Bautismo del Señor:

Mt 3,13-17: El Bautismo de Jesús

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara. Pero Juan se resistía, diciendo: "Yo soy quien debe ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que yo te bautice?" Jesús le respondió: "Haz ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere". Entonces Juan accedió a bautizarlo.

Al salir Jesús del agua, una vez bautizado, se le abrieron los cielos y oyó una voz que decía, desde el cielo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias" (Mt 3,13-17). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Hoy terminamos las fiestas de la Navidad. Mañana empezaremos la primera parte del llamado "Tiempo Litúrgico Ordinario", en que no hay fiestas especiales, salvo el 2 de febrero, cuando Jesús fue presentado al templo de Jerusalén. El 6 de febrero será Miércoles de Ceniza, con el que se inicia la Cuaresma, preparación hacia las fiestas pascuales.

Hemos celebrado diversas manifestaciones del Señor: a los pastores y a los magos llegados de Oriente. Concluimos este ciclo navideño con la celebración del bautismo de Jesús, cuando se presenta abiertamente como el Hijo amado del Padre. Acaba su vida privada en Nazaret e inicia su misión pública. Tanto una forma como otra de vida son revelación y salvación, pues su permanencia durante 30 años en familia, también es una predicación y una redención.

En la escena del bautismo, Dios Padre da testimonio claro de que Jesús es su Hijo muy amado, en quien tiene sus complacencias. ¿Y por qué el Padre se complace en Jesús? Porque Jesús cumplió siempre la voluntad de su Padre (cf. Jn 4,34; 5,30; 6,38). Sobre todo porque, como dice San Pedro: "Pasó su vida haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hech 10,38).

Por el bautismo, nosotros somos también hijos de Dios, en Cristo y por Cristo. Nunca llegaremos a entender, por más que estudiemos y crezcamos en años, la plenitud de este regalo. Es una realidad que sobrepasa nuestra comprensión. Si no lo conociéramos por la Santa Biblia y por el Magisterio constante de la Iglesia, no lo creeríamos.

Saber que Dios es nuestro Padre, nos llena de consuelo, esperanza y fortaleza. No somos como plumas en el aire. No somos un accidente de la historia. Dios es nuestro Padre, que nos ha creado; nos ama y sostiene; nos da en Cristo todo su amor; nos ofrece vida eterna, desde este mundo. Podemos confiar en él y acudir a su misericordia. Nos acompaña siempre con su providencia misericordiosa. Nos espera siempre con los brazos abiertos, cuando nos hemos alejado de él. Nos enseña un camino seguro de salvación.

Precisamente porque es un tesoro incalculable, los padres de familia han de llevar a sus hijos a bautizar tan pronto que sea posible, para no privarlos de este inmenso regalo de vida divina. La Iglesia ordena que el bautismo de los niños se haga lo más pronto que sea posible, apenas la mamá pueda moverse para estar en la celebración y se hayan recibido las pláticas previas. Y no se diga que Jesús fue bautizado hasta los treinta años, porque ése fue el bautismo practicado por Juan, no el ordenado por Jesús. Bautizarse en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es requisito necesario para la salvación (cf Mt 28, 19; Mc 16,16; Jn 3,5 ; Hech 19,1-5). Dejar a los niños sin bautismo, es exponerlos a perder la vida eterna; y ese sería el mayor daño que se les haría.

Los bautizados, al igual que Jesús, hemos de pasar nuestra vida haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo. Por tanto, nada es más contrario a la identidad de un cristiano que hacer el mal a otros, maltratarlos, explotarlos y oprimirlos. Un ladrón, un asesino, un injusto, un violador, un secuestrador, un asaltante, un corrupto, un borracho, un adúltero, aunque esté bautizado, contradice su condición de hijo de Dios Padre, miembro de Cristo y hermano de los demás.

Sin embargo, el profeta Isaías marca también muy claramente la pauta para hacer brillar la justicia. Dice que los siervos de Dios no han de promover un orden más justo con gritos e insultos, con ofensas a la dignidad de los demás, con manifestaciones violentas, agresivas y destructoras, rompiendo y arrasando cuanto se encuentra al paso de los inconformes.

La justicia, la democracia y la libertad no se logran por la fuerza de las armas, pues éstas generan una espiral de violencia que es muy difícil detener o controlar; provocan divisiones y enfrentamientos al interior de las comunidades, que producen más miseria y atraso. Cuando se pone la confianza en las armas, la autoridad se siente obligada a gastar inmensos recursos en la modernización y operación de las fuerzas públicas; con ello, el "gasto social" se reduce, en perjuicio de los mismos pobres a quienes se pretende defender. Jesús condenó el recurso a las armas para establecer el Reino de Dios. (Cfr. Is. 42,1-4. 6-7)

Que el Espíritu Santo nos ilumine y fortalezca, para que sepamos cómo comportarnos en cada momento, y así seamos como Jesús, hijos en quienes el Padre se complace. Bautizados: Hijos de Dios, miembros del Cuerpo de Cristo y de su Iglesia, y herederos del cielo. Que la Virgen María nos auxilie.