XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,30-34: Descanso y servicio

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

Alabemos, hermanos y  bendigámoslo, por su gran misericordia por la cual nos envió a su Hijo Jesucristo para revelarnos el gran amor con que nos ama desde el primer instante de nuestra existencia. Él jamás cesa de buscarnos y de mirar por nuestra salvación, es decir, nuestra salvación y nuestra felicidad. Es el Pastor, el verdadero y único, siempre cercano y atento a nuestras necesidades, pronto a la misericordia y lento al castigo.

 

Hermanos, la Palabra de Dios nos permite conocernos a nosotros mismos, pero su primer objetivo es revelarnos el misterio de Dios; sus rostros; las diferentes facetas de su misterio de amor que nos hacen experimentar su presencia bienhechora y que nos permiten  confiar en Él como Padre siempre solícito para atender las necesidades de su pueblo.

 

Jesucristo, el Hijo de Dios y Dios mismo, por su encarnación, es la presencia divina entre nosotros que nos acompaña siempre con la solicitud del Pastor, maestro y guía con una cercanía que percibimos sólo por la fe y el amor que le profesamos en la medida en que lo vamos conociendo y tratando en la escucha de su palabra y en la oración, especialmente en la Eucaristía.

 

Podríamos pensar, mis hermanos, que las lecturas de hoy, como sucedía con las del domingo pasado, nos lleva a reflexionar en la misión de los responsables de las comunidades cristianas, empezando por el Papa y los obispos, pero también por los presbíteros y diáconos. Y ciertamente conviene que nosotros seamos los primeros en asumirlo. Especialmente este año que el Papa ha querido dedicar a los sacerdotes.

 

Sin embargo, mis queridos hermanos, al reflexionar en la Palabra que nos transmiten los textos de la Escritura el día de hoy; y sobre todo en una reflexión comunitaria en la asamblea dominical, hemos de ensanchar la mirada de una manera más amplia de forma que todos los que participamos en la Eucaristía y todos los miembros de la Iglesia nos demos por aludidos, puesto que no podemos reducir el mensaje litúrgico de la Palabra a una porción de ella, como serían los pastores, es decir, los ministros consagrados por sacramento del Orden.

 

Ciertamente, mis hermanos, las lecturas bíblicas de hoy se refieren directamente a los pastores o guías del pueblo. Tanto Jeremías en la primera lectura como Jesús en el evangelio nos hacen fijar la atención en los servidores del pueblo. Así, tenemos que en la primera lectura el profeta, en un primer momento, reprocha en nombre de Dios la conducta de los jefes de Israel, es decir los reyes a quienes amenaza con el exilio para ellos y para el pueblo. Y, en un segundo momento, anuncia la restauración con el regreso del destierro bajo la guía de Dios mismo, al principio, pero después mediante un renuevo justo del tronco de David que reinará y hará que se viva de acuerdo con la ley de Dios pues será sabio ejerciendo su autoridad con el derecho y la justicia. 

 

En el evangelio, tenemos la continuación, más aún, la conclusión del evangelio del domingo pasado con el envío de los Doce quienes vuelven de realizar la misión que Jesús les encomendó y,  muy responsablemente llegan a rendirle cuentas del encargo que han cumplido fielmente. Jesús sabe que la tarea ha sido difícil y dura. Así que los invita a tomar ‒como decimos coloquialmente‒ un merecido descanso. Los lleva a un lugar apartado, solitario para descansar.

 

Jesús aparece en este pasaje como el verdadero pastor prometido tantas veces por los profetas del Antiguo Testamento. Primero por la sensibilidad ante la fatiga normal en la que se hallan los apóstoles a causa de la misión cumplida; pero después, inmediatamente, en cuanto llega a la otra orilla del lago, y a pesar de haberlos invitado y del deseo de estar con los suyos, se ve envuelto él mismo en una nueva actividad a la que se aboca por compasión de la gente que lo seguía, pues ERAN COMO OVEJAS SIN PASTOR.

 

Hermanos, el Papa Benedicto XVI dice que “el presbítero debe ser todo de Cristo y todo de la Iglesia, a la que está llamado a dedicarse con amor indiviso, como un esposo fiel a su esposa” (Angelus, 28 de junio, 2009). Esto, mis hermanos, es lo que nos dice, en otras palabras, en primer lugar el mensaje de la Palabra de este día. Y Jesús es el modelo, de una total disponibilidad, de la más completa sensibilidad para con aquellos a quienes está llamado a servir. Y si tiene que descansar, será siempre en función del desempeño de un servicio mejor. La vida del pastor, como lo podemos comprobar en los padres de familia, gira principalmente en torno a las necesidades de los otros, porque SU VIDA SE RIGE ANTE TODO POR EL SERVICIO. Precisamente a la medida del BUEN PASTOR.

 

Para apropiarnos este mensaje, todos podemos entenderlo y hacerlo vida en la medida en que tenemos responsabilidades para con otros. Como Jesús, hemos de estar a atentos no sólo a las necesidades del grupo o comunidad sino de todos y cada uno personalmente. Tengamos presente la imagen de Jesús que causó muy buena impresión en la antigüedad cristiana: la del pastor con una oveja sobre sus hombros. Este es el comportamiento que le conviene a la Iglesia toda, a cada ministro ordenado y cada uno de los fieles, miembros del Cuerpo de Cristo.

 

Así lo vivimos cada domingo, mis hermanos. Efectivamente, en la Sagrada Eucaristía dominical, Jesús, en la persona del sacerdote nos sirve con el anuncio de la Palabra, alimentándonos con ella que nos alivia y nos consuela, al tiempo que nos ilumina y nos fortalece para la vida. Especialmente nos santifica al darnos el Cuerpo y la Sangre del Señor. Servidos por Cristo, ahí aprendemos a servir en el amor y la fraternidad.

 

Que nuestra Dulce Señora del Tepeyac y amada Madrecita nos contagie de su disponibilidad generosa y alegre en el servicio, particularmente a los más necesitados y despreciados por nuestra sociedad. Amén.