VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 6,17.20-26. Felicidades y ayes

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, Jesús descendió del monte con sus discípulos y sus apóstoles y se detuvo en un llano. Allí se encontraba mucha gene, que había venido tanto de Judea y de Jerusalén, como de la costa de Tiro y de Sidón.

Mirando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán.

Dichosos ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.

Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!” (Lc 6,17.20-26).

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Comentario:

Todos anhelamos ser felices. Sin embargo, hay distintos caminos para buscar la felicidad. La liturgia de este domingo nos presenta dos: el de Dios y el del mundo. Jesucristo, que es el camino para llegar a Dios Padre, y por tanto para disfrutar del cielo, nos muestra en qué consiste la felicidad según Dios. ¿Nosotros, por cuál nos decidimos?

Nos invita a alegrarnos cuando, por ser fieles a su Evangelio, sufrimos insultos y ofensas; cuando nos aborrecen y calumnian, por no aplaudir juicios y decisiones contrarios a la Palabra de Dios; cuando nos persiguen y expulsan de sus foros, porque no quieren oír hablar de Dios. Pero Jesús advierte que estas persecuciones son camino de felicidad siempre y cuando sean por causa del Hijo del hombre; es decir, por defender la ley divina, no por hablar de cualquier cosa sin bases y evidencias; por proteger los derechos de los pobres, no por anhelos de publicidad; por hablar de Jesucristo, no por juicios sobre la realidad y los acontecimientos que deforman los hechos y no coinciden con la verdad. Si nos persiguen por defender la vida humana desde su inicio, entonces podremos alegrarnos y saltar de gozo, porque seguimos el camino de los verdaderos profetas, no de los falsos, y la recompensa será grande en el cielo.

¿Quieres ser feliz? Hay que saber llorar, como lo hizo Jesús. Llorar por la pérdida de un ser querido o por la traición de un amigo. Llorar con quien se siente solo y explotado, y no ser causa de su llanto. Llorar por la injusticia y la maldad, por la cerrazón de los injustos y pecadores. Llorar por los propios pecados y por las equivocaciones cometidas. Pero también llorar de alegría, cuando hay razón para ello. Llorar de dicha, cuando una meta anhelada se ha cumplido. Llorar ante el Santísimo Sacramento, en el Sagrario donde Jesús está vivo y verdadero, contándole las penas y agradeciéndole las alegrías.

Suenan muy fuerte los ayes y lamentos que Jesús hace sobre los ricos, los que se hartan, los que ríen ahora, los que buscan el aplauso fácil. Les dice: ¡Ay de ustedes! Ojalá esta advertencia les sirviera a quienes no tienen entrañas de compasión hacia los pobres, para que se conviertan a tiempo y no sufran las consecuencias de su obstinación.

Padres de familia, educadores y comunicadores: transmitan aquellos valores que sean más conformes con el Evangelio. No tengan miedo de presentarlos. Enseñen a diferenciar los caminos que en verdad llevan a la felicidad, de los que son sólo aparentes y engañosos. No se avergüencen de predicar la Palabra de Dios, que es el camino cierto y seguro de vida digna, y de vida eterna.

¡Cuánta razón tiene el profeta Jeremías cuando dice: Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que no disfruta del agua cuando llueve; vivirá en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhabitable. Bendito el hombre que confía en el Señor y en Él pone su esperanza. Será como un árbol plantado junto al río, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos (Jer 17, 5-8).

En el mismo sentido se expresa el Salmo 1: Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos. Es como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se marchita. En todo tendrá éxito. En cambio los malvados serán como la paja barrida por el viento. Porque el Señor protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo.

Hagamos la prueba de seguir el camino del Señor y veremos cuánta felicidad se puede disfrutar. Jesucristo fue pobre, pasó hambre, lloró, sufrió persecuciones, calumnias y la cruz; pero resucitó, triunfó y subió glorioso a los cielos. ¡Ése es el camino de la felicidad!