XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 13,24-32. El fin de los tiempos.

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”. ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús! (Mc 13,24-32).

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando lleguen aquellos días, después de la gran tribulación, la luz del sol se apagará, no brillará la luna, caerán del cielo las estrellas y el universo entero se conmoverá. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad. Y él enviará a sus ángeles a congregar a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales y desde lo más profundo de la tierra a lo más alto del cielo.

Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca, ya está a la puerta. En verdad que no pasará esta generación sin que todo esto se cumpla. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. Nadie conoce el día ni la hora. Ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solamente el Padre”. (Mc 13,24-32).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario:

Estamos ya casi por concluir el “Año Litúrgico” de las celebraciones de la Iglesia. El próximo domingo será el último, y lo concluiremos con la solemnidad de Cristo Rey, como culmen de toda la historia de la salvación. Dentro de quince días, empezaremos un nuevo “Año Litúrgico”, con el ciclo de Adviento, que prepara la Navidad.

Por esta razón, los textos bíblicos presentan las realidades finales de la humanidad, cuando el universo entero se conmoverá. Lo que el Evangelio dice, a pesar de que no es un libro de ciencia, corresponde a lo que los científicos afirman: que la luz del sol se apagará y que habrá otros fenómenos indicadores de que este mundo material tendrá su fin. ¿Cuándo sucederá esto?

Que nadie nos engañe. Sólo Dios lo sabe y a nadie se lo ha revelado. Pueden faltar miles o millones de años. Por tanto, cualquier persona o religión que ponga fechas para el fin del mundo, no es digna de crédito. Aunque digan que las señales indicadas por Jesús ya están aconteciendo, no es verdad. Sólo Dios sabe cuándo y cómo sucederá el fin de todo. Algunos dijeron que en el año 2000 se acabaría el mundo, y no sucedió lo que anunciaron. ¡Cómo se desprestigian! Pero ni así se corrigen, pues inventan otras fechas, con tal de atemorizar a la gente sencilla.

No perdamos, pues, tiempo y energías por saber cuándo sucederá. Más bien, como dice Jesús, hay que velar y hacer oración, para que podamos presentarnos sin temor ante el Hijo del hombre (cfr Lc 21, 36). Es decir, que procuremos portarnos de tal modo que, si hoy mismo aconteciera el fin del mundo, seamos reconocidos como verdaderos discípulos de Jesús y entremos a participar en su gloria.

Esto es lo más seguro: dejarnos guiar por este camino de la vida, que consiste en vivir conforme a la Palabra de Dios, en vez de hacerle caso a tantas opiniones y teorías que pululan por todas partes. Jesucristo es quien sabe lo que nos conviene y lo que nos conduce a la gloria eterna; todo lo demás es ciencia que infla, pero que no aprovecha para el cielo. Por eso, ¡qué pena dan tantos que se consideran maestros y sabios, que opinan de todo, basándose sólo en sus propios criterios y en sus experiencias, pero que llevan por caminos distintos al Evangelio! Si usted les hace caso, en vez de seguir la Palabra de Dios, se parece a un ciego que se deja conducir por otro ciego; ambos caerán en el pozo.

Para que no cada quien interprete la Biblia a su manera y según su entender, Jesucristo dejó a sus apóstoles la tarea de predicar lo que El mismo reveló y corregir las desviaciones que se pudieran presentar. Por eso, en la Iglesia Católica reconocemos al Papa y a los Obispos que están en comunión con él, como auténticos maestros de la verdad. Es un servicio de primera importancia, para que no haya tantas denominaciones religiosas cuantos intérpretes de la Biblia aparezcan. Ojala valoremos el Magisterio oficial de la Iglesia Católica sobre la Palabra de Dios, para que no cada quien haga su religión a su criterio y conveniencia.

La recomendación de Jesús es que velemos y hagamos oración. Estemos, pues, alerta, para que no nos dejemos llevar por cualquier persona. Seamos sencillos, para orar constantemente y decirle al Señor: “Enséñanos el camino de la vida”.