XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 16, 13-20: Jesucristo, Pedro y la Iglesia

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.

Luego les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” .

Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”. Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías (Mt 16, 13-20). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús!


Comentario:

Jesús es el único salvador del mundo y fuera de El no hay salvación (cf Hech 4,11-12). Sin embargo, fue su voluntad expresa dejar a su Iglesia como responsable de continuar su obra salvadora, hasta el fin del mundo. El puede seguir salvando sin necesidad de nadie, puesto que es Dios; pero quiso “necesitar” mediaciones humanas para hacer lo mismo que El hizo.

Y al frente de esta tarea, puso a Pedro y a sus sucesores. Por tanto, aceptar a Jesús “como Salvador personal” exige aceptar también a su Iglesia, tal como El la estableció; es decir, con una jerarquía muy humana, pero al mismo tiempo dotada de poderes divinos. Así lo determinó El y no podemos hacer lo que queramos con su Iglesia. Inventar iglesias a cada rato, es contrario a su voluntad.

Alguien ha dicho: “Yo creo en Cristo, pero no creo en la Iglesia, no creo en los Obispos, no creo en los Sacerdotes, no creo en el Papa”. O sea, que cree en un Cristo sin Iglesia; esto es mutilar a Cristo, aceptar la cabeza, pero negar el cuerpo que somos nosotros, los bautizados.

En algunas partes, ha tomado fuerza una nueva religión; sus seguidores se llaman “nuevos cristianos”, o simplemente “cristianos”. Para ellos, lo único es Cristo, y prescinden de todo lo que sea Iglesia. Juzgan los sacramentos, la liturgia, las normas y la organización eclesiástica, como algo añadido con el tiempo y que, por tanto, no corresponde a la voluntad de Cristo.

Descalifican los templos y, en su lugar, construyen grandes salones para sus reuniones de oración. Prescinden de magisterio eclesiástico, de jerarquías y de todo lo que se parezca a Papa, Obispos y Sacerdotes. Lo que cuenta es Cristo y yo, sentirlo, rezarle, cantarle; todo lo demás no vale.

Lo que yo sienta que El me dice, es lo verdadero. Sin embargo, la voluntad de Cristo incluye a la Iglesia. Así lo entendieron y practicaron los mismos apóstoles y sus continuadores inmediatos.

En la profesión de nuestra fe, después de afirmar que creemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, decimos: “Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica”. La apostolicidad significa que nuestra Iglesia arranca de los apóstoles; pero la sucesión apostólica incluye no sólo a los Obispos, que somos sucesores de los apóstoles.

La voluntad de Jesucristo sobre cómo quiere que sea su Iglesia está bien definida en el Evangelio de hoy: Yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. No puede estar más claro. La Iglesia que afirme ser la fundada por Jesús, no puede prescindir de Pedro, y obviamente de su sucesor, pues Pedro no era eterno y tenía que morir; alguien debía ocupar su lugar. Si no fuera así, la Iglesia de Jesús se hubiera acabado con la muerte de Pedro.

Sin embargo, la misión del sucesor de Pedro es confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo (cfr Lc 22,32). No se trata de imponerse a los demás y de mandar, por ambición de dominio, sino de ser el “siervo de los siervos de Dios”. Su responsabilidad es estar al servicio de Jesús y de su Iglesia.

Por ello, el Papa no es el dueño de la Iglesia y no puede hacer lo que quiera, ni ceder a las modas del momento, sino conservar la tradición evangélica en su mayor pureza. Una Iglesia sin Pedro no es la verdadera Iglesia de Cristo.

En el Evangelio de este domingo están muy unidas la profesión de fe de Pedro en la divinidad de Jesús, y el compromiso de Jesús de edificar su Iglesia sobre Pedro. Son dos misterios muy unidos: Cristo e Iglesia. Por tanto, no se pueden separar, aunque sí distinguir.

Están muy conectados la fe en Cristo y la aceptación de Pedro como la piedra que hace las veces de Aquél que es la roca y la piedra de salvación. Por tanto, revisemos cuál es nuestra actitud ante la Iglesia y ante el Sucesor de Pedro. ¿Estamos al tanto de su Magisterio?