XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 13, 1-23: El sembrador

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   

Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:

“Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. E1 que tenga oídos, que oiga”.

Pero dichosos, ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron. Escuchen, pues, ustedes, lo que significa la parábola del sembrador. A todo hombre que oye la palabra del Reino y no la entiende, le llega el diablo y le arrebata lo sembrado en su corazón. Esto es lo que significan los granos que cayeron a lo largo del camino.

Lo sembrado sobre terrero pedregoso significa al que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría; pero, como es inconstante, no la deja echar raíces, y apenas le viene una tribulación o una persecución por causa de la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre los espinos representa a aquel que oye la palabra, pero las preocupaciones de la vida y la seducción de las riquezas la sofocan y queda sin fruto. En cambio, lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos, el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta” (Mt 13, 1-23). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario:

Por medio de parábolas, Jesús presenta a la gente los misterios del Reino de Dios. A sus discípulos, les da explicaciones más detalladas, para que entiendan mejor. En este domingo, nos ofrece la parábola del sembrador. Ojalá seamos una tierra buena, que reciba la semilla que Jesús quiere sembrar en nosotros, y demos frutos abundantes de conversión y santidad, de justicia y de paz.

Dice el Evangelio que mucha gente quería oír a Jesús, aunque no todos eran terreno abonado para asumir su Palabra. En nuestros tiempos, somos testigos de grandes muchedumbres que se reúnen para escuchar no sólo al Papa, sino también para participar en nuestras celebraciones, tanto en comunidades campesinas e indígenas, como también en las ciudades.

Sin embargo, hay muchedumbres inmensas que están cerradas a escuchar la Palabra de Dios. Baste comparar el reducido porcentaje que participa en las Misas y cultos dominicales, con quienes van a eventos deportivos o artísticos, aunque les cueste mucho dinero y esfuerzo. Millones de personas están pegadas a la televisión, horas y horas, para ver un partido de futbol, una comedia o novela, o la culminación de un espectáculo banal, y no le dedican ni unos minutos a la Palabra de Dios.

Jesús menciona explícitamente al diablo, como el personaje que arrebata lo sembrado en el corazón. El diablo existe y actúa. Es enemigo de Dios y de su Reino. Sin embargo, hay la tendencia a negar que exista. Se le quiere reducir a un mero símbolo, y que los humanos somos los únicos artífices de nuestra historia. La Biblia, sin embargo, nos dice claramente que nuestra lucha no es sólo contra este mundo, sino también contra otra clase de espíritus. Y a éstos los derrota Jesús, con la fuerza de su Palabra.

Jesús mismo da la explicación de lo que nos desea enseñar. Quiere que seamos una tierra bien dispuesta para recibir su Palabra, y así demos frutos de buenas obras. Anhela que en nosotros se cumpla lo anunciado por Isaías: “Esto dice el Señor: Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión” (55,10-11). Cuando estamos convencidos de la bondad y la sabiduría que tiene la Palabra de Dios, nos dejamos empapar por ella y, tarde o temprano, damos frutos.

Las piedras y las espinas, que impiden el crecimiento y el fruto de la Palabra de Dios, son la inconstancia, las tribulaciones o persecuciones, los problemas de la vida y la seducción de las riquezas. En efecto, ser un buen discípulo de Jesús exige asumir los riesgos de sufrir las burlas, de ser descalificados en ciertos ambientes. Es luchar arduamente por la subsistencia diaria propia y de la familia, y darse tiempo para participar en las celebraciones religiosas, en grupos de estudio bíblico, o en grupos de acción pastoral. Cuando alguien se postra ante el ídolo del dinero no le deja lugar a Dios.

Lo ideal es que todos seamos tierra buena; es decir, de los que “oyen la palabra, la entienden y dan fruto: unos el ciento por uno; otros, el sesenta; y otros, el treinta”. Esto implica saborear los diversos textos bíblicos; meditarlos y estar dispuestos a ponerlos en práctica. No todos dan los mismos frutos; lo importante es que la planta no quede estéril, ni se seque. Preguntémonos qué tipo de terreno somos. Si somos duros como un camino, donde nada nace porque todo se pisa, ablandemos el corazón. Si hay piedras y espinas, hay que eliminarlas, o vencerlas y hacerlas a un lado. Si somos tierra buena, que no nos contentemos con dar poco fruto.