III Domingo de Pascua, Ciclo A

Lc 24, 13-35: Los descorazonados

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:  

 

"El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, ... Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. El les preguntó: "¿De que cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?"

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¿Eres tú el unico forastero que no sabe lo que ha sucedido estos dias en Jerusalen?" El les preguntó: "¿Qué cosa?" Ellos le respondieron: "Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que el sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron...

Entonces Jesús les dijo: "¡Que insensatos son ustedes y que duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?" Y comenzando por Moises y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él. Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, el hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer". Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero el se les desapareció...

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: "De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón". Entonces ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan (Lc 24, 13-35).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

La liturgia de este domingo nos presenta a Jesús, quien se aparece a dos de sus discípulos que, descorazonados y decepcionados, se alejaban de Jerusalén. Ya se les habían desvanecido las esperanzas de que con El todo se iba a solucionar y que el imperio romano sería derrotado. Ya no querían convivir con los demás discípulos y decidieron separarse, quizá para ponerse a salvo y olvidarse del asunto. Sus ilusiones se habían acabado; ya no tenía caso seguir con la comunidad apostólica.

Se parecen a muchos cristianos que, mientras no tienen mayores problemas, dicen ser discípulos de Jesús; pero cuando todo sale al revés, como cuando un ser querido enfermo no sana y muere, a pesar de las oraciones que se hacen por su salud; o cuando se decepcionan porque un sacerdote los trata mal, no los atiende como se debe, o se porta en forma incoherente, entonces se alejan de la Iglesia y de la práctica religiosa; se hunden en criticas y lamentos; llegan hasta renegar de su fe.

¿Qué hacer con los que se alejan, como los discípulos de Emaús? Jesús, con toda delicadeza, se acerca a ellos; los acompaña en su caminar y se preocupa por su tristeza. Sin embargo, con toda claridad también los reprende por su dureza e insensatez.

Les hace ver que "era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria". Les explica ampliamente aquellos pasajes de las Sagradas Escrituras que se referían a él. Los evangeliza y los saca de su error. Ellos, por su parte, no se defienden, sino que escuchan con humildad y apertura de corazón. Incluso lo invitan a hospedarse y a compartir la cena. En ese momento, al partir el pan, lo reconocen. Era como el signo que lo identificaba.

Los primeros cristianos se reunían "el primer día de la semana", que con el tiempo se llamó "domingo", o "día del Señor", y celebraban "la fracción del pan" (Hech 2,42; 20,7). Es el termino con que se designa lo que hoy llamamos Misa o celebración eucarística. Es el signo que actualiza la presencia de Jesús vivo y victorioso en medio de la comunidad de los discípulos. Por ello, para un cristiano es muy importante la participación dominical en la Misa, pues allí nos ponemos en comunión con todo el misterio de Cristo, presente entre nosotros por los signos sacramentales, en particular por el pan y el vino.

Compartir el pan ha de ser también el signo que identifique a los cristianos. Es decir, los discípulos del resucitado no debemos ser egoístas, pensando sólo en nuestro propio interés, sino preocuparnos por todos aquellos que caminan tristes en la vida; por los derrotados y por quienes ya perdieron la ilusión y la esperanza. Hemos de acercarnos a quienes están al borde del suicidio, a quienes se sienten solos e incomprendidos, a los que están abandonados en un asilo o en un hospital.

No hay que huir ante los problemas, como hacían los discípulos que iban hacia Emaús, sino acercarnos a quienes más sufren y alentarlos en la búsqueda de soluciones. Pero tampoco se debe dar todo hecho a los pobres, sino apoyarlos en sus iniciativas y educarlos para que sean agentes de transformación. Como Jesús, quien contagió de entusiasmo a aquellos discípulos desalentados y éstos se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, para compartir con los apóstoles su experiencia del resucitado.

La conversión de esos dos discípulos empezó cuando Jesús les explicó las Escrituras. Esto significa que debemos dar más importancia a la Santa Biblia y dejarnos transformar por ella. De la Palabra de Dios depende nuestra conversión. ¡Escuchémosla! Que en ningún hogar falte una Biblia, y que se le dedique tiempo para meditarla, en particular, de preferencia, en familia, o en la celebración comunitaria. ¡Arriba los corazones! Vayamos con alegría al encuentro del Señor Resucitado ¡Aleluya!