XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Mc 16, 15-20: Día Mundial de las Misiones

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

""En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”.

El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían. (Mc 16, 15-20).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Hoy es un día mundial de oración y reflexión para que la Iglesia sea fiel al mandato misionero que recibió de su divino Fundador: ser portadora del mensaje universal de salvación.

De los más de seis mil millones de habitantes que hay en nuestro planeta, sólo una tercera parte somos privilegiados de haber recibido el don de la fe cristiana. Entre católicos, ortodoxos y protestantes, apenas vamos llegando a los dos mil millones. Por tanto, más de cuatro mil millones de seres humanos no han recibido el Evangelio liberador de Jesús, fuera del cual no hay salvación (cf Hech 4, 12).

De los que nominalmente nos consideramos creyentes en Cristo, habría que ver cuántos realmente lo hemos aceptado con todo el corazón, con toda la mente y en toda la vida. Entre los mismos católicos, hay muchos niveles de creencia. Hay quienes han asumido con madurez y responsabilidad su fe.

Profundizan en la Palabra de Dios. Participan activamente en los sacramentos, en especial en la Misa dominical. Hacen diversos apostolados, para colaborar a que llegue el Reino de Dios a muchas personas y ambientes. Viven en armonía en su hogar y cumplen sus obligaciones como creyentes y como ciudadanos.

Hay otros que son creyentes de ocasión. Van a Misa cuando “les nace”. Se confiesan muy de cuando en cuando, o casi nunca. No conocen a fondo la Biblia. Participan en devociones que sentimentalmente les dejan satisfechos, pero que no tienen mayor repercusión en su vida social y política. Son fácilmente conquistados por otras religiones, pues no practican bien la propia y no saben cómo responder a las dudas que les plantean. Son creyentes muy mediocres.

Otros son oficialmente católicos, sólo porque fueron bautizados de niños. En la práctica, no son creyentes. Y de éstos hay muchos entre nosotros, más de lo que nos imaginamos. A veces, entre las mismas familias católicas. Necesitan una primera evangelización, para que se encuentren vitalmente con Jesucristo, y con este encuentro su vida se transforme.

Aquí mismo, sin salir de nuestras fronteras, se requieren misioneros. En nuestra propia familia, entre nuestros parientes y vecinos, en nuestro pueblo o ciudad, en nuestro país, hacen falta hombres y mujeres generosos, que lleven el Evangelio a tantos que lo desconocen y tienen hambre de Dios.

El mandato de Jesús es determinante: “Vayan y enseñen a todas las naciones”. Envía a sus apóstoles, y también a nosotros, a predicar el Evangelio, a bautizar en nombre de la santísima Trinidad, a instruir cómo vivir en conformidad con el nuevo estilo de vida que El ha venido a enseñar.

Si nosotros no cumplimos este mandato, fallamos gravemente y no somos buenos discípulos de Jesús. San Pablo dice con toda claridad: “Dios, nuestro salvador, quiere que todos los hombres se salven y todos lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre él también, que se entregó como rescate por todos” (1 Tim 2, 4-6).

La Iglesia existe para evangelizar; si no lo hace, traiciona su identidad. Evangelizar es anunciar la centralidad de Jesucristo y la exclusividad de la salvación en El y por El.

Sin Jesucristo, no hay salvación (cf Mc 16, 16; Rom 10, 9-14). Y en la obra de la redención, El ha asociado a su Iglesia. Somos, pues, responsables de que la salvación llegue a todo el mundo.

Al respecto, decía el Papa Pablo VI en 1975: “La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes.

Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (Evangelii Nuntiandi, 14).

¿Qué podemos hacer para vivir esta dimensión esencial de nuestra fe: ser misioneros? En primer lugar, vivir a profundidad nuestra propia fe cristiana y católica. Conocerla y saborearla. Sentirse privilegiado, y no avergonzado por ella.

Ser testigo feliz de este regalo que Dios nos concedió desde el bautismo: ser creyentes en Cristo y miembros de su Iglesia. Compartir con otros nuestra fe, empezando por la familia, los vecinos, los compañeros de escuela o trabajo, y otras personas de nuestra misma ciudad, población o nación.

Hacer oración, para que el Espíritu Santo fortalezca a los evangelizadores y misioneros, tanto seglares como consagrados y sacerdotes. Pedirle que suscite más vocaciones a esta tarea tan urgente y prioritaria. Y ofrecerse, sobre todo los jóvenes, para consagrar su vida al Señor y a su Iglesia.

Cooperar económicamente para sostener la obra de las misiones y de la evangelización que nuestra Iglesia realiza, sobre todo en los llamados países de misión, donde aún no está establecida la Iglesia. Con nuestro apoyo económico, podemos ayudar a que el Evangelio llegue a muchas personas.