II Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Mt 17, 1-9: Por la Cruz a la luz

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, el hermano de éste, y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haremos aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

Cuando aún estaba hablando, una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: “Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levántense y no teman”. Alzando entonces los ojos, ya no vieron a nadie más que a Jesús.

Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No le cuenten a nadie lo que han visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos” (Mt 17, 1-9).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

 

Comentario

Hace ocho días, acompañamos a Jesucristo en su retiro al desierto, donde venció las tentaciones. Hoy celebramos su transfiguración. ¿Qué relación hay entre estos misterios? Al poner los dos pasajes bíblicos seguidos uno de otro, la Iglesia nos hace ver cómo, si ayunamos, si sufrimos con Cristo, triunfaremos y resucitaremos con El. Esta es la secuencia de la Pascua: muerte al pecado, para tener vida en plenitud. La meta es la gloria; el camino es la lucha contra las tentaciones.

No se puede ser discípulo de Jesús sin acompañarlo en su cruz, en el sacrificio, en la abnegación. Así lo expresa San Pablo en su carta a Timoteo: “Comparte conmigo los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios... Cristo Jesús, nuestro salvador, destruyó la muerte y ha hecho brillar la luz de la vida y de la inmortalidad, por medio del Evangelio” (2 Tim 1,8-10). Es decir: seguir a Cristo y predicar su Evangelio exige pasar por el sufrimiento, por las burlas y las persecuciones.

Vivir conforme a su Palabra exige privarse de gustos del cuerpo, de tendencias no acordes con el Evangelio. Sólo dando muerte a las pasiones desordenadas podremos participar de la luz de la vida, de la inmortalidad. Si las personas, las organizaciones y los pueblos vivieran conforme al Evangelio, y renunciaran a sus ambiciones de poder y de dominio, ayudarían a construir la paz social que tanto anhelamos todos.

Jesús se manifiesta en toda su gloria a tres discípulos muy cercanos, que lo acompañan en su subida al monte Tabor. Son los mismos que estarán con El en otras ocasiones, sobre todo en el monte de los Olivos. Como se iban a desconcertar por los sufrimientos de la pasión, les adelanta ahora la gloria que vendrá después, para que no se desanimen ante los problemas y persecuciones. Si sufrimos con Cristo, reinaremos con El.

La voz del Padre revela a los discípulos la identidad de Jesús: es su Hijo muy amado, en quien plenamente se complace. Lo único que pide es que se le escuche. Por tanto, sólo quien atiende a Jesús y se esfuerza por vivir conforme a su Evangelio, podrá disfrutar de su gloria, de su triunfo, de su resurrección.

Si queremos que en los pueblos haya paz y convivencia fraterna, hay que escuchar todos a Jesús y dejarnos guiar por El, no por el demonio, que incita a buscar la fama y el poder a cualquier precio. El demonio es un mentiroso, y hacer aparecer el triunfo personal como lo máximo, cuando lo que vale es hacer la voluntad de Dios. Y Dios nos enseña perdonar y hasta renunciar a derechos personales, cuando está de por medio el bien común.

Dice el Evangelio que, cuando Jesús se manifestó en toda su gloria, su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. Así quisiéramos que estuviera nuestra familia, nuestra comunidad, nuestro Estado y el país en general: sin tantas manchas ni oscuridad, sin tantos delitos y pecados que nos avergüenzan, sin violencia ni revanchas, sin racismos e injusticias, sin inseguridad ni temores, sin venganzas y enfrentamientos.

Para transfigurar las familias y que sus miembros y sus visitas se sientan a gusto, hay que vencer las palabras ofensivas, las infidelidades, los celos injustificados, el exceso en las bebidas, los golpes, las amenazas y la irresponsabilidad.

El Prefacio de la Misa dominical nos da el sentido de la secuencia entre el domingo anterior y el presente: “Cristo nuestro Señor, después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. Es decir: si acompañamos a Cristo en su lucha contra las tentaciones, disfrutaremos de su gloria. En otras palabras, si morimos con El al pecado, resucitaremos gloriosos con El. Por la Cruz a la Luz.