IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 5, 1-12: Las Bienaventuranzas

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, cuando Jesús vio a la muchedumbre, subió al monte y se sentó. Entonces se le acercaron sus discípulos. Enseguida comenzó a enseñarles, hablándoles así:

"Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los sufridos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se les llamará hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos" (Mt 5, 1-12).

¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús!


Comentario:


Las ocho Bienaventuranzas son una síntesis del Evangelio de Jesús, la mentalidad de su doctrina y el secreto para la felicidad. Todos anhelamos ser dichosos, felices, bienaventurados. Sin embargo, la forma de lograrlo es muy distinta entre quienes siguen los criterios del mundo de pecado, y quienes siguen el Evangelio.

El “sermón de la montaña” nos indica el camino que Jesús enseña para lograr la felicidad. Para la mayoría, ser feliz es igual que tener mucho dinero, ropa moderna, una cuenta en el banco, casa cómoda, diversiones, viajes, títulos y, en resumen, una buena posición social y política. Disfrutar de muchos placeres.

Para ser pobre de espíritu, no basta ser pobre de bienes materiales, para ser automáticamente feliz. Los pobres, para ser felices, deben llevar una vida recta, cumplir los mandamientos, no cometer maldades, no decir mentiras.

Jesús no aprueba ni exalta la pobreza en el sentido de que Dios quisiera que todos fuéramos miserables, sino en cuanto implica saber disfrutar los bienes terrenos con libertad, con sencillez, con humildad, sin estar encadenados a ellos, sin presumir y humillar a otros.

Ser pobre es disfrutar lo que tenemos, con libertad y gratitud, sin ambicionar lo que nos excede, sin odios o resentimientos del corazón. Ser pobre también es ser libre para desprenderse de comodidades y lujos, para compartir con los demás y servir a los más necesitados, al estilo de Jesús, quien siendo rico, se hizo pobre por nosotros.

Son felices los que lloran con los que sufren, no los niños o los inmaduros que con sus lágrimas chantajean para obtener lo que quieren. Es noble y digno llorar cuando nos conmueven las lágrimas del otro, cuando somos sensibles a sus penas, cuando compartimos sus sentimientos, como lo hizo el mismo Jesús. Estas lágrimas no son signo de debilidad, sino de un corazón humano, sensible y fraterno.

Sufrir es un camino de felicidad, no por el sufrir mismo, pues eso sería masoquismo, sino cuando se afrontan con serenidad y fortaleza los problemas de la vida, los trabajos y las enfermedades. Jesús nos enseña a no estar renegando de todo y contra todos, a asumir lo duro de la vida y no huir o tirar la cruz. Como los esposos que no se separan a las primeras desavenencias, sino que aprenden a sobrellevarse y, entre penas y dolores, construyen sólidamente su hogar.

Aunque vengan vendavales y tentaciones, se mantienen fieles y firmes hasta el fin. Los que, ante los problemas, inmediatamente deciden separarse e iniciar otra relación, al fin se quedan vacíos y solos, tratando de acallar su conciencia con una serie insaciable de compensaciones.

Tener hambre y sed de justicia es luchar contra todo lo que sea injusticia, contra la explotación de los pobres, la corrupción, el abuso de los poderosos, el lavado de dinero. Cuando muchos candidatos prometen justicia, hemos de comprobar si en su vida la han practicado, o sólo es un recurso oratorio de campaña.

Ser misericordioso es dar el corazón a los que sufren; es poner al servicio de los necesitados nuestro tiempo y nuestros recursos. Es no ser insensible ante el dolor ajeno; es hacer llegar nuestras ayudas a cuantos sufren desgracias.

Ser limpios de corazón es no tener intenciones ocultas, sino ser transparentes, sinceros y leales. Es ver con ojos limpios a la mujer; es abstenerse de revistas y videos pornográficos; es no alimentar imaginaciones obscenas.

Trabajar por la paz es promover la reconciliación entre individuos y comunidades; es alentar el perdón mutuo; es no impulsar el odio, la venganza y la violencia.

Ser perseguido por la justicia es sufrir por defender a los pobres; es ser calumniado por aquellos a quienes se denuncia como explotadores; es ser hostigado y aún asesinado por defender los derechos de los marginados.

Ser injuriado por la causa de Jesucristo es exponerse a las burlas e incomprensiones por la propia fe en Jesús; es soportar la persecución y hasta la muerte por hablar de El y por impulsar valores conformes a su Reino.

Es difícil vivir conforme a estos criterios de Jesús. Y es más difícil para los ricos que para los pobres. Esto explica que, en nuestras celebraciones y organizaciones eclesiales, abundan más los pobres, que son más sensibles al Evangelio. Confrontemos nuestros criterios y métodos para buscar la felicidad, con los de Jesús. ¿Qué hacemos para ser felices? ¿En qué hacemos consistir nuestra dicha?