XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23. Tradiciones y costumbres

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: “¿Por qué tus discípulos comen con manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?”

Jesús les contestó: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

Después, Jesús llamó a la gente y les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. ¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús! (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23).

Comentario:

Hoy, Jesús se enfrenta a sus enemigos, los fariseos y los escribas, que criticaban a los apóstoles por no seguir, al pie de la letra, las tradiciones de los judíos. Les hace ver que, por aferrarse a las tradiciones de los hombres, dejan a un lado el mandamiento de Dios. Esto es muy iluminador, porque a veces nos dejamos llevar sólo por las costumbres, por lo que siempre se ha hecho, aunque sea contrario a la ley divina. En algunos pueblos, la costumbre se hace una ley tan sagrada, que nunca se puede cambiar, a pesar de que algunas tradiciones son contrarias a lo que Dios ordena. Por ejemplo, aunque Dios prohíbe la embriaguez, algunos la quieren legitimar diciendo que emborracharse en las fiestas y ceremonias religiosas es parte de la costumbre, de la cultura. Esto no es correcto. Hay que hacerle caso a Dios, y no a esa costumbre, que perjudica y lleva a la muerte.

Hay casos en que se toman algunos acuerdos comunitarios, que pueden ser injustos y anticristianos, pues violan derechos humanos fundamentales, como el derecho a la libertad religiosa, el derecho a recibir los sacramentos, los derechos de las mujeres. Lo peor del caso es que, una vez decididos en asamblea, no aceptan discutirlos, pues dicen: “Es el acuerdo”. Y entonces ya no importan ni las leyes civiles, ni las religiosas. Se dice que “es la costumbre, es la cultura de nuestro pueblo”, y ni el Evangelio, ni la Constitución cuentan. Baste citar como ejemplo, algunas celebraciones en honor de los Santos Patronos, las famosas “ferias”, que resultan unas escandalosas borracheras en algunos pueblos.

No se deben absolutizar ritos y costumbres, ni sacralizar preceptos humanos, cuando éstos son opuestos a los mandatos de Dios. Debemos conocer, valorar, respetar y promover las culturas, tanto indígenas como mestizas, pero teniendo siempre como criterio último de verdad el Evangelio. Las culturas no están por encima del Evangelio. En nuestra Arquidiócesis de Acapulco, hemos hablado en una Carta Circular sobre las Fiestas Patronales y nos preocupa: “La promoción y venta excesiva de bebidas embriagantes. Presencia de conjuntos musicales que fomentan todo tipo de perversión en hombres y mujeres de todas las edades. Se montan prostíbulos y bailes, a los que también se admiten menores. Aumenta con ello la violencia, los escándalos y los asesinatos” (Informe de Costa Chica).

No hay que aferrarse a las tradiciones humanas, que siempre son falibles y pueden ser hasta engañosas. Lo seguro es lo que Dios enseña y prescribe. El sí conoce lo que realmente beneficia a la persona, a la familia y a la nación. Nadie sabe más que Dios; por eso, hacerle caso es lo más sabio, como dice Moisés a los israelitas: “Escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas así vivir... No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando: cumplan los mandamientos del Señor que yo les enseño, como me ordena el Señor, mi Dios. Guárdenlos y cúmplanlos, porque ellos son la sabiduría y la prudencia de ustedes a los ojos de los pueblos. Cuando tengan noticias de todos estos preceptos, los pueblos se dirán: ‘En verdad esta gran nación es un pueblo sabio y prudente’ ... ¿Cuál es la gran nación cuyos mandatos y preceptos sean tan justos como toda esta ley que ahora les doy?” (Deuteronomio 4,1-2. 6-8).

Hoy Jesús lo confirma con claridad diciendo que lo que mancha y perjudica son “las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad”. (Mc 7,23).