XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 17, 11-19: Leprosos ingratos

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: "Jesús, maestro, ten compasión de nosotros".

Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: "¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?" Después le dijo al samaritano: "Levántate y vete. Tu fe te ha salvado". (Lc 17, 11-19).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

Jesús no permanece insensible ante el dolor humano, sino que atiende las súplicas de estos enfermos que le piden tenga compasión de ellos. Los libera de una lepra que, para los judíos, no sólo era repugnante, sino una impureza legal y un signo de maldición. Por ello, los leprosos no se atreven a acercarse a Jesús, sino que le gritan desde lejos. El no se hace sordo, sino que accede presuroso a su deseo.

Les pone una condición, que ellos cumplen sin protestar ni discutir: que se presenten a los sacerdotes judíos, encargados oficiales de declarar quiénes eran legalmente puros y podían participar en el culto y en la vida de la comunidad.

En nuestra sociedad tenemos muchas lepras, como mentira, corrupción, infidelidad matrimonial, aborto, divorcio, usura, egoísmo, inseguridad, violencia, robos, asaltos, secuestros, libertinaje sexual, violación de los derechos humanos, racismo, demagogia, intolerancia, etc. Una lepra que se contagia es el narcotráfico, en pequeña o gran escala.

Por otra parte, llama la atención que Jesús ordene a los leprosos ir a presentarse ante los sacerdotes y que, por su obediencia a este mandato, quedaron totalmente curados. Como Dios que es, podía haber sanado a los leprosos sin necesidad de mediaciones humanas; pero respeta el servicio de los sacerdotes, marcado por la ley que Dios inspiró a Moisés. Cristo también necesita de los Laicos, de las Religiosas y de todos los miembros del Pueblo de Dios, para realizar su obra de salvación.

Esto significa que, aunque podemos relacionarnos directamente con Dios y él puede actuar sin necesidad de nadie, sin embargo, ordinariamente, actúa, habla, perdona, salva, consuela y orienta a través de aquellos que han recibido la misión de representarlo. Jesús perdona los pecados, de ordinario, a través del sacramento de la reconciliación, en que el pecador se postra de rodillas ante el sacerdote para recibir el perdón de Dios. Jesús afirma que cuanto no sea perdonado a través nuestro, Dios no lo perdona (cfr. Jn 20,23). Por tanto, Dios ha querido necesitar de nuestro servicio, para hacer llegar su palabra y su salvación a la humanidad.

La otra enseñanza de este domingo es la necesidad de dar gloria a Dios y ser agradecidos con quienes nos hacen algún bien. Por ello, Jesús se extraña de que nueve de los diez leprosos curados no regresen a dar gracias, sino sólo un samaritano, que era rechazado por los judíos como hereje. Jesús lo pone de ejemplo. Dios quiere que aprendamos a agradecer.

La Eucaristía es la acción de gracias por excelencia. Inspirados por este mandato, agradecemos a tantas personas que ayudan a obispos, sacerdotes, religiosas y demás agentes de pastoral, con sus consejos y su tiempo, con sus bienes y recursos. Los corazones nobles saben agradecer, no sólo exigir.

Hay que dar gracias a Dios a todas horas, pues sin su providencia amorosa, ¡qué sería de nosotros! Hay que agradecerle cada día, al amanecer, al iniciar y terminar el trabajo y cualquier otra actividad, al tomar los alimentos, al anochecer. “El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad”, dice el Salmo 97.

Por ello, como dice San Pablo: “Den gracias siempre, unidos a Cristo Jesús, pues esto es lo que Dios quiere que ustedes hagan” (1 Tes 5,18). El agradecimiento siempre es fuente de nuevos favores y el ingrato cierra las puertas al bienhechor.

Como el próximo domingo 21 de octubre, es el Día Mundial de las Misiones, quiero que atendamos a la invitación que el Papa Benedicto XVI nos hace a este respecto: “Quisiera invitar a todo el pueblo de Dios, a una reflexión común sobre la urgencia y la importancia que tiene, también en nuestro tiempo, la acción misionera de la Iglesia.

En efecto, no dejan de resonar, como exhortación universal y llamada apremiante, las palabras con las que Jesucristo, crucificado y resucitado, antes de subir al cielo, encomendó a los Apóstoles el mandato misionero:” “Id pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).