II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Jn 2, 1-11. La Boda Matrimonial

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, hubo una boda en Caná de Galilea, a la cual asistió la madre de Jesús. Este y sus discípulos también fueron invitados. Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”. Jesús le contestó: “Mujer, ¿qué podemos hacer tú y yo? Todavía no llega mi hora”. Pero ella dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”.

Había allí seis tinajas de piedra, de unos cien litros cada una, que servían para las purificaciones de los judíos. Jesús dijo a los que servían: “Llenen de agua esas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. Entonces les dijo: “Saquen ahora un poco y llévenselo al mayordomo”.

Así lo hicieron, y en cuanto el mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber su procedencia, porque sólo los sirvientes la sabían, llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo sirve primero el vino mejor, y cuando los invitados ya han bebido bastante, se sirve el corriente. Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora”.

Esto que Jesús hizo en Caná de Galilea fue la primera de sus señales milagrosas. Así mostró su gloria y sus discípulos creyeron en él. (Jn 2, 1-11).


¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

En la boda de Caná, cunde la preocupación porque se había terminado el vino, con lo cual la fiesta venía a menos. La alegría de los novios y de su familia se veía alterada. Se exponían a la vergüenza y a los comentarios hirientes. Hoy, también, en muchos hogares se ha terminado el vino de la fiesta, de la alegría, de la paz, de la armonía. En muchos esposos, incluso recién casados, ya no hay expresiones de cariño y ternura, sino reproches y acusaciones mutuas.

En otros hogares, el exceso de vino ha agriado la fiesta. La embriaguez echa a perder la relación familiar. En algunos casos, la embriaguez de uno de los dos es causa de que el hogar acabe en ruina, y en otros es consecuencia o manifestación de que algo anda mal en la convivencia diaria. El abuso del alcohol ha destruido muchos matrimonios.

Jesús y María salvan la situación de los novios. Sigue la fiesta y acaba bien. Sin embargo, muchos recién casados, después de la Misa de su boda religiosa, ya no invitan a Jesús a su casa. No vuelven a pararse en el templo, se van alejando de Dios, no procuran ir los domingos a la Misa, no leen la Biblia, no hacen oración juntos, y el vino se acaba. Les llegan momentos de decepción, que les llenan de tristeza y soledad. Se arruina la fiesta. Viene la tentación de separarse, o de divorciarse.

La Virgen María, junto con Jesús y sus discípulos, aceptaron la invitación a una fiesta de bodas no sólo por acompañar a los novios y convivir con otros convidados. No van a criticar lo que pudiera faltar, sino a hacer más grande la fiesta. Llama la atención que María diga a los criados: “Hagan lo que él les diga”. Es decir, élla no se considera el centro, ni un dios, sino que lleva a todos hacia Jesús.

Reconoce su lugar. Es Jesús quien puede ayudar a resolver el problema. Por tanto, quienes no aceptan dar culto a la Virgen María porque se imaginan que es quitarle centralidad a Jesús, no la conocen. Ella siempre nos llevará a Jesús, quien es el único Salvador.

Es importante casarse por la Iglesia, y no sólo por lo civil. El matrimonio religioso no es tanto una bonita costumbre, sino la decisión de invitar a Jesús para que se haga presente entre los esposos, y así nunca les falte el mejor vino del amor, de la armonía y de la complementación mutua. No basta, sin embargo, organizar una solemne ceremonia religiosa, quizá para presumir ante los convidados. Lo que importa no sólo es casarse, sino vivir casados toda la vida.

El casamiento por la Iglesia no produce automáticamente frutos mágicos en los esposos, si éstos no participan con fe. Más que estarse fijando en la fotos que les tomen, o en otros detalles que les distraigan, han de escuchar atentamente la Palabra de Dios, recoger su mente y su corazón para hacer oración, recibir con devoción la santa Comunión, habiendo confesado previamente sus pecados ante el sacerdote. Deben seguir invitando a Jesús a su casa y acercarse a El con frecuencia, para que no se les acabe el buen vino y sean felices.