XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc. 11,1-13. El Padre Nuestro

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

""Un día, Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Entonces Jesús les dijo: “Cuando oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en tentación’”.

También les dijo: “Supongan que alguno de ustedes tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: ‘Préstame, por favor, tres panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle’. Pero él le responde desde dentro: ‘No me molestes.

No puedo levantarme a dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados’. Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le dará cuanto necesite.

Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe: quien busca, encuentra y al que toca, se le abre.

¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O cuando le pida huevo, le dé un alacrán?

Pues, si ustedes que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?” (Lc. 11,1-13)

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Hoy contemplamos a Jesús que hace oración y enseña a sus discípulos a saber orar, con la fórmula del “Padre Nuestro”, recogida por San Lucas, en una versión más resumida que la de San Mateo (6,9-13).

Hay mucha gente que no sabe orar; si acaso rezan formularios sin sentido. Lo más lamentable es que algunos de los que deberíamos ser “maestros de oración”, no contagiamos a los demás el deseo de orar, como aconteció con los discípulos de Jesús, que, al verlo orar, sintieron deseos de experimentar lo mismo que veían en él. Es muy común que algunos reciten un “Anti-Padre Nuestro”.

Jesús nos enseña una simple y maravillosa forma de saber orar. Ante todo, con su ejemplo. Lo hace tan repetida y gustosamente, que se antoja. En toda ocasión, se relaciona con su Padre. El “Padre nuestro” es la mejor síntesis y el modelo de oración. Ante todo, nos enseña que a Dios lo tratemos como a un Padre bueno, al que podemos acudir en las alegrías y en las tristezas.

El nos ha creado y nos sostiene en la vida y en la gracia. Es un Padre responsable y comprensivo. Antes de pedirle lo que necesitamos, hay que glorificar su nombre y reconocerlo en su santidad y grandeza. En el cielo, nunca terminaremos de saborear, durante toda la eternidad, la magnitud infinita de la palabra “Padre”.

Lo primero que debemos pedir es que venga su Reino; es decir, que El reine en nuestro corazón, en la familia y en la sociedad. Que reine su voluntad, para que haya verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor y paz.

Que no reinen la mentira y la destrucción de vidas, el pecado y la dureza de corazón, la injusticia, el egoísmo y la guerra. Después de la alabanza, la acción de gracias y el reconocimiento de su Reino, ya podemos confiadamente pedir todo cuanto necesitamos, empezando por el alimento de cada día, que incluye salud, trabajo, vivienda, educación y descanso. Pero Jesús pone la petición en plural, no en singular, para que pidamos estos bienes para todos.

Siempre hay que rogar el perdón de nuestras faltas, pues hasta los santos pecan con frecuencia, máxime los que no somos tan santos. Y pedir al Señor que nos ayude a ser capaces de perdonar, e incluso de hacer el bien a quienes nos han perjudicado.

Somos tan frágiles ante el pecado, que debemos suplicar constantemente que el Señor nos ayude a no caer en tentación, a rehuir de ella y evitarla en cuanto sea posible.

Jesús nos exhorta a saber orar con insistencia: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá”. Con varios ejemplos de la vida diaria, nos hace ver la importancia de no cesar en nuestras peticiones.

Sin embargo, para que nuestros ruegos sean escuchados, hay que decirle a nuestro Padre celestial que nos conceda lo que le pedimos siempre y cuando sea conforme a su voluntad y a su Reino. Para ello, hay que suplicar también que se nos conceda el don del Espíritu Santo, pues El es quien nos ha de enseñar a saber orar como conviene.

En la Carta Apostólica que el Papa Juan Pablo II nos escribió al inicio del tercer milenio del cristianismo, nos dice que “es preciso aprender a orar... Es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica... Es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas”.

Por medio de una oración creciente, se puede lograr “que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre” (Tertio Millennio Adveniente, 32 y 33).