del cual nos salva. Que Dios ha querido manifestar todo su poder en la debilidad de la cruz. Que la locura de la cruz es más sabía que la sabiduría del mundo.

 

La Iglesia mediante su liturgia nos invita a creer en el Mesías crucificado y aceptar en la fe que a partir de la muerte de Jesús en el Clavario todo en la vida del creyente adquiere un sentido imposible de alcanzar por otros medios. Que gracias a la cruz del Señor podemos tener la certeza de que todos nuestros pecados han quedado perdonados. Que después de la cruz no existe otra fuerza mayor en el mundo que no sea la del amor y finalmente que la vida adquiere su mayor sentido en el amor, en la donación, en la entrega total.

 

Mis hermanos y hermanas, adoremos a Cristo en su trono de gloria, en la cruz.