XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 16,19-31. Cuidado con el dinero

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:

 

"En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico.

Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas. Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas'. Pero Abraham le contestó: 'Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males.

Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá'.

El rico insistió: 'Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos'. Abraham le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen'. Pero el rico replicó: 'No, padre Abraham.

Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán'. Abraham repuso: 'Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto'. (Lc 16,19-31).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario

Hoy Jesús nos vuelve a advertir sobre el peligro que significan las riquezas, incluso de perdición eterna. No maldice las riquezas, pues el dueño de todas ellas es Dios; lo que reprueba no es tener las riquezas, sino la forma injusta de adquirirlas, de no saber compartirlas y la ostentación dispendiosa en lujos y derroche ofensivo para disfrutarlas. El rico de la parábola es insensible ante las carencias de Lázaro y la suerte final de ambos es muy distinta. Si queremos que la nuestra sea diferente a la del rico egoísta, diferente ha de ser nuestra actitud ante los bienes materiales, ante los pobres y ante las diversas necesidades de la sociedad.

Hay personas que creen tenerlo todo, tratando de velar por sus propios intereses y que en nada se preocupan por los demás, cuyo corazón se hace insensible a las miserias de las multitudes de pobres que sobreviven a su alrededor. Cierran sus oídos y sus ojos a las quejas y lamentos de los marginados. De los que padecen secuestros, homicidios, asaltos, robos, violaciones, agresiones y violencias. Lo malo de todo esto, no está solamente en la existencia de estos delitos, sino también en la irresponsabilidad de aquellos que no hacemos nada para compadecernos eficazmente de tantos que son agredidos muy cerca de nosotros. El bien no está solamente en combatir a los agresores; ni el remedio está únicamente en nuestras autoridades civiles, policiales o militares, sino en que todos nos asociemos buscando soluciones ante el hermano que sufre vejación, sea quien sea. Lo malo del rico que se banqueteaba, no estuvo en sus riquezas, sino en no darse cuenta de que a su lado estaban los necesitados y para nada se ocupaba de ellos.

La “brecha” entre pobres y ricos, como lo ha repetido constantemente el magisterio de la Iglesia, se ha convertido en un “abismo” insalvable. Hay unos pocos millonarios cada vez más ricos, mientras crece el número de pobres y miserables. Hay países cuya economía ha crecido a costa de explotar a los países tercermundistas, o de protegerse y poner barreras, que no aceptan al comerciar ellos con los países menos desarrollados. Los países ricos aumentan más y más su bienestar material, mientras otros pueblos se ven condenados a no poder salir de su postración. El potencial económico de esas naciones es una prioridad para su gobierno y su pueblo, aunque se finque en la producción, venta y uso de armamentos para la guerra contra pueblos inocentes. Hace más mal al mundo el egoísmo de los ricos, que la miseria de los pobres; pero también hay que afirmar con tristeza, que no hay peor explotación, que la de un pobre contra otro pobre.

Si no hacemos caso a la Palabra insistente de Dios, que nos invita a inclinarnos hacia los que tienen hambre, al bien de la comunidad y a los que padecen toda clase de necesidad, no nos imaginemos llegar al cielo. No esperemos tampoco que se nos aparezca un muerto, para que nos confirme que en verdad existe el infierno, y hasta entonces decidamos cambiar de vida. Dios nos habla por medio de quienes nos recuerdan los derechos de Dios y las necesidades de los pobres. Si no se atiende a estas voces proféticas, ¡qué suerte tan desdichada nos espera! En cambio ¡Cuánto disfrutan quienes hacen felices a los demás! No hay mayor felicidad que hacer felices a otros. Todo lo de este mundo pasa; lo único que nos llevaremos serán nuestras buenas obras.

Hoy Jesús nuevamente nos enseña el verdadero valor de los bienes materiales. El dinero es bueno y necesario, no así la acumulación excesiva, que va acompañada de injusticias y de egoísmo ante los pobres. Si alguien disfruta en forma egoísta lo que tiene y nada comparte con los necesitados, se está ganando el lugar de tormentos, el infierno. ¡Y esta no es una amenaza piadosa, sino una advertencia muy real! El dinero no es la vida, sino un instrumento para vivir como Dios manda.