III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Jn 4, 5-42: Jesús y la Samaritana

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.

Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: “Dame de beber”. (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: “¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no tratan a los samaritanos). Jesús le dijo: “ Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”.

La mujer le respondió: “Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que beba de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré, se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna”.

La mujer le dijo: “Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla”. El le dijo “Ve a llamar a tu marido y vuelve”. La mujer le contestó: “No tengo marido”. Jesús le dijo: “Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad”. “Ya sé que va a venir el Mesías (es decir Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo”. Jesús le dijo: “Soy yo, el que habla contigo”.

En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: ‘¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’ Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.

Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el salvador del mundo” (Jn 4, 5-42).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

Este domingo y los dos siguientes tienen un claro sentido bautismal. Hoy se nos presenta a Jesús como fuente de agua viva. El próximo domingo se proclamará lo del ciego de nacimiento, pues Jesús es la luz que nos quita la ceguera del pecado (Jn 9, 1-41). Después, la resurrección de Lázaro, pues Jesús es vida nueva, que vence la muerte del pecado (Jn 11, 1-45). La Cuaresma es tiempo de gracia para renovar nuestro bautismo.

Jesús pide agua a una mujer desconocida; dialoga con ella; le ayuda a aceptar su propia realidad. Ella, al descubrir el espíritu de la verdadera religión, se transforma en evangelizadora. Lamentablemente, con frecuencia no damos a la mujer el lugar que Dios quiere. Sólo se les utiliza para los quehaceres diarios del hogar, pero no se toma en cuenta su palabra, siendo que muchas sostienen la evangelización.

Jesús se presenta no sólo como fuente de agua viva, sino como quien nos hace ser “un manantial capaz de dar la vida eterna”. Si me acerco a El, se remedia mi sed, y puedo dar a los demás agua viva; puedo ayudarles a salir de su desierto, de su soledad, de su amargura y desolación, y que lleguen a la tierra prometida.

Moisés, con su oración, logró que Dios hiciera salir agua de una peña (cf Ex 17,3-7). Jesús es el nuevo Moisés, que conduce a su pueblo (que somos nosotros) a través de los problemas de este valle de lágrimas, hasta que lleguemos al cielo. Si nos acercamos a Jesús, ya nunca más volveremos a padecer angustia, soledad y vacío interior, sino que seremos capaces de vencer carencias y problemas, sin desfallecer.

Encontrar a Jesús lleva necesariamente a la conversión. Jesús consuela y comprende, pero también exige. Le hizo ver a la mujer samaritana que llevaba ya cinco maridos, y que con quien en ese momento convivía, no era su legítimo esposo. Esto es lo que hace el agua del bautismo: nos lava de nuestros pecados. Por ello la Cuaresma, que es tiempo de renovar el bautismo, nos exige lavarnos de tantas manchas que se nos pegan.

Sólo encontrando a Jesús podremos saciar nuestra sed y descansar de tantos problemas. Sólo acudiendo a su presencia, en el pozo profundo del Sagrario, beberemos paz, perdón, serenidad y fortaleza, para continuar luchando en este desierto de la vida.

Sólo bebiendo de esta agua, los esposos pueden permanecer fieles, sobrellevarse y amarse. Sólo escuchando su palabra y conversando con El en la oración, los enemigos podrán pacificarse interiormente y convivir en paz con sus adversarios. Sólo estando a solas con Cristo, los servidores de la comunidad encontrarán sabiduría, prudencia y fortaleza, para no imponerse por la fuerza y la mentira, sino por la razón y la justicia.

Sigamos el ejemplo de la samaritana. Al encontrarse con Jesús, cambió de vida y compartió con sus paisanos su hallazgo. Busquemos a Jesús. Ante todo, leyendo con calma y devoción la Santa Biblia. Acercarse a los sacramentos, sobre todo a la Eucaristía, pues allí está Jesús vivo y verdadero, por medio de signos eficaces. Y algo imprescindible: acercarse a los pobres, a los ancianos, a los enfermos, a los marginados, a los presos. Sin saber cómo, en ellos descubrirá el rostro de Jesús.

En vez de quejarnos y echarnos culpas unos a otros por la defección de creyentes, hay que empaparnos más del agua viva que encontramos en Jesús, para que vayamos a saciar la sed que tienen las personas de que les hablemos más de Dios, y no nos quedemos solamente en las cosas técnicas o materiales.