XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 14, 22-33: Contra viento y marea

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entretanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: “¡Es un fantasma!” Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: “Tranquilícense y no teman. Soy yo”.

Entonces le dijo Pedro: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua”. Jesús le contestó: “Ven”. Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: “¡Sálvame, Señor!”. Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: “Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios” (Mt 14, 22-33).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario


Jesús siente necesidad de apartarse a lugares solitarios, para reflexionar y orar, pues Herodes acaba de matar a Juan Bautista, su precursor. Necesita estar a solas con su Padre Dios, para tomar las decisiones más sabias y oportunas. Sin embargo, su retiro no es expresión de egoísmo.

Cuando las multitudes hambrientas y enfermas lo buscan, les atiende con toda paciencia y bondad. Cuando sus discípulos bregan con los vientos contrarios en el lago y están a punto de naufragar, se les acerca y los tranquiliza. Con su compañía, llega la calma y todo toma su debido rumbo y los convence de que no es un fantasma.

“Es un fantasma”, decían espantados los discípulos de Jesús, que no lo reconocían, pues era de madrugada y no lo veían con claridad. Así piensan algunos no creyentes, como pregona el autor de una obra de teatro sacrílega: “Dios es un invento más que ha hecho la imaginación humana a lo largo de la historia, que siempre ha gustado de fantasmas”.


Así lo publica un periódico nacional, que se especializa en dar amplios espacios a todo cuanto sea contrario a la religión, y particularmente a nuestra Iglesia. Pero esto mismo piensan quienes no conocen en verdad a Jesús, no se han encontrado personalmente con El, lo consideran algo del pasado, o un mito que se ha propagado a través de los siglos. Los apóstoles terminan reconociendo que Jesús es “el Hijo de Dios”, y se postran reverentes ante El. La vida de muchos incrédulos se transforma, cuando tienen la gracia de descubrir personalmente a Jesús.

“Pedro comenzó a hundirse”. Así están en peligro de sucumbir muchos pobres, porque no hay quien les dé la mano. No salen a flote de su miseria, a pesar de los programas encaminados a reducir la pobreza extrema. Otros están hundidos en el alcohol y las drogas.

No han encontrado una fórmula eficaz para enfrentar sus problemas. Sus traumas los han postrado por los suelos. Algunos se sienten tan sin remedio, que consideran el suicidio como su única alternativa. Así de profunda es su soledad, cuando para ellos Dios es un fantasma.

“Subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí”. Ante los problemas, Jesús no se refugia en el vino. Tampoco organiza a sus apóstoles para tramar una defensa armada. No busca alianzas con poderosos de este mundo.

Se retira a la soledad, para dedicar largo tiempo a la oración. En ella encuentra su fuerza, para seguir adelante con su misión. No huye, ni tira la cruz. En el diálogo confiado con su Padre, se sostiene para afrontar lo que viene, contra viento y marea.

“Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua”. Así es Jesús. A pesar de estar sumido en un grave conflicto, no se desentiende de los suyos. Sabe que están pasando por un peligro, y se les acerca. De momento, ellos no lo reconocen, pues su angustia los envuelve. Pero Dios a nadie deja. Incluso viene a auxiliar a aquellos que no lo invocan.

“Tranquilícense y no teman. Soy yo”. Cuando Dios está con nosotros, experimentamos en nosotros mismos una tranquilidad y una fuerza que no se explican. Este es un signo de su mano misericordiosa. No hacen falta grandes milagros, como rayos, truenos y terremotos; su presencia se nota por la calma que nos trae. Por ello, dice el texto bíblico que, “en cuanto subieron a la barca (Pedro y Jesús), el viento se calmó”. Así pudieron llegar fácilmente a la orilla.

“Pedro gritó: ‘¡Sálvame, Señor!’ Inmediatamente Jesús le tendió la mano”. Dios no es sordo a nuestros gritos de auxilio. Siempre está cerca de nosotros, cuando tenemos problemas, y no nos abandona en el peligro; sin embargo, tampoco nos fuerza. No nos salva, si no queremos.

Por ello, hemos de gritarle confiada e insistentemente como Pedro: ¡Sálvame, Señor! “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” Cuando nos lleguen momentos duros en la vida, no seamos de poca fe. Aunque las olas de los problemas amenacen con hundirnos, acudamos confiadamente al Señor. Aunque parezca que nos hundimos y no tenemos dónde apoyarnos, nuestra seguridad es la mano de Dios, siempre tendida a quien lo invoca, contra viento y marea.