XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lc 19,1-10: Zaqueo

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús; pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”. El bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”.

Zaqueo, poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”. (Lc 19,1-10).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

Hoy se nos propone el caso de Zaqueo, un hombre rico e importante, que, al encontrarse con Jesús, se convierte. Deja de ser corrupto y abre su corazón a los pobres. ¡Este es el camino seguro de la salvación! Zaqueo se había enriquecido, aprovechando su cargo.

Zaqueo fue capaz de cambiar, porque abrió su corazón a la acción de la gracia de Dios. Así como Zaqueo cambió de vida, varias personas, a partir de que descubren a Jesucristo, dejan de cometer injusticias, robos y otros pecados, y cambian su forma de pensar y su comportamiento.

Jesús no condena a Zaqueo por el hecho de ocupar un cargo importante y ser rico. Aunque nos dice que es muy difícil que un rico se salve, cuando ve que Zaqueo tiene curiosidad por conocerlo, él mismo se invita a ir a la casa de un pecador, y entonces acontece el milagro de la conversión. Lo que pareciera imposible, sucede. Por tanto, los ricos y poderosos no están condenados irremisiblemente. Si se convierten, pueden salvarse.

No basta, sin embargo, acercarse a Jesús. Es necesario dar el paso posterior, que es arrepentirse de los errores pasados, llevar una vida nueva y compartir con los pobres. Sin esto, la conversión no es verdadera.

Zaqueo tiene curiosidad por conocer a Jesús y busca los medios para ello. A pesar de su ascendencia social, no se avergüenza de subir a un árbol, aunque sea sólo para verlo pasar. A Jesús lo criticaron por entrar a casa de Zaqueo.

Así también hay quienes nos critican porque visitamos a algunas personas pudientes, o nos entrevistamos con autoridades de diversos niveles. Si lo que buscamos es nuestro beneficio personal, seríamos dignos de graves reproches, pues usaríamos nuestro cargo también para enriquecernos. Jesucristo encarna la salvación para todos: pobres y ricos, gobernantes y ciudadanos, letrados y analfabetas, poderosos y marginados.

A nadie rechaza, sino que a todos ofrece una oportunidad de gracia y salvación. Ciertamente es muy difícil que un rico se salve, pero no es imposible. Puede cambiar su corazón empecinado en adorar el dinero y compartir sus bienes con los necesitados.

El plan de Dios no es nuestra condenación, sino la salvación; pues “tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él, tenga vida eterna” (Jn 3,16). La afirmación de Jesús es categórica al respecto: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”. Este es el Jesús en quien creemos, a quien buscamos, al que predicamos. A este Jesús es al que invitamos a todos a acercarse.

Esta salvación, sin embargo, no es algo sentimental. No es sólo ir a Misa y comulgar. No es sólo rezar y practicar algunas devociones. No es sólo quemar cohetes y llevar bellos adornos florales a las imágenes en los templos. No es sólo gastar dinero en las celebraciones religiosas tradicionales.

Es, como Zaqueo, a partir del acercamiento a Jesús, convertirse. Es dejar de explotar y de robar. Es combatir la corrupción que penetra corazones e instituciones. Es compartir generosamente con los pobres. Entonces sí hay salvación.

Invitamos a los ricos a seguir el ejemplo de Zaqueo. Que se acerquen a Jesús con un corazón humilde y sencillo. El les ayudará a cambiar y a abrirse a tantas personas que sufren. Si en verdad lo buscan, lo encontrarán, y no les dará mucho trabajo compartir lo que tienen con los que carecen casi de todo.

Invitamos a los defraudadores a devolver lo robado y compartir con los pobres. Que quienes han usurpado lo que no les corresponde, lo regresen, antes de que los descubran y acaben en la cárcel. O que inviertan lo mal habido en obras de servicio social, para limpiar su conciencia. Invitamos a todos cuantos ocupan cargos importantes a no avergonzarse de su fe y acercarse en público y en privado a Jesús.

Los pequeños Zaqueos, sin mucho dinero ni cargos elevados, también son invitados a convertirse, porque la corrupción también se da en pequeños niveles. Es corrupto el niño que, después de hacer un mandado, se queda con el cambio sin permiso. Es corrupto el chofer y el comerciante que cobran más de lo debido. Es corrupto el empleado que sustrae del trabajo algo que no le corresponde, aunque sea poco.

Recibir a Jesús en nuestra casa, en nuestro corazón, exige una conversión como la de Zaqueo. No somos dignos de recibirlo, pero El es capaz de sanarnos de la obsesión por el dinero y del egoísmo.