XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Mc 12, 38-44. Entregar y entregarse

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; se echan sobre los bienes de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso”.

En una ocasión Jesús estaba sentado frente a las alcancías del templo, mirando como la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. En esto, se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Llamando entonces a sus discípulos, Jesús les dijo: “Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ésta, en su pobreza ha echado todo lo que tenía para vivir”. (Mc 12, 38-44).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Antes de subir a Jerusalén, Jesús invita a sus discípulos a apartarse de la avaricia de los jefes de las naciones y entrar en la dinámica del servicio. Ahora, ya en Jerusalén, denuncia la vanidad y la avaricia de los escribas. En lugar de ayudar a los pobres, a los huérfanos, a las viudas como mandaba la ley, no dudan en aprovecharse descaradamente de ellos recurriendo a una devoción ostentosa y corrupta.

En contraste con la imagen que presentan los maestros de la ley, Jesús pone su mirada en una viuda pobre que deposita dos moneditas de muy poco valor en las alcancías, todo lo que tenía para vivir. Ella preanuncia la entrega total de Jesús. Ella es la que ofrece el mejor ejemplo que deben seguir sus discípulos. No se trata sólo de entregar algo sino de entregarse.

Jesús reprocha fuertemente a los Doctores de la Ley que anden en busca de honores humanos y de los bienes materiales terrestres. Sus interminables ejercicios de piedad son apariencias hipócritas. En contraste con esta conducta se opone la abnegación heroica de una pobre viuda que da todo su haber. Dios no mira tanto la cantidad de la limosna sino la intención del donante.

Actualmente se hace distinción entre bienes necesarios, útiles o convenientes, y raramente de los necesarios para ir en ayuda de los menesterosos según el grado de su pobreza y de su necesidad. Todos debemos ponernos al servicio de los demás compartiendo nuestros bienes.

En África se cuenta a los niños esta historia alrededor del fuego: salieron de paseo una gallina y un cerdito. Sin darse cuenta, se fueron acercando a la ciudad. En la vitrina de un restaurante se leía: “Desayuno: jamón y huevos”. - ¿Entramos? Preguntó entusiasmada la gallina. - Un momento, respondió el cerdito. Yo tengo que pensarlo muy bien. Lo que para ti es una contribución, para mí… es un compromiso.

Existe también para nosotros, cristianos, una gran diferencia entre contribuir y comprometernos. Esta viuda del Evangelio no se limita a contribuir con su dinero: compromete su subsistencia. ¿Qué nos sucede cuando empezamos a adquirir cosas, propiedades, títulos o cargos? El proceso es el mismo. Nos habíamos comprometido con el Evangelio. Pero luego, nos limitamos a contribuir de vez en cuando, creyendo que ya lo hemos hecho todo y que Dios no nos pide tanto.

Un joven médico hizo su año rural en un pueblo sin nombre. Se sacrificaba por sus enfermos. Era amigo y consejero de todos. Luego se especializó en el exterior. Ahora su consulta vale mucho dinero. Camina de prisa: que ningún inoportuno lo detenga. Ya no tiene amigos. Tan sólo tiene pacientes. Detrás de tantos muros se ha quedado solo. Contribuye, claro. El cheque lo entregará su secretaria.

Sin embargo, hay personas que, en medio de las responsabilidades, los cargos y los títulos viven a plenitud el Evangelio. Pero volvamos a aquella viuda pobre. ¿Cómo amigos, sabemos sacrificar nuestro descanso por ayudar a otro, por acompañar su soledad, por confortar su desaliento? ¿Nuestro tiempo, nuestro precioso tiempo, lo sacrificamos para enseñar, aconsejar, para curar, para luchar por un mundo mejor? En una palabra: ¿vivimos nuestro cristianismo como un compromiso o apenas como una contribución pasajera?

No se trata de entregar algo, o dar migajas, sino de entregar la propia vida.