XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Solemnidad de Cristo Rey

Lc 23, 35-43. Cristo Rey

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"Cuando Jesús estaba ya crucificado, las autoridades le hacían muecas, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el elegido". También los soldados se burlaban de Jesús, y acercándose a él, le ofrecían vinagre y le decían: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo". Había, en efecto, sobre la cruz, un letrero en latín y hebreo, que decía: "Este es el rey de los judíos”.

Uno de los malhechores crucificados insultaba a Jesús, diciéndole: "Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y a nosotros". Pero el otro le reclamaba, indignado: "¿Ni siquiera temes tú a Dios estando en el mismo suplicio? Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos. Pero éste ningún mal ha hecho". Y le decía a Jesús: "Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí". Jesús le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso". (Lc 23, 35-43).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

Con este domingo concluimos un Ciclo más del Año Litúrgico. Dentro de ocho días empezaremos el Adviento, para prepararnos a la Navidad. Y la mejor forma de cerrar un ciclo y proyectarnos al siguiente es celebrar a Jesucristo como nuestro Rey. El es el centro, el culmen y el cimiento de todo. Sin embargo, es Rey no con armas y ejércitos, sino por su máximo amor demostrado en la cruz.

El mundo, que no piensa según el Evangelio, tiene un concepto muy desviado de lo que Jesús nos manifiesta, acerca de ser “el Rey de los Judíos y de todo cuanto existe”. La canción mexicana “El rey”, refleja muy bien el concepto de reinado que muchos tienen, consciente o inconscientemente. Por ello, hasta los pobres y borrachos la cantan con tanta pasión y sentimiento: “Pero sigo siendo el rey”.

En su cruz, Cristo tiene un letrero: “Este es el rey de los judíos”. Sin embargo, se lo pusieron en tono de burla. Las autoridades judías, los soldados y hasta uno de los crucificados tomaban este título como burla. No comprenden que su reinado es de otro estilo: es dar la vida para que otros vivan.

El no reina para cometer arbitrariedades e imponerse a la fuerza. Tampoco necesita ejércitos, armas y mucho dinero. El rompe los esquemas conocidos, y por ello se burlan de El. Ya había dicho antes a sus discípulos: “El que quiera ser el primero, el rey, hágase el servidor de todos”. En este sentido, servir a Dios y al prójimo, eso es reinar.

Jesucristo es rey porque es dueño de todas las cosas, y Dios Padre puso en sus manos todo. Por El, pasan todos los tesoros del amor misericordioso del Padre, y en El se realizan todos sus proyectos. Sin Cristo, no hay salvación posible. Incluso para aquellos que no lo conocen explícitamente, El es el punto de referencia indispensable para tener vida eterna.

Hemos de analizar nuestras vidas, para comprobar si Jesucristo es nuestro rey, o hay otras personas o cosas que nos dominan. Si Jesucristo, influye en nuestras decisiones. Si consultamos su Evangelio. O si más bien predomina en nosotros lo que dice la televisión, la publicidad.

¿Qué lugar ocupa Cristo en nuestros criterios y en la programación de nuestras actividades? Los domingos, ¿le damos la primacía que le corresponde? ¿O vamos a Misa sólo cuando nos nace, o cuando no tenemos otros compromisos o diversiones?

Si tenemos algún cargo o responsabilidad, que lo ejerzamos como Jesucristo, desde la cruz. No nos limitemos sólo a lo mínimo, sino tener creatividad, para pensar en lo que los otros necesitan, y lo que nosotros podemos hacer en su servicio. Que no atropellemos los derechos de los demás. No ser impositivos, para mandar y determinar sin dar lugar a que nos reclamen. Podemos cometer abusos y caer en la corrupción, aprovechándonos de nuestra posición.

Hemos de manifestar en la vida ordinaria que Jesús es nuestro rey. Esto se logra, más que con palabras, con el testimonio de una vida regida por El. Cuando, por ejemplo, alguien norma su comportamiento por lo que El nos ha enseñado, aunque tenga que pasar por la cruz de las incomprensiones y burlas de quienes no lo aceptan como rey.

En la historia de nuestra patria, tenemos muchos preclaros ejemplos de quienes dieron testimonio con su sangre de ser fieles a su fe. Murieron gritando: ¡Viva Cristo Rey! Son los mártires de la persecución religiosa.

Son los mártires de cada día, quizá desconocidos, pero que se sacrifican en su trabajo, en su familia, en su apostolado, para que Cristo reine y la sociedad se rija por los mandatos del Evangelio. Que también nosotros podamos decir con toda convicción: ¡Que viva Cristo Rey! ¡Que venga su Reino! Y que hagamos lo que está de nuestra parte para que la vida sea según su Reino.

Glorifiquemos a Cristo Rey con el Prefacio de la Misa de hoy: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.

Porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del universo a tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, para que, ofreciéndose a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana; y sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un Reino eterno y universal: Reino de la verdad y de la vida, Reino de la santidad y de la gracia, Reino de la justicia, del amor y de la paz”.