I Domingo de Adviento, Ciclo A

Mt 24, 37-44: Estar alerta

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Así como sucedió en tiempos de Noé, así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Antes del diluvio, la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca.

Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos. Lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. Entonces, de dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada.

Velen, pues, y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24, 37-44).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!
 

 

 

Comentario:

Hoy empezamos un nuevo Año Litúrgico. En la distribución de los textos bíblicos para las celebraciones dominicales, corresponde el Ciclo A, en que se proclamará el Evangelio según San Mateo.

La primera parte del Año Litúrgico corresponde al Adviento y a la Navidad. El Adviento dura cuatro semanas y su objetivo es prepararnos a celebrar bien la Navidad. Hoy es el primer domingo y Jesús nos invita a velar y estar preparados para su venida.

La publicidad nos está invadiendo con sus criterios comerciales para preparar la Navidad. Todo se reduce a comprar, regalar, viajar, gozar, tener, disfrutar, beber, gastar, vestir y comer. Pocos son los mensajes de un contenido más noble y familiar.

Muy escasos los de un carácter bíblico y religioso. Como dice Jesús en el Evangelio de hoy, es lo mismo que sucedía antes del diluvio: “La gente comía, bebía y se casaba... Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos”.

Jesucristo nos advierte: “Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor”. Nos pide estar preparados no sólo para la próxima Navidad, sino para su venida final. Si celebramos adecuadamente la Navidad, tanto el fin del mundo como nuestro propio final, pueden llegar en cualquier momento, pues estaremos bien preparados.

Pero si la vida y la Navidad se reducen a comer, beber y divertirse, nos pasará como a los contemporáneos de Noé: “Sobrevino el diluvio y se llevó a todos”. ¡Ojalá nuestra Navidad no sea sólo superficialidad! Que sea ocasión de revisar todo aquello que perturbe la vida familiar y social.

¿Cómo disponernos en este tiempo de Adviento? El profeta Isaías nos responde: “Vengan, subamos al monte del Señor, para que él nos instruya en sus caminos y podamos marchar por sus sendas... El será el árbitro de las naciones y el juez de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados y de las lanzas, podaderas; ya no alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán para la guerra... Caminemos a la luz del Señor” (Is 2,3-5). Por tanto, Adviento es acercarnos al Señor; es dejar de pelear en la familia, en el trabajo, en la política, entre poderes estatales y federales, entre religiones, entre partidos y organizaciones. El Adviento es caminar a la luz del Señor, pues El es el sol que nace de lo alto y que nos ayuda a vencer las tinieblas.

San Pablo nos dice: “Tomen en cuenta el momento en que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada y se acerca el día.

Desechemos, pues, las obras de las tinieblas y revistámonos con las armas de la luz. Compórtense honestamente, como se hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfrenos, nada de pleitos ni envidias. Revístanse más bien de nuestro Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos deseos” (Rom 13,11-14).

Por tanto, hay que desechar todo lo que sea como la noche, como las tinieblas: comilonas, borracheras, lujurias, desenfrenos, pleitos, envidias. Más bien, hay que revestirse de luz, es decir, de Jesucristo, que es el día sin ocaso. Por eso, decimos en la aclamación antes del Evangelio: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación” (Salmo 84, 8).

Jesús insiste al fin del Evangelio de este día: “Estén preparados”. Preparados para cuando El venga al fin de los tiempos, que puede suceder cuando menos lo imaginemos y nos puede tomar desprevenidos.

Preparados para la próxima Navidad, para que su venida sea realmente una presencia salvadora, para cada uno, para la familia, para los pueblos y para el país.