Solemnidad: San José, esposo de la Virgen María
San Mateo 1, 16.18-21.24a

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

Mis amados hermanos y hermanas, en medio del Tiempo de la Cuaresma celebramos con gran alegría, con profundo gozo la fiesta del señor san José. El siervo prudente y fiel a quien el Señor puso al frente de su familia. Un santo muy querido, un santo muy popular y es que en él se repite la predilección de Dios por los humildes y sencillos. Fue elegido para llevar adelante la misión de dar su apoyo a Jesús y a María. Casarse con María y hacer padre de Jesús, sabiendo que era el Hijo engendrado por obra del Espíritu Santo.

 

En el Evangelio José no destaca, sencillamente escucha a Dios, cumple su misión. José es de la estirpe de David, carpintero en Nazaret, casado con María, padre adoptivo de Jesús son los datos escasos, que nos presentan los evangelistas. No nos transmiten ninguna palabra suya, su rastro se pierde, cuando Jesús tiene 12 años. Cuántas representaciones nos hemos encontrado, cuántas pinturas, cuadros en donde está María y Jesús en el centro, y también san José pero aún lado así como queriendo desaparecer, casi diciendo: que no es importante él en la escena.

 

Mis hermanos, que gran misión cumplió José. Desde el comienzo san José ha confiado en las palabras que en sueños ha recibido del ángel. Es un hombre que actúa siempre con discreción silenciosa y justamente en el silencio puede acoger la Palabra en su corazón. Está es una de las enseñanzas más importantes que nos da el señor san José. También, nosotros en la vida diaria, a menudo, estresada, con tanto vaivén, tanto movimiento, tanta agitación hemos de estar abiertos. En toda la Cuaresma se nos invita a esto: hemos de estar abiertos a escuchar la Palabra, que nos conduce a una vida renovada, a descubrir que nos habla Dios en los acontecimientos de nuestra vida.

 

En la primera lectura hemos contemplado como a David, que tenía el proyecto de construir un templo al Señor, Natán le promete que afirmará su descendencia y consolidará su realeza. Más allá de la persona de Salomón, es la descendencia de David la que es bendecida. Y corresponde al señor san José, su último descendiente, introducir al Hijo de Dios en este linaje. El Salmo Responsorial ha cantado esta promesa hecha a David, su descendencia perdurará eternamente. Pablo, en la segunda carta proclamada a los Romanos nos presenta bien claro, que la fe y la disponibilidad total de Abraham merecen recibir en su descendencia el fruto de su promesa. Su verdadera descendencia no es carnal, sino es espiritual: los creyentes, el pueblo de Dios, los seguidores de Jesús. José es un modelo, un instrumento dócil para la realización del plan de salvación.

 

Y después en el trozo del Evangelio de san Mateo contemplamos a José como el hombre elegido por Dios para introducir al Mesías en la descendencia de David. Gracias a las bendiciones prometidas a esta descendencia que entra en el plan divino de salvación convirtiéndose en el Padre legal de Aquel que la Virgen María engendró por obra y gracia del Espíritu Santo y le corresponderá a José imponer el nombre al niño. Jesús, Yeshua, que significa: salvador.

 

San José, mis amados hermanos y hermanas, sobresale por las virtudes propias de los elegidos de Dios. Nos dice el evangelio: que era un hombre justo, y que esto nos bastaría. José un hombre justo, un hombre bueno. La justicia y la bondad nos llevan a preocuparnos siempre por los demás, como es el caso de san José: antes del sueño, que en lugar de revelarse contra María porque estaba embarazada se propuso deshacerse en secreto el acuerdo matrimonial. No acudió a la ley y quería ahorrar a María el terrible peso de las normas de su tiempo. Intuía el misterio José, y como era hombre justo decidió mejor retirarse en secreto y no estorbar a los planes de Dios. Pero, su bondad se ve aumentada ante la voluntad de Dios revelada en el sueño del ángel. Él cree, él acata a Dios, él obedece a Dios, su bondad le lleva a orar con justicia.

 

Dentro de un momento, mis amados hermanos, cantaremos en el prefacio: es el hombre justo que diste por esposo a la Virgen, Madre de Dios. Bondad y justicia se encuentran en José, que se olvida sí mismo, que deja al margen las dudas, que deja al margen los miedos y como María se dispone a cumplir la misión que viene de Dios.

 

¿Cuántas veces, mis amados hermanos y hermanas, nos iría bien a nosotros dejarnos llevar por la bondad que hay en nuestro corazón? Debemos procurar no ahogarla con nuestros intereses y egoísmos al mismo tiempo debemos ser justos dando a cada uno lo que se merece y todo el mundo merece ser amado, todo mundo merece ser valorado, todo el mundo merece ser respetado. Es también justo que reconozcamos a nuestro Dios; que lo alabemos; que lo bendigamos; que lo amemos más allá de las dudas; más allá de los problemas y de las cosas que nos cuesta trabajo aceptar de nuestra vida.

 

Mis amados hermanos y hermanas, aquí está la enseñanza que nos da el señor san José a nosotros hombres del tercer milenio. El justo que cumple lo que Dios espera de él y José lo cumple: toma a María con su vida y su destino, sin comprender nada de lo que ocurre, sencillamente porque Dios lo quiere. Toma a Jesús como hijo suyo y como buen padre se ocupa de él, porque Dios lo quiere, obedece a una revelación en sueños y pasa a segundo plano. Por eso algunos pintores así nos lo presentan, como queriendo desaparecer y hasta con una túnica verde, amarilla, descolorida y otros hasta de pilón viejito. Yo no me imagino a José viejito, seguramente fue un joven, apuesto, guapo para la Reina del Cielo, para la Madre de Dios, pero hubo épocas en las que por proteger a María en su castidad, en su virginidad le ponen un viejito, el patriarca, no.

 

Mis amados hermanos, el señor san José tiene tanto que enseñarnos, tanto que decirnos, verdad, obedece siempre a Dios más que a las normas humanas, él sí que vivió lo que dicen los apóstoles después de la resurrección cuando son perseguidos: es más importante y debemos obedecer primero a Dios antes que a los hombres. Esto lo hace José por amor y fidelidad por eso es contado entre los justos del pueblo de Dios, como Noe, como Abraham, como Moisés, como David, etc.

 

Otra dimensión que honra a san José es su capacidad de servicio con prontitud, con rapidez. Cuando José despertó, dice el evangelio, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor. Servir movido por la fe lleva a serlo con disponibilidad y sin tardanza, sin duda en corazón de José poco a poso iba creciendo la alegría de estar haciendo algo incomprensible, pero que ayudaba al plan salvador de Dios.

 

Recuerdo que la beata Teresa de Calcuta decía a sus hermanas: que si aceptamos hacer un servicio por difícil que esto sea lo tenemos que hacer con alegría, sino no lo aceptemos. Es aquí donde yo quiero recordar al padre Javier González, gran músico, gran sacerdote, siempre alegre, siempre sirvió con alegría. En 1991, después de padecer una embolia, miren, él dio testimonio de lucha al no dejarse llevar por la enfermedad y continuar animosamente con su labor sacerdotal. Sabemos que el padre Javier González desde muy jovencito, apenas adolescente a los 14 años comenzó ya a dirigir el coro del seminario, del Seminario Conciliar de México, de nuestro seminario. A los 19 años dio sus primeros pasos en la dirección orquestal y en 1958 a los 23 fue enviado a Roma donde se diplomó en musicología, composición y canto gregoriano. Le tocó el concilio allá, y regresa a México empeñado en poner en práctica el Concilio Vaticano II, para promover el desarrollo de la fe católica, para lograr una renovación moral en la vida cristiana de los fieles y sobretodo adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades de momento, con las maneras, los métodos del momento. El fue nombrado secretario particular del Arzobispo, de entonces, Primado de México Don Miguel Darío y Gómez, quien nos ordenó prácticamente a los que estamos aquí en el presbiterio, a la mayoría.

 

Y después fue nombrado director de la Escuela de Música Sacra de México institución que más tarde se convertiría en el Instituto de Liturgia Música y Arte Cardenal Miranda, de donde el ahora monseñor Guillermo Moreno Bravo y su servidor fuimos los primeros diplomados, los primeros formados en esta institución. El padre Javier siempre se distinguió por su alegría, por su buen humor y participaba en diversos programas de televisión, de radio. Recuerdo que fue director titular del Coro de infantes de esta Insigne y Nacional Basílica de Guadalupe formador de varios de los adultos, que están aquí, cantores. Fue director del Coro Vague, del Coro de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México y del Coro de la Opera de Bellas Artes. Su trayectoria, pues, como director de orquesta y coro fue reconocida por la unión mexicana de coristas, de teatro y música en diversas épocas, en diversos momentos. Quien estuvo presente, al frente de la parte musical de las primeras visitas de Juan Pablo II. El padre Javier, descanse en paz, intercede por nosotros en el cielo, que como el señor san José y como tú también nos diste testimonio este servicio pronto, expedito y eficaz. Que así como decía la beata Teresa de Calcuta a sus hermanas: sí aceptas hacer un servicio por difícil que este sea hazlo con alegría, sino no lo hagas, no lo hagas a regaña dientes.  El señor san José nos enseña mucho de esto. El padre Javier lo mismo esto debería de ser distintivo nuestro y es como alcanzamos la santidad, es como alcanzamos la alegría de vivir la plenitud de la vida.

 

Mis amados hermanos, pensemos en esto, pensemos en esta Palabra, como san José también nosotros necesitamos ver cuales son las actitudes y los medios más precisos para amar, para ayudar a los demás, para creer más en Dios. Cada uno tendría que esforzarse en ser fiel en la vocación recibida utilizando estos medios, no hay otros.

 

San José se dejó llevar por la fe y amó a Jesús con un amor de padre, que él sea modelo para los padres de familia, que él renueve las familias con aquellas actitudes básicas que enriquecen la buena convivencia y aumenta la fe, la esperanza y el amor.

 

Mis hermanos y hermanas, acojamos también nosotros al Señor Jesús, que se nos ha dado en su Palabra y que se nos va a dar en la humildad y en la sencillez del pan en la Santa Eucaristía. Seamos como san José fiel a su amor.

 

Que así sea.