XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 18, 15-20: Proceso Evangélico

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.

Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.

Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 15-20). ¡Palabra del Señor! ¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario:

Cada ocho días, la liturgia de la Iglesia nos va proponiendo, pedagógicamente, diversos textos bíblicos, para que crezcamos en el seguimiento de Jesús. Hoy nos ofrece tres puntos: el proceso para una adecuada corrección, el poder que concede a sus apóstoles y la eficacia de la oración comunitaria. Ojalá no seamos sordos a su voz.

Señalemos algunos hechos: Muchos padres de familia, que no tuvieron oportunidad de cursar estudios medios o superiores, se sienten acomplejados ante sus hijos, a quienes ellos mismos han dado oportunidad de estudiar, y no se atreven a corregirlos.

En la escuela, sucede algo semejante. Algunos maestros no quieren complicarse la vida; con tal de que los alumnos lleven la tarea, no les importa su comportamiento y no los corrigen. ¿Qué decir de la vida política? Los contendientes de un mismo partido se dicen toda clase de ofensas, en los medios informativos.

En vez de reunirse en privado, aclarar lo pertinente y corregirse mutuamente como hermanos. En la vida eclesial no estamos exentos de estos errores. Todos tenemos fallas: obispos, sacerdotes, religiosos, diáconos, catequistas, fieles laicos. A veces, en vez de corregirnos como hermanos, algunos van a difundir sus quejas provocando el escándalo.

La palabra de Jesús es muy clara. Es innegable que, en la vida diaria, todos fallamos y cometemos faltas. ¿Qué hacer? Dice Jesús: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas”. Esto es lo que deberíamos hacer todos: padres de familia, maestros, políticos, comunicadores, miembros y servidores de la Iglesia.

No hacer luego luego una delación pública, sino seguir el consejo de Jesús: pedir la oportunidad de platicar en privado, advertir lo que, a juicio propio, es incorrecto, escuchar las razones o quizá justificaciones del otro, ofrecer apoyo para mejorar la conducta y concluir como hermanos la conversación. Prosiguiendo de allí en adelante el camino de la enmienda. Por lo menos, hemos hecho lo que debíamos hacer con caridad y comprensión.

Dios dice al Profeta Ezequiel: “Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida. En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida” (Ez 33,7-9).

¡Qué importante es esta advertencia! Todos, padres de familia, maestros, comunicadores, políticos y creyentes en general, tenemos obligación de amonestar a quienes se apartan del buen camino, aunque con esto nos expongamos a críticas, incomprensiones, rechazos y burlas.

A pesar de que nos llamen anticuados y retrógrados, no debemos quedarnos callados. Pero hay formas educadas y caritativas de hacerlo. Primero hay que saber amonestar y dialogar, para así poder denunciar con caridad.

Corregir a los demás es una exigencia del amor que les debemos, pues si alguien dice que “cada quien su vida”, y que no quiere complicarse la existencia, quizá es un egoísta y un irresponsable. Dios le pedirá cuentas de su prójimo, y no puede responder como Caín: “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?” (Gén 4, 9). “Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación” (2 Cor 5, 19).

Esto es lo que se logra con la corrección fraterna. En cambio, con puras denuncias públicas, que no siempre se sustentan en la verdad, se recrudecen las divisiones. Con ofensas a los contrarios, con sátiras e ironías, con indirectas, a veces se produce el efecto contrario, que se exacerben los ánimos y se llegue a la violencia.

Jesús, sin embargo, no reprueba las denuncias públicas; al contrario, las recomienda, pero después de haber agotado los pasos previos: la amonestación personal, la corrección con la ayuda de una o dos personas, el decirlo a la comunidad. Esta comunidad, es ante todo la propia asamblea cristiana, no necesariamente la noticia pública.

Y termina Jesús diciendo que, si de ninguna forma se logra la corrección del hermano, hay que apartarse de él, para no contagiarnos de actitudes y criterios pecaminosos.

Otro medio para lograr la corrección del otro y también la reconciliación, es lo que dice Jesús: “Yo les aseguro que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá: pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”. Hay que pedirle al Señor que nos enseñe a amar; que nos conceda la sabiduría, la prudencia y la fortaleza para corregir, y en su caso denunciar.

Hay que tener confianza en la fuerza de la oración, tanto personal como, sobre todo, comunitaria y litúrgica, pues ya no oramos solos, sino acompañados del mismo Jesús. Antes, pues, de corregir a alguien, imploremos las gracias del Señor, ésta es la base de un proceso evangélico, ante las fallas de los demás.