V Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Jn 21, 1-19. Jesús resucitado con nosotros

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y él, sentado entre ellos, les enseñaba.

Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a él, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú que dices?”

Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Pero como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra”. Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.

Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a él.

Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella le contestó: “Nadie, Señor”.
Y Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. Jn 8, 1-11.

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Nos vamos acercando más y más a las fiestas de la Pascua. Dentro de ocho días, es Domingo de Ramos, con el que iniciamos la Semana Santa, cuyo culmen es la resurrección de Jesucristo. La Iglesia nos sigue invitando a acercarnos con confianza al Señor, quien siempre está dispuesto a perdonar, no a condenar, a diferencia de los fariseos, que sólo tienen piedras para acusar y matar. Jesús perdona, pero invita a no volver a pecar.

Muchos de nosotros nos especializamos en juzgar y condenar a los demás, a ejemplo de los escribas y fariseos. Somos buenos para señalar a otros como culpables, pero reacios para reconocer nuestras propias culpas. Nos escandalizamos de las fallas ajenas, pero ¡cuánto nos cuesta aceptar que somos tan pecadores como aquellos a quienes criticamos!

Los fariseos insisten en castigar a la mujer, que ciertamente era culpable, pero nada dicen de apedrear al varón adúltero, como si éste fuera inocente. Casi siempre es a la mujer a quien toca pagar las culpas. Es lo mismo que pasa hoy, cuando se desprecia a las prostitutas, siendo que es el hombre quien las prostituye. Ellas a veces lo hacen no por placer, sino para dar de comer a sus hijos, pues el marido las abandonó.

Hay padres de familia que, cuando su hija ha salido embarazada antes de casarse, la insultan y rechazan, la corren de la casa y siempre le echan en cara su error. Algunos nunca la perdonan. Pero a sus hijos varones todo les consienten, y hasta justifican sus aventuras, diciendo: “¡Es que son hombres!” ¡Qué machismo tan discriminatorio! Algunos nos parecemos a los escribas y fariseos.

Tenemos las piedras listas para atacar, apedrear y destruir, pero qué poco nos agachamos al suelo para recordar que también somos de polvo y de barro, para ser más comprensivos con los que fallan, y todos arrepentirnos, en vez de sólo acusar.

Todo cambiaría en México y en Guerrero, si en vez de apedrearnos unos a otros, de acusarnos y de excluirnos mutuamente, de ofendernos y de sembrar sólo dudas y sospechas de lo que hacen los demás, tuviéramos una actitud más comprensiva hacia las posturas diferentes a la propia.

Jesucristo se enfrenta con sus enemigos y, con toda sabiduría, los desarma; en vez de apedrear a la adúltera, reconocen ser también pecadores y se alejan. Jesús no viene a condenar, sino a perdonar, y esta escena es un ejemplo clarísimo. Esto nos da esperanza de que no todo está perdido, cuando hemos fallado. Dios quiere perdonarnos.

Jesús, sin embargo, con toda firmeza dice a la mujer que ya no vuelva a pecar. Lo que está mal, está mal; y no se puede decir que Dios perdona todo y que, por tanto, hay que seguir pecando. Esto es una burla. Es como pretender que Dios tolere todo, que nada es pecado, que cada quien es libre de hacer lo que quiera, que todo se puede... Nada de eso. Lo que es pecado, Dios no lo acepta.

El adulterio, tanto del hombre como de la mujer, está claramente tipificado como contrario a la ley de Dios; es pecado. Así está estipulado en el sexto y noveno mandamientos de la Ley de Dios. Por tanto, no se puede ver como “normal” que los hombres, solteros o casados, anden con quien quieran, “al fin que son hombres”, ni que las mujeres hagan lo mismo.

Aunque eso se vea tan comúnmente en la vida diaria, en la televisión y en el cine, no es normal, porque no está de acuerdo con la norma de Dios. Lo normal no es lo común, lo que hace la mayoría, sino lo que es conforme a una norma; y para los creyentes es Dios quien pone la norma de la vida, no lo que diga y haga la mayoría. La moral no depende de encuestas. Las verdades de la fe no dependen de lo que opinen o deseen las encuestas, sino de la misma revelación de Dios, contenida en la Biblia.

La mujer adúltera encuentra su perdón en Jesucristo. Si no hubiera sido por él, la habrían matado. El la perdona, porque es Dios. Por tanto, al llegar hoy a la última semana de la Cuaresma, acerquémonos verdaderamente a Jesucristo, por su Palabra, por los Sacramentos, por la penitencia y las obras de misericordia, que nos lleven a un encuentro real con él, para encontrar el perdón y la vida nueva que necesitamos.