VI Domingo de Pascua, Ciclo A

Jn 14,15-21: La Gran Promesa

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:  

"En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si me aman, cumplirán mis mandamientos; yo le rogaré al Padre y él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes, el Espíritu de verdad.

El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, sí lo conocen, porque habita entre ustedes y estará en ustedes.

No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán, porque yo permanezco vivo y ustedes también vivirán. En aquel día entenderán que yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes.

El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,15-21).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario:

Dentro de ocho días, celebraremos la Ascensión del Señor Jesús al cielo; por ello, la liturgia nos va preparando para ese misterio, presentándonos hoy lo que Jesús dijo a sus discípulos desde la noche del Jueves Santo. Les dio importantes recomendaciones y les hizo consoladoras promesas.

Les dijo: "Si me aman, cumplirán mis mandamientos... El que acepta mis mandamientos y los cumple, ése me ama. Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él". Es decir, si alguien afirma que cree en Jesús y que lo ama, pero no practica lo que El ordena, demuestra no amarlo realmente.

¿Queremos saber si de veras amamos al Señor? Si cumplimos al menos los diez mandamientos de la ley de Dios, la respuesta es positiva. Si no los cumplimos, no nos engañemos; no amamos a Dios, aunque recemos mucho, aunque alguien sepa la Biblia de memoria y aunque vaya a Misa todos los días.

Para que no queden dudas al respecto, insiste en que, si lo amamos, habitará en nosotros: "Yo estoy en mi Padre, ustedes en mí y yo en ustedes". Y agrega: "Al que me ama a mí, lo amará mi Padre, yo también lo amaré y me manifestaré a él". Además: "El Espíritu de verdad ... habita entre ustedes y estará en ustedes". Esto significa que en cada persona bautizada, habitan las tres divinas personas de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A pesar de nuestras limitaciones, somos como un templo vivo, como un sagrario, en el que Dios habita y permanece.

Sin embargo, el pecado, que es no cumplir los mandamientos de Dios, destruye o ensombrece la presencia de Dios en nosotros. El no practicar los mandatos del Señor, impide que seamos resucitados, llenos del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y de la comunión con el Espíritu Santo. Por ello, quienes se empecinan en su pecado y presumen de sus vicios y degradaciones, son los más infelices de este mundo. Aunque tengan todas las satisfacciones corporales, les falta la presencia de Dios en sus vidas, y con esto son los más pobres y vacíos.

Jesús hace otra promesa a sus discípulos: "Yo le rogaré al Padre y él les enviará otro Consolador que esté siempre con ustedes, el Espíritu de verdad". Cristo es el primer consolador, enviado por el Padre. Al subir al cielo, promete enviarnos a quien continúe en la historia lo mismo que El había hecho.

Esto es lo que realiza el Espíritu Santo, a partir de Pentecostés, fiesta que celebraremos dentro de quince días. Todos necesitamos al Espíritu Santo, que es abogado defensor y maestro de la verdad, fortaleza y serenidad en los problemas, esperanza y paz en los momentos de incertidumbre. Es nuestro asesor, nuestro guía, nuestra luz. Es quien nos hará llegar a la verdad plena y definitiva sobre nosotros mismos y sobre el Evangelio. ¡Cómo nos hace falta el Espíritu de la verdad! Porque en este mundo triunfan la mentira, la calumnia y las medias verdades. Es difícil encontrar a alguien que acepte su culpa, sus errores y sus limitaciones.

Respetamos y valoramos otras religiones, sobre todo las de signo cristiano, porque poseen varios elementos de la verdadera Iglesia fundada por Cristo; pero hay que presentarles la plenitud de la revelación, para que la luz que han alcanzado brille en todo su esplendor. No se puede pensar que todas las religiones son iguales y, por tanto, que cada quien crea en lo que quiera. Esto es un relativismo religioso y moral, que produce un subjetivismo ético, donde cada quien cree y hace lo que quiere. Esto es contrario a la Verdad revelada por Jesucristo, quien es el único camino de vida eterna. Sólo una religión fundó Cristo y sería falso afirmar que enseñó verdades contradictorias en otras religiones; sin embargo debemos respetarnos mutuamente los diferentes credos, hacer oración juntos, dialogar y participar en acciones comunes por el bien de todos, respetándonos y buscando juntos la unidad en la armonía.

Jesús sabe los problemas que vendrán sobre sus seguidores. Prevé los riesgos y las persecuciones. Por ello, les advierte: "No los dejaré desamparados, sino que volveré a ustedes". ¡Qué consoladoras son estas palabras! En efecto, si nos fiamos plenamente de El, nunca nos dejará solos, sobre todo en las dificultades e incomprensiones, en las críticas y en la soledad. Contamos con su presencia, hecha efectiva por la acción del Espíritu Santo. Aunque el mundo nos margine y desprecie, El nos sostiene. ¡Danos, Señor, el Espíritu de la verdad!