XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 9, 36-10, 8: Multitudes extenuadas y desamparadas

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:  

 

En aquel tiempo, al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.

Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero de todos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, que fue el traidor.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos ni entren en ciudades d
e samaritanos. Vayan más bien en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente” (Mt 9, 36-10, 8). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús!

 

Comentario:

El Evangelio de hoy resalta la actitud compasiva de Jesús, quien no permanece indiferente ante el dolor humano. Llama a varios colaboradores, para que su amor llegue a las multitudes, extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.

Nos conmueve cerciorarnos cada día, que disminuye muy poco el número de pobres, sobre todo de los que viven en extrema pobreza. La migración no se detiene, a pesar de los peligros y del racismo inhumano y anticristiano de muchos vecinos del Norte. El campo cada día está más abandonado, porque ya no es rentable producir maíz y frijol; es más barato comprarlos importados, por los cuantiosos subsidios del gobierno norteamericano a sus productores. Los campesinos e indígenas ya no saben en quién confiar, pues se sienten engañados y utilizados.

Nos da lástima, contemplar a tantos adolescentes y jóvenes, que no le encuentran sentido a su vida! Se sienten tan solos, que no ven otra alternativa que el suicidio, las drogas, el alcohol. Algunos no encuentran en sus padres una palabra amiga y comprensiva, sino sólo regaños y exigencias, que no siempre van acompañados de buenos ejemplos en la conducta paterna. Nos duele ver a tantos niños de la calle. Por culpa de tantos hombres, que engendran hijos en forma irresponsable, abusando de mujeres indefensas.

Nos preocupa cuando visitamos los centros penitenciarios, ante tantas historias que nos comparten los internos. Algunos reconocen sus culpas, pero muchos permanecen allí sólo porque no tienen dinero para pagar a quien les defienda. Unos son abandonados hasta por su propia familia.

Nos conmueve ver muchedumbres extenuadas de migrantes, que salen de nuestros municipios, en busca de las promesas del sueño norteamericano. Recorremos por las Costas Grande y Chica y encontramos pueblos abandonados.

Jesucristo se muestra compasivo con las multitudes extenuadas y desamparadas. Nosotros no podemos dejar de hacer lo mismo. Quien se desentienda egoístamente de los pobres, no es cristiano; mucho menos un buen ministro del Señor.

Jesús llama a sus doce discípulos para que hagan lo mismo que El, pues hay muchas personas que necesitan palpar el amor de Dios. Jesús confía a los apóstoles su autoridad para curar enfermos, expulsar demonios, resucitar muertos. Sostenidos por las gracias especiales que les concedió, así lo hicieron. Jesús advierte, sin embargo, que este ministerio ha de ejercerse en forma gratuita, no como Judas, que se aprovechaba de lo que les regalaban para bien de todos; por ello, acabó mal. Es una clara advertencia para no ejercer el sacerdocio u otros servicios en la Iglesia, como si fueran un negocio, personal o de familia. Es justo, ciertamente, que la comunidad provea al sustento de sus ministros, pues la Biblia es muy clara en el sentido de que, quien sirve al altar, de allí debe comer (cf 1 Cor 9, 13-14); pero si algún sacerdote, diácono, catequista, o pastor de cualquier denominación, pretende enriquecerse con el ministerio, que se dedique a otra cosa.

El Señor nos necesita, para que le ayudemos a seguirse compadeciendo de tantas personas que sufren. Nos necesita para liberar a tantos que están encadenados por la pobreza, la enfermedad, la cárcel, la soledad. Nos necesita para anunciar su Evangelio, para proclamar su Reino. Para que su amor llegue a muchas personas que lo buscan ansiosamente. Hacer algo por ancianos, enfermos, presos, discapacitados, etc. Y también como catequista, con niños o jóvenes, y también con matrimonios.

Necesitamos muchos más sacerdotes, religiosas y misioneros. Ayúdenos a pedirlos al Señor, como El nos ordenó: “Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Si ustedes conocen a jóvenes de corazón noble, limpios de costumbres, piadosos, dispuestos a consagrar su vida a Dios y a los demás, sobre todo a los pobres, bien integrados a su familia y capaces para estudios superiores, háganles la invitación para que participen en grupos que se organizan para quienes tienen aspiraciones hacia este estilo de vida.

En nuestro Seminario diocesano, tendremos retiros en la primera quincena de julio próximo, para muchachos varones que al menos hayan terminado la Secundaria. Que se comuniquen con su párroco, o con el Equipo de Pastoral Vocacional, para más detalles.