XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 17,5-10: La fe mueve montañas

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe". El Señor les contestó: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decir a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería.

¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: 'Entra enseguida y ponte a comer'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú'? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: 'No somos más que siervos, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer' ". (Lc 17,5-10).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Hoy Jesús nos presenta dos aspectos importantes de lo que implica ser sus discípulos: tener una fe firme y cumplir nuestros deberes por convicción de servicio, no por esperar recompensa.

Es admirable la fe que muchos fieles tienen en Dios. Muchos de nuestros Papás, se caracterizan por su fe inconmovible ante el Señor Dios, en cualquier circunstancia.

Nada les hace cambiar. Ni la pobreza ni las enfermedades. Ni las invitaciones frecuentes que les hacen para cambiar de religión. Ni los malos testimonios de malos servidores de la Iglesia. En todas sus adversidades, acuden a Dios como su único refugio, consuelo y esperanza.

Nuestros catequistas son ejemplo de una fe sostenida, a pesar de su pobreza, de persecuciones y amenazas. Siguen adelante en su trabajo evangelizador y, por su entrega, se sostiene nuestra Iglesia. En esta Arquidiócesis de Acapulco son unos tres mil, y es admirable su servicio sacrificado por la Palabra de Dios y por la comunidad.

Tengo presente el servicio ejemplar de Doña Demetria, una Catequista ya anciana, de Cruz Quemada, de la Parroquia de Tecoanapa, que desde su juventud preparó varias generaciones de católicos y mantuvo la fe de su gente; hasta que prolongó su obra, disponiéndolo todo para la fundación actual de una casa de Religiosas, que prosiguen su labor evangelizadora en esa comunidad campesina. Murió hace cuatro años y su memoria es muy venerada y reconocida en todo el pueblo. Así lo constaté en una reciente visita pastoral.

Durante la semana pasada, tuvimos varias reuniones diocesanas con diferentes sectores de los Agentes de Pastoral, especialmente Laicos de nuestros Decanatos. En el intercambio de experiencias, fue muy consolador comprobar, una vez más, la reciedumbre de su fe, así como la sencillez de su entrega a Dios y a la Iglesia. Han sufrido mucho por su fidelidad al Evangelio, pero están convencidos, como dijeron ellos, que su trabajo “es el trabajo de Dios”, porque es el mismo que realizó Jesús y que encomendó a sus apóstoles.

Esta fe les sostiene, a pesar de sus palpables limitaciones económicas. Es maravillosa su respuesta al llamado que han recibido, no obstante la escasez de sacerdotes.

La palabra de Jesús es muy alentadora. Nos dice que, con una poquita fe que tengamos, aunque sea tan pequeña como una semilla de mostaza, podríamos hacer maravillas, como arrancar desde la raíz un árbol frondoso. Podríamos arrancar nuestros pecados más arraigados. Podríamos quitarnos varios de nuestros defectos que ya nos parecen connaturales. Podríamos transformar nuestras familias, aunque digamos que ya no tienen remedio. Podríamos lograr cambios en los sistemas políticos, económicos y sociales, a pesar de que dependan de estructuras internacionales que nos parecen indestructibles. Este mundo puede ser mejor, si no perdemos la fe. Esta es la fe que nos hace falta.

Estemos seguros de que Dios no falla, a pesar de las apariencias de que no nos escucha. Muchas veces no nos concede lo que pedimos en la forma y en el tiempo que deseamos, sino cuando y como El dispone para nuestro bien.

Desde el Bautismo, Dios nos regaló el don de la fe. Hay que reavivarlo, con la ayuda del Espíritu Santo. La fe es una gracia que nos excede y que no obtenemos por nuestro esfuerzo humano. Por ello, los apóstoles le pedían a Jesús: “Auméntanos la fe”. Esto es lo que hemos de pedir constantemente al Señor: que su Espíritu nos haga firmes y fuertes en la fe, para que por nada del mundo la perdamos. Quiere decir que la fe puede acrecentarse, estancarse o perderse.

Ante las injusticias y la opresión que reinan, ante los asaltos y violencias, ante las rebeliones y desórdenes, hemos de luchar por la defensa de los débiles. Ese es nuestro compromiso de fe. Pero en esta lucha no estamos solos. Si todos nos fallan, Dios es fiel.

Cuando nuestros malos testimonios sean motivo para querer alejarse de Dios y de la Iglesia, hay que mantenerse firmes en la fe, pues ésta se cimienta en Dios, no en los seres humanos transitorios y pecadores. Nuestra fe es en Jesucristo, y El no nos va a fallar, aunque todos fallen. Lo seguimos a El, no a personas que pasan. Seamos como la Virgen María y otras mujeres que se mantuvieron fieles hasta la cruz, a pesar de que los apóstoles fallaron gravemente.

Todos nosotros, vivamos alegres y entusiastas nuestra vocación de servicio y entrega a Dios y a la comunidad, a pesar de que muchas veces no se nos reconozca ni se nos agradezca, se nos critique y exija.

Mantengámonos fieles al llamado que hemos recibido, sin esperar recompensas o ascensos. Nuestra mayor felicidad es haber cumplido la tarea que se nos ha confiado. Y sabemos que el Señor es justo y nos dará lo que nos corresponda.