IV Domingo de Pascua, Ciclo C

Jn 10, 27-30. Necesitamos vocaciones

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos. El Padre y yo somos uno". (Jn 10, 27-30).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

El Evangelio nos presenta a Jesús como el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, las cuida y da la vida por ellas, cumpliendo el encargo que le había dado su Padre celestial.

Hoy también necesitamos colaboradores y colaboradoras del Buen Pastor, para que la vida eterna llegue a todos los seres humanos y nadie perezca. Este es el sentido de la JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES, que se celebra en este domingo desde hace cuarenta y cuatro años, por iniciativa del Papa Pablo VI.

Todos estamos llamados a hacer presente al Buen Pastor y a ser colaboradores suyos, en la acción pastoral de la Diócesis y de nuestras Parroquias. Estamos celebrando Jornadas Vocacionales en todas y cada una de las Parroquias de nuestra Arquidiócesis de Acapulco.

Según el censo del año 2000, los municipios comprendidos entre Acapulco, Costa Chica y Costa Grande, que conforman nuestra diócesis tenían 2.200,000 habitantes. Al ritmo normal de crecimiento, se calcula que ya son 2.600,000.

Para atender pastoralmente esta población, contamos sólo con 104 sacerdotes efectivos: 82 diocesanos incardinados, y 22 religiosos de varias congregaciones. Hay otros pocos, pero están enfermos, o en situaciones especiales. Nos hacen falta muchos más sacerdotes, para servir convenientemente a tantas personas que tienen hambre de Dios.

Como colaboradores de los obispos y de los presbíteros, hay 19 diáconos permanentes, unas 150 religiosas, unos 3,000 catequistas, más de 200 celebradores y otros muchos servidores de la evangelización, del culto divino y de la promoción humana.

Pero ni así somos suficientes para que nuestro pueblo, tan religioso, reciba la atención que requiere, y no sienta la tentación de buscar en otras fuentes lo que en su Iglesia puede encontrar en abundancia y con garantía de autenticidad.

No faltan incluso padres de familia que se oponen a la vocación religiosa de su hijos. Un joven, de los que han participado en los retiros vocacionales, nos narró la oposición de su familia para que se viniera al Seminario; incluso un pariente le ofrecía pagarle todos los gastos para que estudiara otra carrera, la que quisiera, con tal de no consagrarse a Dios.

Sin embargo, este joven ha decidido ser sacerdote, para llevar la Palabra de Dios por muchos lugares. Estos son los corazones que hacen falta en la Iglesia, no los que se escandalizan y desaniman por cualquier dificultad u obstáculo.

De las buenas ovejas, Dios escoge a los pastores. De las familias cristianas, el Señor llama a algunos para que se consagren al Evangelio. Los padres de familia han de inculcar a sus hijos a ser fieles a su fe, a pesar de las incomprensiones, burlas y rechazos de amigos, compañeros y maestros.

Han de exhortarlos “a permanecer fieles a la gracia de Dios”, como hacían Pablo y Bernabé (cfr Hech 13, 43). Es importante que haya jóvenes, y también adultos, que estén dispuestos a seguir los pasos de Pablo y Bernabé, quienes dejaron su familia y su pueblo, para consagrarse al Evangelio, yendo a otras culturas diferentes a la propia, sin dejar de ser judíos.

Por eso, si usted conoce a jóvenes de ambos sexos, de buenas costumbres, sanos en su cuerpo y en su espíritu, equilibrados en su identidad sexual, alegres y dinámicos, maduros en su afectividad, cercanos a Jesucristo, inquietos por colaborar en la salvación del mundo, generosos para servir, invíteles a consagrar su vida al Señor y a su Iglesia.

Acérqueles a un buen sacerdote o a una buena religiosa, para que les orienten en su vocación y les ayuden a conocer el Seminario o una Congregación Religiosa, masculina o femenina.

Padres de familia, no sólo induzcan a sus hijos un estudio o un trabajo que les reditúe buenos dividendos económicos, sino también preséntenles los atractivos de una vocación sacerdotal, religiosa o misionera. Pidan al Señor que, si es su voluntad, se digne llamar a alguien de los suyos, para que sea un buen apóstol del Evangelio. Esto no sería perder un hijo, o una hija, sino ganarlos para Dios y para la vida eterna. Pues ¿de qué les serviría ganar mucho dinero, si pierden su alma? (cfr Lc 9,25).

Hay que hacer oración por las vocaciones sacerdotes, religiosas y misioneras, para que aumenten en número y en santidad. Se puede aprender y decir con frecuencia esta oración tradicional:

“Oh Jesús, Buen Pastor, dígnate mirar con ojos de misericordia a esta porción de tu grey amada. Señor, necesitamos vocaciones. Danos Sacerdotes y Diáconos; Religiosos, Religiosas y Laicos Santos. Te lo pedimos por la Inmaculada Virgen María de Guadalupe, tu dulce y Santa Madre. Oh Jesús, danos vocaciones según tu corazón. Amén”.