XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 14, 1. 7-14. Humildes y generosos

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

""Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándole. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:

“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento.

Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

Luego dijo al que lo había invitado: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensado.

Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”. (Lc 14, 1. 7-14).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

En este domingo, Jesús nos invita a ser humildes y sencillos, como El: “Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

Jesús insiste en algo que pudiera parecer repetitivo, pero que es esencial en su vida y en su enseñanza: compartir generosamente con los demás lo que somos, lo que tenemos y lo que sabemos, es decir, ser solidarios, teniendo en cuenta el consejo de Jesús: “Cuando hayan hecho todo lo que les fue mandado, digan: Somos siervos inútiles; sólo hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 18,10).

Y aquel otro: “Cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa... Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha” (Mt 6,2-3).

La advertencia de Jesús es muy clara: “El que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido”.

En el Antiguo Testamento se da un consejo semejante: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te amarán más que al hombre dadivoso. Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas y hallarás gracia ante el Señor, porque sólo El es poderoso y sólo los humildes le dan gloria.

No hay remedio para el hombre orgulloso, porque ya está arraigado en la maldad. El hombre prudente medita en su corazón las sentencias de los otros, y su gran anhelo es saber escuchar” (Ecclo 3,19-21. 30-31).

El fatuo, el engreído y pagado de sí mismo, que cree que lo sabe todo, es un cae mal por soberbio y orgulloso. Dios mismo rechaza a los soberbios y acoge a los humildes.

Las realidades de nuestra vida son muy complejas y tienen muchos puntos de vista. Y nuestra vista depende del punto desde el cual observamos la realidad: No olvidemos que “todo punto de vista es sólo la vista desde un punto”.

En cambio, ¡Cómo apreciamos a los humildes y sencillos, que no presumen de sus valores y cualidades, de sus estudios y de su puesto!

Nos sentimos a gusto con alguien que vale mucho, pero no pretende imponerse ni humillar a los demás; no se gloría en hacer quedar mal a los “pequeños”. Así habríamos de ser todos, como dice el texto bíblico: “Hazte tanto más pequeño cuanto más grande seas”.

Es el ejemplo de Jesús, como dice San Pablo: “Nada hagan por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés, sino el de los demás.

Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre, y se humilló a sí mismo...” (Filip 2,3-8).

Es también el ejemplo de la Virgen María, quien se consideraba “la esclava del Señor” (Lc 1,38), y alababa a Dios por haber “puesto los ojos en la humildad de su esclava” (Lc 1,48).

En la segunda parte del Evangelio de este domingo, Jesús nos pide que demos preferencia no a los parientes, a los amigos y a los ricos, sino “a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos”. Si lo hacemos, seremos eternamente dichosos, pues Dios nos pagará con creces.

Dios es Padre de los pobres y cuanto invirtamos en servirlos, El lo premiará. Es una promesa que siempre cumple, pues “Dios es fiel” (1 Cor 1,9). Jesucristo no prohíbe la convivencia con la familia y con los amigos. Sólo advierte que ellos nos recompensan con nuevas invitaciones.

En cambio, los pobres no nos pueden pagar; pero lo que hagamos por ellos, Dios lo pone a nuestro favor. Por ello, si queremos ser dichosos, ahora y en la eternidad, nada mejor que poner creatividad en llevar a la práctica el ser humildes y generosos.