V Domingo de Pascua, Ciclo A

Jn 14, 1-12: "Muéstranos al Padre"

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:  

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se lo habría dicho a ustedes, porque voy a prepararles un lugar. Cuando me vaya y les prepare un sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy".

Entonces Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".

Le dijo Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le replicó: "Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre" (Jn 14, 1-12).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

En esta ocasión, Jesús revela su relación tan profunda con el Padre, pues son un solo Dios, aunque son personas distintas. Ha venido a este mundo enviado por el Padre. Ahora regresa al Padre. Todo cuanto hace y dice es por mandato de su Padre. Siempre habla de su Padre y en todo depende de El. Por eso, como dice el apóstol Felipe, lo más importante es conocer al Padre.

Al respecto, dice Jesús: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre". Es decir, quien conoce a Jesús, conoce al Padre, pues en Jesús el Padre se manifiesta. Con esto nos revela la unidad que hay en Dios: "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí".

En el Evangelio del quinto Domingo del tiempo pascual encontramos una de las afirmaciones más fuertes y rotundas de todo el Nuevo Testamento. En respuesta a la pregunta de Tomás sobre el camino por el que hay que ir al Padre, Jesús responde: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Jesús se proclama la meta última de nuestra existencia y el camino para conseguirla.

Ante todo esto, Jesús nos pide que no perdamos la paz. Pero, ¿cómo es posible conservarla, si el ambiente que nos rodea provoca todo lo contrario? ¿Cómo tener y conservar esa paz? La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: Tenemos un Padre Dios, que nos ama, que nos ha creado, que nos ha enviado a Jesús como Salvador, que nos regala su Espíritu Santo, que nos enseña el camino para ser felices desde este mundo, que nos prepara un lugar en el cielo, que nos da en herencia la vida eterna. Y en Jesús tenemos el camino, la verdad y la vida que nos dan esa paz, porque en Jesús todos somos hermanos.

Si en verdad siguiéramos el camino de Jesús, si obedeciéramos su Evangelio, si hiciéramos caso a su Palabra, en vez de corrupción, habría honestidad; en vez de mentiras, verdad; en vez de agresiones, perdón; en vez de injusticias, fraternidad; en vez de violencia, respeto a personas y cosas ajenas; en vez de egoísmo, solidaridad; en vez de enfrentamientos, trabajo común organizado; en vez de infierno, cielo. Todo esto tanto en la familia, en las oficinas y en el trabajo, como en la vida social y política.

Si todos practicáramos los mandatos evangélicos, nadie dañaría a nadie. Ni los ricos y poderosos se aprovecharían de su posición para acumular desmedidamente, a costa de sus trabajadores, ni los pobres y marginados se dejarían vencer por el odio, la ambición de posesionarse de lo ajeno por el ansia de venganza. Todos nos trataríamos como hermanos, no sólo respetando derechos ajenos, sino hasta compartiendo lo propio. Este mundo nunca será un paraíso terrenal, pero tampoco lo convirtamos en un infierno.

Muchos, a pesar de decirnos creyentes, hacemos lo contrario de lo que Jesús enseña. Otros se hacen su propia ley y se dejan llevar por sus personales criterios; a nadie toman en cuenta, ni a Dios. Con razón sus incontrolables instintos los encadenan.

Varios se suicidan, porque no tienen fe en que Dios Padre los ama; quieren escapar del infierno de esta vida, sin darse cuenta de que, al quitarse la vida, desobedecen las leyes de Dios y se exponen a sufrir un infierno eterno, con lo que su sufrimiento, en vez de acabarse, se puede perpetuar.

Pero todo esto les pasa porque nadie les ha revelado que tienen un Padre bueno y misericordioso; no hay quien les enseñe el camino cierto de felicidad, que es Jesús. Sus propios padres quizá se han preocupado por darles comida, ropa y escuela, pero no les han acercado a Jesús, ni les han revelado la verdad del Evangelio.

Si confiamos en nuestro Padre, sabemos que no estamos solos y que, si trabajamos y ponemos cuanto está de nuestra parte, no nos faltará el pan de cada día. Aunque nos sintamos solos e incomprendidos por todos, tenemos la certeza de que Dios Padre nos comprende, nos perdona, nos levanta y nos sostiene, porque nos ama más de lo que merecemos.

Y aunque llegue la muerte, estamos seguros de que nos espera una felicidad en el cielo tan grande y tan plena que nuestra imaginación no alcanza a descifrar. Tenemos toda una eternidad para saborear lo que significa la palabra Padre. ¡Dios es mi Padre!