IV Domingo de Adviento, Ciclo A

Mt 1, 18-24: Navidad ya próxima

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.

Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: ‘He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros’. Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa (Mt 1, 18-24).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

Ya estamos muy próximos a la gran fiesta de Navidad. Su origen y su sentido es celebrar la encarnación del Hijo eterno del Padre, quien quiso compartir nuestra vida, para darnos la suya. Sin embargo, para muchos es todo menos eso. ¿Cómo prepararnos, para que Dios esté en nosotros? La liturgia nos presenta hoy el ejemplo de María y José, quienes lo recibieron con un “corazón limpio y manos puras” (Salmo 23). Navidad es “Dios con nosotros”. Pero a muchos Dios les tiene sin cuidado.

Hay algunos considerados literatos que se ufanan de no creer en Dios; aún más, dicen que su lucha es combatir la religión, y particularmente la católica. Escriben novelas y se dan la libertad de ir soltando comentarios que parecen marginales, pero en los que destilan todo su veneno contra la religión.

Navidad es cercanía de un Dios amoroso, que se abaja hasta nosotros, que se humilla ocultando su divinidad, para que no tengamos miedo de acercarnos a El. Pero algunos en estas fechas no se dan tiempo para leer la Biblia, hacer oración en familia, participar en las celebraciones litúrgicas. Para ellos, estos son días de vacaciones, y nada más. Es decir, olvidan la razón de esta fiesta.

Navidad es tiempo de dar “gloria a Dios en el cielo”. Muchos no le dan la gloria que se merece. Si acuden a El, sólo es para pedirle que les conceda cosas. No son capaces de reconocer su grandeza, alabarle y bendecirle, glorificarle y darle gracias, ni con palabras ni con sus hechos. No reconocen que, si no fuera por el amor de Dios, nada existiría, ni siquiera ellos.

Navidad es misterio, es contemplación, es adoración. Para otros es diversión, paseos, ruido ensordecedor, excesos en comidas y bebidas, vicios y pecados. Muchas veces he pensado que a lo mejor Jesús se podría arrepentir de haberse encarnado, al ver cómo se ha deformado la conmemoración de su nacimiento. Dice la Biblia que Dios, cuando vio tanto pecado en el mundo, se arrepintió de haber creado a la humanidad (cf Gén 6,5-7).

Navidad es un Niño pobre, recostado en un pesebre. ¿Qué es para la televisión, para la publicidad, para los comerciantes? Es expectativa de mejores ingresos económicos, de más ventas, de dinero. Para quienes gozan de recursos económicos cuantiosos, es ocasión de grandes gastos en regalos, ropas a la moda, vinos importados, excursiones exóticas. Todo lo contrario a su sentido original. Un contrasentido total.

Navidad es vida en familia. Algunos ya la han destruido, y no tienen con quién celebrar; por eso se van con amigos y amigas, para llenar el vacío que llevan por dentro, aunque no lo quieran reconocer. Se sacian de licor y se hartan de diversiones, como una forma de acallar su conciencia. No quieren acordarse de Dios, pues saben que tendrían que cambiar muchas de sus actitudes, cosa que no quieren ni plantearse. Por ello, se aturden de ruido, y nos aturden a los demás.

Navidad es “paz en la tierra a los hombres en quienes El se complace”. Pero en muchos sitios no hay paz. Los productores de armas no tienen otro interés que vender, aunque haya guerras y muertes. Con tal de enriquecerse, no les importa que mueran niños e inocentes. Son los nuevos Herodes.

Los secuestradores no descansan y destruyen la paz de las familias. Los violentos no se conmueven ante sus víctimas, y cada día se ensañan más en la forma de torturarles y extorsionarles. En muchos hogares no hay armonía, y por ello esposos e hijos pasan estos días cada quien con quien puede, o llenándose de alcohol para disimular sus decepciones y tristezas.

Dios mismo preparó su Navidad. Así lo anunció por el profeta Isaías: “El Señor mismo les dará una señal: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros” (Is 7,14). Y que esta profecía se refiere a la Virgen María, lo afirma San Mateo: “Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho por boca del profeta Isaías...” (Mt 1, 22-23). Dios, pues, quiso nacer de una mujer virgen.

La mujer escogida y preparada por Dios para que lo concibiera en su seno y nos lo engendrara, es la llena de gracia, la bendita entre las mujeres, la llena del Espíritu Santo. Por su parte, José, su esposo prometido, era hombre justo, es decir, recto y santo. Así deberíamos ser nosotros, para que Jesús venga y habite en nuestro corazón y en nuestras familias. EL Adviento en esta IV Semana, nos invita a saber esperar la venida del Señor con una vida justa, abundante en buenas obras y disponernos a ir al encuentro del Señor con manos limpias.