XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 15, 21-28: La oración mueve montañas...

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: “Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: “Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros”. E1 les contestó: “Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel”.

Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante él, le dijo: “¡Señor, ayúdame!” El le respondió: “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Es cierto, Señor, pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Entonces Jesús le respondió: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”. Y en aquel mismo instante quedó curada su hija (Mt 15, 21-28). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario

En los domingos anteriores, hemos contemplado a un Jesús misericordioso y compasivo, pronto siempre a atender las necesidades de las personas, sean multitudes sin nombre, sean sus discípulos que están en peligro de ahogarse. Ahora se nos hace raro escuchar la forma como trata a una mujer no judía. ¿Qué nos quiere enseñar?

Que la historia de la salvación pasa por diversas etapas y momentos. Que la fe mueve montañas. Que la fe, para que sea verdadera, tiene que ser probada, mediante diversas tribulaciones, para que luego sea también celebrada y comprometida. Que la oración de una madre dolorida siempre es efectiva.

La mujer cananea no se desanima con la primera reacción de Jesús, sino que, con toda humildad, insiste en su petición, porque lo que le importa es que su hija sea curada. Esta insistencia es lo que resalta el Evangelio y es lo que Jesús alaba. En atención a su fe, le hace el milagro. Sin embargo, hay muchas personas que, cuando sienten que parece que Dios no atiende su petición, se alejan de la religión y dejan de hacer oración. No perseveran y hasta pierden la fe.

Jesús “predicaba el Evangelio del Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo” (Mt 4,23). Sin embargo, en una primera etapa de su ministerio, se reduce al pueblo judío, para cumplir las promesas hechas por Dios a los patriarcas. El es fiel, y aunque el pueblo haya fallado a la alianza, cumple las expectativas mesiánicas: “Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección... Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia” (Segunda lectura: Rom 11,13-32).

Después, en otra etapa, Jesús ordena a sus apóstoles ir por todas partes a predicar el Evangelio, sin reducirse a una sola etnia (cfr Mt 28,19; Mc 16,15), pues la salvación de Dios es para todos (cfr 1 Tim 2,4). Así lo expresa igualmente el Salmo 66 : “Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero”.

El Evangelio de San Mateo quiere resaltar, por una parte, la fe de una mujer extranjera; por otra, la respuesta de Jesús ante la humildad implorante de esa mujer. Las dos cosas son importantes para nosotros. Es necesario tener una fe sólida, a pesar de que parezca que Dios no nos atiende.

Sí nos escucha, aunque tengamos la impresión de que se hace sordo, o de que es un fantasma, o de plano que no existe, y que lo único que cuenta en la vida es lo que cada quien haga. Dios tiene un corazón de padre y de madre, que se duele de nuestros sufrimientos, pero que no quiere hacer nada en nosotros, si no es con nuestro concurso.

Además, El sabe que a veces pedimos cosas que no nos convienen, o que no son posibles. Si no las concede, no es porque no nos escuche, sino precisamente porque nos ama. No nos da lo que pedimos, sino quizá otra cosa que El sabe nos favorece mejor, aunque no lo comprendamos. Es admirable la actitud de la mujer cananea.

Le duele profundamente lo que le está pasando a su hija, y lo que le importa es que sea liberada del demonio. No le hace desistir el primer rechazo de Jesús. Insiste y logra lo que desea. Así debería ser nuestra oración: insistente, diaria, humilde, reverente.

Padres de familia, en particular mamás, acerquen a sus hijos a Jesús. Cuando van creciendo, están expuestos a muchos demonios: las malas compañías, el alcohol, las drogas, la prostitución, la vagancia, la pérdida de la fe. Que sus consejos vayan acompañados de momentos en que, como familia, se acercan a Jesús. Empiecen por llevarlos, desde pequeños, al bautismo y luego a la celebración dominical.

Cuando tengan siete, ocho o nueve años, que se preparen para su Primera Comunión. Al cumplir catorce años, que reciban el sacramento de la Confirmación. Que se integren a grupos juveniles, para que sigan teniendo medios de crecimiento en la fe. Si los mandan a estudiar lejos del hogar, procuren insistirles en que se conecten con su parroquia, para que se fortalezcan y alimenten en su fe, y no los envuelvan los demonios del medio ambiente. Que siempre oren; la oración mueve montañas.