Domingo de Resurrección

Mt. 28, 1-10: ¡Aleluia! ¡Aleluia!

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio: 

 

"Transcurrido el Sábado, al amanecer del primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran temblor porque el ángel del Señor bajó del cielo y acercándose al sepulcro, hizo rodar la piedra que lo tapaba y se sentó encima de ella. Su rostro brillaba como el relámpago y sus vestiduras eran blancas como la nieve. Los guardias, atemorizados ante el se pusieron a temblar y se quedaron como muertos.

El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: “No teman. Ya se que buscan a Jesús, el crucificado. No está aquí; ha resucitado, como lo había dicho. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto. Y ahora, vayan de prisa a decir a sus discipulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allá lo verán.’ Eso es todo”.

Ellas se alejaron a toda prisa del sepulcro y llenas de temor y de gran alegría, corrieron a dar la noticia a los discipulos. Pero de repente Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron. Entonces les dijo Jesús: “No tengan miedo. Vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán” (Mt. 28, 1-10)

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús”.

 

Comentario

- ¡Aleluia! Es la exclamación de gozo por la Resurrección de Cristo. – Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. – La Vida pudo más que la muerte. La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido.

Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra futura resurrección. Porque Dios, rico en misericordia, movido del gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida juntamente con Cristo...y nos resucitó con El. La Pascua es la fiesta de nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría.

La Resurrección del Señor es una realidad central de la fe católica, y como tal fue predicada desde los comienzos del Cristianismo. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús. Anuncian que Cristo vive, y éste es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento principal de la divinidad de Nuestro Señor.

Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. Ésta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. En El, lo encontramos todo; fuera de El, nuestra vida queda vacía.

Esta noche, mientras participábamos – si nos fue posible - en la liturgia de la Vigilia Pascual, vimos cómo al principio reinaba en el templo una oscuridad total, imagen de las tinieblas en las que se debate la humanidad sin Cristo, sin la revelación de Dios. En un instante el celebrante proclamó la conmovedora y feliz noticia: La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espiritu. Y de la luz del Cirio pascual, que simboliza a Cristo, todos los fieles recibieron la luz: el templo quedó iluminado con la luz del cirio pascual y de todos los fieles. Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda la tierra sumida en tinieblas.

La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada a una acción comprometida en el mundo: ser luz y llevar la luz a otros. Para eso hemos de estar unidos a Cristo. Impregnar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura.

Iluminado y fortalecido por la resurrección del Señor, saludo a todos en estas fiestas pascuales, en el Año de la Eucaristía y deseo que la fe en Cristo Resucitado nos sostenga y anime, en medio de los problemas e incertidumbres que nos rodean. En efecto, Jesús vive entre nosotros y no se ha quedado en el sepulcro. Ha resucitado y permanece entre nosotros en la fracción del pan, tanto en la Eucaristía como en la solidaridad fraterna. Por ello, se nos dice: "No tengan miedo" (Mt 28,5.10; cf Mc 16,6). Sin esta comunión con El no podemos llevar a cabo las tareas de nuestra acción Pastoral.

Nuestra misión de cristianos es proclamar ese Señorío o centralidad de Cristo, anunciar a Jesús con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las situaciones del mundo. A algunos los llama a la vida religiosa, apartados de la vida de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios.

A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A mí me llamó hoy hace 50 años a ser Sacerdote por el Sacramento del Orden, los invito a que me ayuden a darle gracias a Dios y le pidan me otorgue su ayuda para servirle. A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas.

Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: en el mar, en el laboratorio, en el trabajo de la tierra, en el taller, en las calles de las grandes ciudades, en la montaña, en la política, en la economía, en la empresa, en la cultura. Ser en todas partes una presencia luminosa de Cristo Resucitado. ¡FELICES PASCUAS!