XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 12, 38-44: Ha dado mas que nadie

Autor: Mons. Diego Monroy Ponce

Vicario General y Episcopal de Guadalupe y Rector del Santuario

 

 

Alabemos a Dios, todopoderoso y eterno que en su infinita grandeza, y desde su profunda ternura y caridad, ama a los más pequeños y a quienes así se hacen voluntariamente a ejemplo de su Hijo amado que, para acercarse a la criatura humana, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo (Flp 2,7).

 

Así nos lo enseñó Jesús, hermanos, no sólo con sus palabras y su doctrina sino con su propia vida al entregar, sin reticencia alguna, su propia sangre por nuestra salvación. Esta es la enseñanza de este domingo que, para hacernos entender más claramente, Jesús nos da mediante el contraste con que se dan las escenas que Él mismo relaciona inmediatamente en el pasaje del evangelio de hoy.

 

La primera parte del texto evangélico cierra la gran controversia de Jesús con los escribas y los fariseos mediante una grave advertencia suya a los discípulos frente a esos que eran vistos por la gente sencilla como autoridad religiosa y moral. Los señalamientos que Jesús hace en esta dura advertencia son muy significativos. En efecto, los acusa de vanidosos, hipócritas y codiciosos. Habría que leer la acusación más completa que contra ellos pronunció, según nos lo reportan los evangelistas Mateo (23) y Lucas (11,42-57; 20,45-47), ya que Marcos nos da sólo un pequeño resumen.

 

Encontramos el mismo tema tanto en la primera lectura como en el evangelio, y los contrastes, se dan dentro de ambas lecturas: en la primera, Jezabel, la impía esposa del rey, que vive en el lujo y tiene amenazado de muerte a Elías, contrasta con la viuda de Sarepta, que apenas tiene para comer por última vez ella y su hijo y, por órdenes de Dios, en un acto de confianza total en su providencia, comparte eso poco con el profeta; en la narración del evangelio, hay otra viuda que da todo lo que tiene al templo y se convierte, así, como la de Sarepta, en un modelo de fe y de entrega total a la providencia divina al dejar todas sus seguridades para abandonarse por completo a la misericordia de Dios; en este caso la viuda contrasta fuertemente con las actitudes de los escribas y fariseos vanidosos, hipócritas y codiciosos.

 

Centremos un poco más nuestra atención en las escenas del evangelio para captar la enseñanza con que Dios nos instruye: Después de la advertencia a sus discípulos frente a las actitudes escandalosas de los escribas, Jesús elogia de una manera singular la humilde generosidad de la viuda. Con esto Jesús, por un lado, reprueba una vez más la actitud enfermiza y miserable que podemos tener de buscar seguridades meramente humanas, como son el deseo desmedido y obsesivo reconocimiento de los demás; la tendencia a aparentar lo que no se es o no se tiene con tal de ocultar dobles intenciones, o mejor dicho, para ocultar las intenciones y los comportamientos torcidos que la misma conciencia reconoce y no se atrevería a exhibir abiertamente; y finalmente, la codicia con la que nos podemos comportar ante los bienes ajenos para aumentar nuestra seguridad de una manera deshonesta y violenta.

 

Por otro lado, Jesús hace un encomio sencillo, pero muy profundo, del desprendimiento total de toda clase de bienes con lo cual el pobre y humilde expresa su total confianza en la misericordia y providencia divinas. Aquellos buscan su propia gloria y de una manera ostentosa, mientras que los pobres dando todo lo que tienen lo hacen de la forma más discreta y, podríamos decir, furtiva y temerosa. Éstos actúan de una manera sencilla y limpia, a la vez que humilde, ES UNA VERDADERA ORACIÓN, UNA AUTÉNTICA PROFESIÓN DE FE Y UN ACTO PROFUNDO DE AMOR. El óbolo es insignificante pero es muy grande el de su amor y su entrega. Es un acto tanto más auténtico y perfecto cuanto es callado y humilde; un acto hecho con temor y temblor propios de un don humilde de sí mismo, realizado en el temor de que nos sea suficiente.

 

Hermanos, si somos sencillos y le damos la debida importancia a esta enseñanza divina, podemos aprender de esto, que a Dios cuyo rostros nos revela Jesús en sí mismo, no le importan los objetos ni las cantidades que damos. LO QUE ÉL VE ES EL CORAZÓN; LA LIMPIEZA DE INTENCIÓN con que damos o nos damos. Precisamente a la manera de cómo Dios y su Hijo Jesucristo se nos dan: SIN MEDIDA NI REGATEOS, puesto que, en realidad, DIOS no nos da de lo que tiene en abundancia, sino que antes que nada se nos da a sí mismo; nos da su vida misma. Y es esto lo que Él espera de nosotros: darnos como servidores de los pobres y de los pequeños.

 

Es esto, mis hermanos, lo que hoy estamos aprendiendo, en la Eucaristía dominical que fue desde el origen un signo de la caridad fraternal en Cristo que se hace presente en la asamblea PARA DÁRSENOS Y HACER QUE NOSOTROS SEAMOS CAPACES, no sólo de dar y compartir bienes materiales, sino DE DARNOS RECÍPROCAMENTE EN EL SERVICIO FRATERNO, pero también a los que están fuera de nuestro círculo religioso. Una comunidad fundada en la fe, el amor y la esperanza nace en la Eucaristía como su fuente, pero se expresa materialmente en la comunicación cristiana de bienes, de toda clase de bienes: espirituales y materiales. Es la manera más segura de crecer como comunidad parroquial, diocesana y universal.

 

Estoy seguro, mis hermanos,  de que, si nos esforzamos por entender y lograr esto, seremos un signo vivo del Dios que vive en medio de nosotros, como Padre amoroso y providente. Nuestra Muchachita y Celestial Señora y Madre nuestra, Santa María de Guadalupe y nuestro querido santo indio  Juan Diego Cuauhtlatoatzin, nos acompañarán con su intercesión. Amén.