XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 13, 24-43: La buena y la mala semilla

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   

En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña.

Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: ‘Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?’ El amo les respondió: ‘De seguro lo hizo un enemigo mío’. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les contestó: ‘No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero’. . .

Luego despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”. Jesús les contestó: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga” (Mt 13, 24-43). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario:

Jesús mismo da a sus discípulos una explicación de la parábola del trigo y la cizaña. Resalto lo siguiente: El trigo, la buena semilla, son los ciudadanos del Reino; es decir, quienes viven conforme a los criterios del Evangelio; los que se esfuerzan por seguir el camino de Jesús, ya que él es la revelación personal del Reino de Dios.

La cizaña, la mala semilla, son los partidarios del maligno; es decir, todos los que inducen a otros al pecado y todos los malvados. En el mismo campo están presentes trigo y cizaña, y en un principio no siempre se distinguen.

Son buena semilla quienes desgastan su tiempo y su vida para que otros vivan mejor; por ejemplo, los padres de familia que se desviven por sus hijos; los maestros que se empeñan por sacar adelante a los alumnos que van mal; los buenos políticos que no tienen tiempo para sí, porque están sinceramente empeñados en servir a la comunidad y resolver por medio de un diálogo pacífico los problemas sociales; los sacerdotes y las religiosas que comparten pobrezas y limitaciones de nuestro pueblo marginado y procuran que lleven una vida más digna; los voluntarios que ocupan parte de su tiempo libre para hacer algo por los demás; los apóstoles seglares que, sin recibir estímulos económicos, son evangelizadores activos y dinámicos.

Son buena semilla las mujeres que han encontrado su vocación en servir a sus padres, a sus hermanos y a la comunidad, sin ser religiosas o casadas. Quienes dan aunque sea un vaso de agua, un té, una tortilla, una palabra amable, a tantos mendigos y ancianos desamparados. Quienes inspiran confianza, porque son rectos y bondadosos, sencillos y humildes.

Quienes siempre están dispuestos a servir y a hacer el bien. Quienes aceptan cargos en la comunidad, a pesar de los sacrificios y gastos que implican, y de las incomprensiones e ingratitudes que reciben. Los enfermos que soportan con paciencia sus dolencias, y las ofrecen como una hostia viva, unida al sacrificio redentor de Jesucristo.

Afortunadamente, hay mucha buena semilla y son más las personas positivas que las negativas; sin embargo ¡cómo abunda la mala semilla! Son mala semilla quienes inducen a otros a robar y a secuestrar, a delinquir y matar; quienes presionan a sus compadres y amigos para que se embriaguen o se droguen; quienes enseñan a mentir y a hacer trampas; quienes, en las escuelas y en los medios informativos, difunden criterios y comportamientos contrarios a la moral; quienes orquestan campañas y presiones para legitimar el “amor libre”, el aborto y la homosexualidad; quienes ven con buenos ojos la infidelidad conyugal y aconsejan el divorcio como la única solución ante los problemas que a veces tienen los esposos; quienes promueven la violencia en la legítima lucha por los derechos propios y ajenos.

Son mala semilla los maestros que se ausentan de sus clases y abandonan a sus alumnos, dándoles mal ejemplo de irresponsabilidad. Los que destruyen la fe religiosa de los niños y adolescentes, atacando sistemáticamente a la Iglesia Católica, con juicios históricos fuera de contexto, o tratando de desprestigiar a la jerarquía, para restarle autoridad moral. La pornografía en los cines, videos, espectáculos o revistas.

Como en la parábola del Evangelio, hay personas de buen corazón que se angustian al ver florecer las malas costumbres y quisieran arrancar y destruir la cizaña. Hay quienes son incapaces de descubrir el trigo que hay en otras personas y en opciones diferentes a la propia, y todo lo condenan como cizaña. Por el contrario, hay quienes ingenuamente sólo ven trigo, sin reconocer la presencia de la cizaña.

Hemos de pedir al Espíritu Santo que nos ayude a distinguir el trigo de la cizaña. Ni todo es trigo, ni todo cizaña. Y no sólo en los otros, sino en uno mismo. Porque nuestra propia cizaña la podemos hacer aparecer como trigo. La paciencia de Dios es infinita y no quiere la violencia como solución. No castiga inmediatamente a quienes se portan mal, sino que les da muchas oportunidades para que reflexionen y se conviertan. Ciertamente hay un infierno después de esta vida, pero el Señor trata de que nadie llegue a ese estado de sufrimiento eterno.