VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 6, 27-38. Amar y perdonar

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después.

Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa. Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”. (Lc 6, 27-38).

¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

En este Evangelio, Jesús nos presenta el corazón de su mensaje: El es Dios, y Dios es amor. Por tanto, su camino no puede ser diferente. Amar, perdonar, hacer el bien, no condenar, compartir, ser misericordioso, es ser imagen de Dios. Esta es la meta de ser un buen discípulo de Jesús. Sólo así puede cambiar la familia y toda la sociedad.

La agresividad social es cada día más violenta. Las marchas, manifestaciones y mítines están cargados de odio, resentimiento y confrontación. Los discursos son muy duros y exaltan las pasiones y el coraje. Todo son críticas y desconfianzas. El amor fraterno por ningún lado aparece. Las “pintas” en las calles, en las bardas, en las casas y en las instituciones públicas son muy ofensivas, sin respeto a la propiedad ajena. Los comerciantes cierran sus negocios, cuando se anuncian marchas ya conocidas por su destructividad. Ni la policía controla a tanta gente violenta. “Hermanos a hermanos se hacían la guerra” (Rubén Darío).

En las familias, nadie quiere dejarse de nadie. Los esposos van llevando cuentas de las ofensas de su cónyuge, y llega el momento en que no son capaces de perdonarse y de hacer un nuevo intento de reconciliación. Los corazones se endurecen y se resecan. Cuando un niño llega con sus padres o maestros, y les dice que alguien le causó un mal, en la calle, en la escuela, o en la propia casa, el consejo que le dan es: “No te dejes”. “Hazle esto y aquello; porque si no se van a aprovechar de ti”... En vez de educarle para que sepa perdonar y aún hacer el bien a quien le hizo daño, lo están lanzando a la violencia.

Contra los dichos del mundo, que están a la orden del día, debemos tener una contestación cristiana: “la venganza es dulce”. Pero el perdón es bálsamo. “No quiero saber quien me la debe, sino quién me la va a pagar.” Mejor es saber quién me ha ofendido, para saber a quién voy a perdonar. Perdonar, no es ser cómplices del mal; es orar por el ofensor y “bendecir a los que nos maldicen”. Poner la otra mejilla del bien al que nos ha hecho el mal. También el diálogo es un buen camino para el perdón; Jesús dialoga con su ofensor y responde al que lo ha abofeteado: “Si he hablado mal, muéstralo en qué, y si no ¿Por qué me golpeas?” (Jn 18, 23).

Ante un daño o una injusticia, algunos responden con la ley del “ojo por ojo, diente por diente”: devuelven mal por mal. Otros ignoran la injusticia cometida o la dejan pasar para no entrar en confrontación y evitar hacer un mal, aunque sea de rebote. Jesús va más allá.

Después de anunciar las bienaventuranzas y mostrar un camino paradójico de felicidad, Jesús habla del amor con el que debemos responder a todos, a los que nos hacen el bien y a los que nos hacen el mal: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman… Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿Qué tiene de extraordinario?”

Hay una invitación explícita de Jesús a no quedarnos con lo que suele ser ordinario y lógico, como amar a los que nos aman y dar a los que también nos van a dar. Jesús nos invita a ir más allá; por eso vuelve a insistir: “Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa”.

Es difícil comprender y practicar este camino de vida eterna, pero doy testimonio de que es posible, con la ayuda de Dios y con una educación personal progresiva, que nos lleve a dominar los propios instintos. De lo contrario estaremos promoviendo al México y al Guerrero “broncos”.

El resumen de todo el mensaje de Jesús es muy sencillo: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 13,34). Aquí está el culmen de sus enseñanzas. Este es el máximo ejemplo que nos ha dado, al perdonar desde la cruz a sus verdugos y al dar su vida por todos nosotros. ¡Esto es amar y perdonar!