XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 9, 30-37. Somos servidores.

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

“En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea, pero él no quería que nadie lo supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Pero ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones.

Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutían por el camino?” Pero ellos se quedaron callados, porque en el camino habían discutido sobre quién de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquél que me ha enviado”.
(Mc 9, 30-37).


¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!


Comentario:

En este domingo, Jesús nos sigue insistiendo en que el camino para participar de su gloria, es acompañarle en la cruz. No se puede ser cristiano por senderos distintos a los del Maestro. Si El, que es el Señor, se hizo servidor de todos, nosotros no podemos pretender dominar e imponernos a los demás, sino negarnos a nosotros mismos y dar la vida por la salvación de nuestros hermanos.

¡Qué difícil es comprender los caminos de la cruz de Cristo! Los discípulos no los comprendían; por eso cuando Jesús les hablaba de padecimientos y crucifixión: “El Hijo del Hombre va a ser entregado en nombre de los pecadores; le darán muerte, y tres días después de muerto, resucitará”. Luego añade diciendo el evangelio, que “ellos no entendían aquellas palabras y tenían miedo de pedir explicaciones”.

¡Cómo cambiarían nuestros criterios y nuestras actitudes! Cuando aceptemos que somos servidores de los demás, que eso es lo más importante, con la renuncia de nosotros mismos: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Por lo tanto, no servimos por competencia, ni por el primer lugar, ni por quedar bien, ni por el éxito, ni por el premio, ni por el triunfo material, ni siquiera por la satisfacción del deber cumplido, que es muy legítima razón. Nuestra misión es servir. Nuestra condición es la de servidores; y el servidor no es más que aquel a quien sirve. ¡Qué difícil comprender estos caminos! ¡Cómo cambiará el mundo cuando aceptemos que somos servidores!

Lo mismo sucede en la familia, en la escuela y en el trabajo. Los pleitos más ordinarios en los hogares son porque nadie se quiere dejar; todos quieren mandar y ser los primeros. El marido pretende imponerse, en vez de trabajar y ahorrar gustosa y generosamente, para que nada falte a los suyos. La esposa también desea mandar y ser independiente, para hacer lo que ella quiere, en vez de gastarse humildemente en el servicio diario. Los hijos no quieren ayudar en el servicio, sino exigen que todo se les dé y sin medida. ¡Qué distinta es la familia, donde todos se ayudan y se desviven unos por otros!

En la escuela y en el trabajo, sucede lo mismo. Cada quien desea sobresalir e imponerse a los demás, a veces con trampas, zancadillas, calumnias y competencias violentas, en vez de crear una comunidad donde todos se ayuden como hermanos y unos vean por otros. Hay quienes anhelan ser jefes, y no les importan los métodos para lograrlo.

El Evangelio de hoy nos invita a no gastar tiempo y energías en discutir quién es más importante; nos enseña no buscar los primeros puestos, sino ser los últimos y los servidores de los demás. Esto viene muy a propósito por las elucubraciones que en algunos medios informativos se están haciendo, sobre quienes serán elegidos como miembros del próximo gabinete del Presidente Electo de México.

Hay muchos agentes de pastoral que valen oro, pues su vida la desgastan día con día en las sierras, en las comunidades más alejadas, y son verdaderamente santos, porque son servidores callados, sencillos y muy sacrificados. Cuando llegué, hace seis años, a Acapulco, dije estas palabras que hoy las reitero: “He venido, ‘no a ser servido, sino a servir y a dar la vida’ por mis hermanos, los de este pueblo que ya llevo en el corazón. Mi tiempo ya no me pertenece, porque ‘me pertenezco a todos para ganarlos a todos para Cristo y para su Evangelio’. ‘Me gastaré y me desgastaré, hasta que se forme Cristo’. Que pueda decir yo también como Pablo: ‘¿Quién sufre y no sufro yo con él, quién se alegra y no me alegro yo con él?”.

Pidamos al Señor que conceda no sólo a los Obispos, Sacerdotes y Religiosas, sino a todos cuantos ocupamos cargos de responsabilidad, ser humildes servidores de los demás, sin ambicionar honores y privilegios; que desgastemos nuestra vida en bien de los demás, y no busquemos otro tipo de intereses materiales y egoístas. Que seamos sencillos como los niños, para dejarnos guiar siempre por la Palabra de Dios, y no por otros criterios de este mundo.