IV Domingo de Cuaresma, Ciclo C

Lc 15, 1-3.11-32. Un Padre de brazos abiertos

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. Por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Este recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a padecer necesidad.

Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

En seguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.

Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’”. (Lc 15, 1-3.11-32).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Hoy la Iglesia nos presenta la bellísima parábola que refleja el gran corazón de nuestro Padre Dios, quien espera con los brazos abiertos que regresemos a la casa familiar. No reprocha ni castiga, sino que celebra una gran fiesta.

La única condición es que el hijo menor reconozca su error, se arrepienta y decida cambiar de vida. Y para que la fiesta sea completa, se requiere que el hijo mayor acepte a su hermano, en vez de condenarlo y rechazarlo. Dios es feliz cuando nos ve unidos como hermanos.

Hay personas que han reconocido sus pecados y, a partir de este acto de humildad y verdad, han regenerado su vida y reconstruido su familia.

Es el caso de tantos enfermos de alcoholismo, quienes por medio de “Alcohólicos Anónimos”, u otros medios eficaces, han recuperado la dignidad.

En vez de vivir como el Hijo Pródigo, comiendo y bebiendo las bellotas de los cerdos, lucen un traje de fiesta; vuelve la alegría al hogar; sus padres, cónyuges e hijos celebran la vida nueva que se respira en casa.

En cambio, los orgullosos que presumen de que ellos dejan de beber cuando quieran, nunca lo logran; cada día se hunden más en la miseria, en el desprestigio y en la soledad.

En vez de ser la alegría del hogar, son causa del dolor y de las lágrimas que destruyen la felicidad y la armonía familiar.

Jesús es la manifestación de Dios mismo, que es amor. No quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; por ello, se acerca a los pecadores y convive con ellos; les trae la esperanza del perdón misericordioso de Dios Padre. Anhela que todos estemos felices en su casa, pero no nos obliga; nos hizo libres y respeta nuestra libertad hasta para alejarnos de El.

Sin embargo, siempre está esperándonos con los brazos abiertos y nos prepara una gran fiesta, no sólo en el cielo, sino desde esta tierra. ¡Que ningún pecador tenga miedo de Dios!