XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 12, 49-53. Jesucristo trae fuego y división

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

""En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega!

¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres.

Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra". (Lc12, 49-53).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!


Comentario:

En primer lugar, Jesús afirma que ha venido a traer fuego a la tierra. Jesús viene a traer el fuego del amor, como el de Pentecostés (cf Hech 2,3), que se posa sobre los apóstoles, los purifica y perdona, los enardece y apasiona para que se dediquen a predicar que Jesucristo vive, que ha resucitado y que es el único Salvador del mundo.

Es el "nuevo ardor" que exige la nueva evangelización, como dice el Documento de Santo Domingo: "Jesucristo nos llama a renovar nuestro ardor apostólico.

Para esto envía su Espíritu, que enciende hoy el corazón de la Iglesia. El ardor apostólico de la nueva evangelización brota de una radical conformación con Jesucristo, el primer evangelizador.

Así, el mejor evangelizador es el santo, el hombre de las bienaventuranzas. Una evangelización nueva en su ardor supone una fe sólida, una caridad pastoral intensa y una recia fidelidad que, bajo la acción del Espíritu, genere una mística, un entusiasmo incontenible en la tarea de anunciar el Evangelio y capaz de despertar la credibilidad para acoger la Buena Nueva de la Salvación" (Doc. Santo Domingo. 28).

En segundo lugar, la frase más difícil del Evangelio de este domingo es cuando Jesús dice que no ha venido a traer paz a la tierra, sino división. ¿Cómo se explica esto, si cuando nace se escucha el coro de los ángeles que cantan: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor" (Lc 2,14)?

Además, Jesús ordena amarnos y perdonarnos (cf Mt 5,38-48); ¿qué quiere decir que trae división? Se nos presenta como modelo de mansedumbre (Mt 11,29) y quiere la unidad de todos (Jn 17,21); ¿por qué dice que viene a dividirnos?

La explicación es sencilla. Cuando alguien decide seguir al Señor con toda radicalidad, provoca contradicciones a su alrededor (cf Lc 2,34). Así le sucede al mismo Jesús.

Hay quienes lo admiran y aclaman; otros pretenden deshacerse de El. Algunos de sus propios parientes piensan que se ha vuelto loco y quieren impedirle que continúe su actividad (cf Mc 3,21). En su propia familia experimentó la división, por ser fiel a la misión que el Padre Dios le había encomendado.

El fuego del amor que Cristo nos trae debe promover en nosotros la unidad, sabiendo respetar las legítimas diferencias y los matices culturales y religiosos.

La fe cristiana incluye tanto la evangelización, la catequesis, la liturgia y la oración, como la promoción humana. Las parroquias y las diócesis han de ser escuelas de oración, donde la liturgia se celebre como la Iglesia ordena, pero también centros donde se promueve la justicia y la fraternidad, el perdón y la reconciliación, la vida digna para todos, la defensa de los derechos humanos de todas las personas sin exclusiones, la búsqueda de alternativas para que a nadie le falte el pan de cada día, la salud y lo necesario para vivir como hijos de Dios.

Jesús no ha venido a traer una paz como la de los sepulcros, donde nada cambie y todo siga igual; donde las injusticias se perpetúen y la corrupción no ceda; donde el racismo y la discriminación sigan afianzados; donde los marginados sigan sin esperanza de un cambio real.

El fuego de su amor preferencial por los pobres y por los que sufren nos ha de mover el tapete de nuestras seguridades y cuestionarnos seriamente la conciencia. Debemos comprometernos para que haya más justicia, pero sin violencia y sin odios entre grupos y personas.

Es lo que puede comprobar cualquier cristiano que decide seguir fielmente a Jesucristo y vivir conforme a su Palabra. Muchos lo comprenderán y alentarán; pero otros lo criticarán e insultarán; incluso tratarán de quitarlo de en medio, aun con métodos violentos.

Lo mismo sucede a quien decide no embriagarse, mantenerse fiel a su matrimonio, no ceder a las invitaciones a pecar, no robar pudiendo hacerlo, etc. Algunos lo critican; le dicen que no es hombre; que tiene miedo a su mujer; que es un tonto, al no aprovechar la ocasión.

Quizás lo abandonen y ya no lo inviten a sus reuniones y a sus juergas. Otros, por el contrario, lo felicitarán por permanecer firme en sus decisiones cristianas.

Ojalá que se sostenga fiel y viva conforme a los mandamientos de la ley de Dios, aunque sus mal llamados "amigos" se burlen de él y lo rehuyan. Más vale seguir la Palabra de Dios, pues es el camino más cierto y seguro de salvación