XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 16,1-13. La corrupción y el dinero

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Había una vez un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue acusado ante él de haberle malgastado sus bienes.

Lo llamó y le dijo: '¿Es cierto lo que me han dicho de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque en adelante ya no serás administrador'.

Entonces el administrador se puso a pensar: '¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener a alguien que me reciba en su casa, cuando me despidan'.

Entonces fue llamando uno por uno a los deudores de su amo. Al primero le preguntó: '¿Cuánto le debes a mi amo?' El hombre respondió: 'Cien barriles de aceite'. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, date prisa y haz otro por cincuenta'.

Luego preguntó al siguiente: ‘Y tú, ¿cuánto debes?' Este respondió: 'Cien sacos de trigo'. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y haz otro por ochenta'. El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. Pues los que pertenecen a este mundo son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz.

Y yo les digo: Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo. El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes.

Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?

No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero". (Lc 16,1-13).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

Jesús recalca hoy el peligro de endiosar las riquezas mal habidas, pero también nos hace ver que pueden ser redimidas, siempre y cuando se usen con creatividad para hacer el bien a los demás, como fue el caso del administrador que había malgastado los bienes de su amo. Se alaba su astucia, no su corrupción interesada.

La corrupción es como un pulpo inmoral cuyos tentáculos pueden estar metidos en todas partes, en todas las personas y en todas las instituciones; es un mal endémico, y no es exclusiva de un determinado grupo o sector. Uno de los peores enemigos del progreso en nuestros países es el mal uso de los recursos públicos, incluso de los préstamos recibidos que no llegaron a sus destinatarios.

Hay árboles parásitos que echan sus raíces hasta en los muros de los grandes edificios, y si se les tratara de arrancar, se vendría abajo la construcción. Así está a veces tan arraigada la corrupción.

Esta corrupción también se da entre los pobres. A sus propios trabajadores les pagan muy mal. Algunos jefes de empleados, les quitan, ya por sistema, parte de su sueldo a sus mismos compañeros.

Por otro lado, también hay que tener en cuenta que hay empresarios que, con sus ganancias, sostienen instituciones de servicio o beneficencia social; cubren becas para estudiantes; apoyan operaciones costosas de enfermos sin recursos; dan generosos donativos para obras buenas; reparten equitativamente las utilidades a sus trabajadores.

Los hijos de las tinieblas son más hábiles en sus negocios que los que pertenecen a la luz. En efecto, llama la atención cómo ganan espacios en los medios informativos, mientras los católicos bien instruidos no se atreven a hacer presencia para defender la verdad y el bien.

Los enemigos de la Iglesia se organizan y cuentan con abundantes recursos, por ejemplo para difundir el aborto y defender la homosexualidad, y los buenos creyentes se sienten acomplejados.

La Iglesia, en su liturgia, nos presenta a Jesucristo, quien, “siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Es el mejor modelo para saber cómo comportarnos ante el dinero, tan lleno de injusticias.

El criterio fundamental lo repite hoy Jesús: “En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”. El dinero es necesario y Jesús no lo menosprecia; sin embargo, nos advierte de su peligro, si lo idolatramos. Nos pide ser fieles administradores del dinero, para hacer con él méritos que nos abran el cielo.

Ante los que se aprovechan de los pobres, el profeta Amós les dice de parte de Dios: “Escuchen esto los que buscan al pobre sólo para arruinarlo... El Señor lo ha jurado: No olvidaré jamás ninguna de estas acciones” (8,4-7). Podemos burlarnos de la justicia de este mundo, pero no de la de Dios.

Los que se aprovechan de los pobres, la pagarán con Dios, quien “levanta del polvo al desvalido y saca al indigente del estiércol para hacerlo sentar entre los grandes, los jefes de su pueblo” (Salmo 112).

Jesús nos cuestiona al decirnos en este Evangelio: ¿Por qué han de ser más astutos los hijos de las tinieblas que los hijos de la luz? y hace un llamado a los ricos, para que se salven dejando de estar atados a su dinero, que a lo mejor obtuvieron a base de injusticias; que se desprendan de él, siendo creativos en ayudar a los demás; que se conviertan y dejen de robar; que aprendan de Jesucristo. El los ha hecho depositarios de esos bienes, a fin de que los empleen al servicio de sus hermanos, como de una hipoteca social.

Mientras los países ricos sigan endureciendo su corazón y no se apiaden de los países pobres, ni con los mejores sistemas de protección quedarán libres del terrorismo internacional, porque los seguirán viendo como enemigos y explotadores. “En resumen, no podemos servir a Dios y al dinero” (cfr. Lc. 16, 13)